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Argentina: La lucha contin�a

Bariloche de cerca

Mart�n Flores
La Fogata

San Carlos de Bariloche pertenece al n�cleo de sectores tur�sticos argentinos que ha crecido vertiginosamente a partir de la devaluaci�n de la moneda nacional. En la �poca de la Convertibilidad, los extranjeros consideraban excesivos los precios de la regi�n y desviaban su destino hacia pa�ses vecinos como Brasil o Chile, y los propios argentinos viajaban hacia otros sitios para aprovechar la conveniencia del d�lar barato y sentirse ricos por un rato. En esa �poca la ciudad alcanz� picos de desocupaci�n y experiment� un profundo estancamiento. Pero a partir de 2002, la situaci�n fue otra: la regi�n comenz� a recibir un aluvi�n masivo de turistas extranjeros que gastan vagones de dinero y convierten la ciudad en un centro de ostentaci�n y derroche. Aunque la ciudad ya demostraba rasgos determinantes que revelaban la tendencia de su expansi�n, a partir de este crecimiento Bariloche no demostr� ser distinta de cualquier otra ciudad argentina. Fue as� que exacerb� su din�mica y profundiz� la concentraci�n de la riqueza, la desigualdad social, la mala distribuci�n de los recursos y la generaci�n de una periferia excluida obligada a mirar el banquete desde afuera. Este tipo de violencia no tard� en recibir respuesta. Los sectores postergados, que viven en permanente estado de inseguridad (sin salud, sin trabajo, sin educaci�n y sin justicia), emergieron de su aparente invisibilidad y comenzaron a delinquir contra los sectores acomodados. La inseguridad, antes ignorada, se hizo entonces visible de pronto, porque la misma ley que acepta sin sobresaltos la desnutrici�n, aceita sus ca�ones cuando la propiedad se ve amenazada. El hambre puede amenazar a la gente, pero no puede molestar a las cosas.
El sistema, que intenta convencernos de que vivimos en democracia, y nos ense�a que el mercado brinda la libertad de intercambiar bienes y servicios en igualdad de oportunidades y condiciones, sigue creando una espiral de violencia que surge a partir de la desigualdad, la frustraci�n y la impotencia de los grupos olvidados. La sociedad legal, que proclama la integraci�n y la inclusi�n de todos los habitantes a la comunidad nacional, dista mucho de la sociedad real, que disgrega, margina y excluye del cuerpo social a un gran porcentaje de familias e individuos que no logran insertarse. Y la sociedad, afectada de individualismo y ostentaci�n, mira para otro lado, convencida de que la mejor soluci�n es amputarse la peor de sus partes, la que revela la fealdad del rostro. No se propone curar la gangrena sino esconderla. Hasta que crece y es imposible ocultarla, hasta que se expande y afecta a todos.
En la primera quincena de noviembre de 2005, ocurrieron dos asesinatos que sacaron a la luz el Bariloche profundo, con todas sus problem�ticas y sus contradicciones sociales. La muerte del remisero N�stor Andr�s Cid, el segundo homicidio del mes, provoc� la reacci�n de toda la poblaci�n y colaps� la ciudad con la determinaci�n de una huelga generalizada del transporte. El hecho despert� el debate sobre la inseguridad y aparecieron las preguntas.
�De d�nde surge la violencia?
Todos los sectores sociales demandan al Estado la puesta en marcha de pol�ticas sociales m�s concretas, pero no todas las partes est�n dispuestas a indagar hasta las verdaderas ra�ces del asunto. Por una parte, reconocer el crecimiento de estas problem�ticas atenta contra la imagen de tranquilo para�so tur�stico y majestuoso escenario natural que Bariloche quiere brindar. Un importante sector de la opini�n p�blica criminaliza la violencia aislada, individual y desesperada, mientras legitima -con su silencio- la violencia cotidiana, sistem�tica y masiva: la falta de educaci�n, de salud y trabajo que sufre una considerable parte de la sociedad. Ante el aumento de actos delictivos, la propuesta es la militarizaci�n social: m�s c�rceles, m�s polic�as y m�s represi�n, un mecanismo que nada discute acerca de las causas que provocan la violencia, que naturaliza los hechos y tranquiliza a quienes custodian atemorizados sus fr�giles conquistas materiales. La seguridad, en este caso, ser�a esconder a los excluidos, levantar murallas para no verlos, construir c�rceles en vez de planes de vivienda, salud, educaci�n y trabajo. Algunos piensan que la seguridad es vivir en una sociedad que impide la muerte por robo pero legitima la muerte por hambre. Extra�a seguridad la de aquellos que creen que la represi�n constante es m�s �til que la ense�anza permanente. Extra�a tranquilidad aquella en que nadie se altera cuando los excluidos se matan entre s�, pero que hace sonar la alarma cuando los delitos se cometen contra los habitantes que han podido insertarse socialmente.
Por otro lado, comienza a debatirse que reprimir a los excluidos es arrojar combustible al fuego, ya que el problema obedece a causas estructurales y la seguridad s�lo podr�a alcanzarse con la implementaci�n de planes sociales que integren y contengan a los sectores m�s postergados.
Las �ltimas estad�sticas revelan que en Bariloche ya viven 120.000 personas, y que es la ciudad con mayor desigualdad de R�o Negro. Ello indica que la violencia no es un problema que naci� ayer sino que es un s�ntoma de mayor antig�edad. La mitad de habitantes de la ciudad vive en los barrios altos -es decir marginales-, y en su escenario cotidiano convive con fastuosos veh�culos y lujosas propiedades pertenecientes muchas veces a personas que ni siquieran viven en Bariloche. La prosperidad que atraviesa la ciudad a partir de 2002 produjo un mejoramiento en la calidad de vida de sus habitantes, aument� el empleo y atrajo nuevos capitales, pero esa bonanza no provoc� una elevaci�n en los ingresos de los sectores m�s desfavorecidos, que ven desfilar cada d�a ante sus ojos a los privilegiados del mundo. El valor de las propiedades se ha disparado como consecuencia de la alta demanda y no existe una adecuada legislaci�n al respecto. Los extranjeros pueden comprar lotes y propiedades sin ning�n tipo de restricciones, y los precios se elevan con una din�mica que no guarda proporci�n con los salarios de la gente local. Lo mismo sucede con el costo de vida y la canasta familiar b�sica: en temporada alta, el caracter tur�stico de la ciudad provoca un desmesurado aumento de precios que no tiene en cuenta al habitante del lugar. La complejidad de la situaci�n se ve agravada por la enorme dificultad para crear consensos entre una poblaci�n tan heterog�nea. La desigualdad manifiesta entre los habitantes del lugar se levanta como una barrera que impide alcanzar cualquier tipo de acuerdo colectivo.
Por su parte, las gestiones pol�ticas no se han mostrado a la altura del conflicto. S�lo han actuado en favor de sus especulaciones partidarias y mezquindades clientelistas. Sin capacidad de aplicar programas de prevenci�n y planificaci�n, su ineficacia reproduce la polarizaci�n social y ningunea los problemas que ya no pueden esperar. Se proponen salidas coyunturales, de vuelo bajo, que no traen soluciones. Pero la falta de aplicaci�n de planes sociales no es nueva. Bariloche viene arrastrando, desde anteriores crisis, procesos de desintegraci�n social que no han sido atendidos a tiempo. El Estado se ha ido retirando de escenas decisivas. Hoy carece de pol�ticas espec�ficas para los sectores m�s vulnerables, cuyos j�venes -abandonados a la suerte del mercado- representan el grupo m�s importante en estado de alarma. Sin oportunidad de estudiar, sin salida laboral ni espacios donde desarrollar una vocaci�n y practicar actividades, las esperanzas se derrumban y no hay futuro posible. S�lo les importa sobrevivir hoy. A cualquier precio. Algunos barrios carecen de infraestructura m�nima. No hay planes de viviendas, faltan cloacas y agua potable. Y en una ciudad donde la nieve representa una alternativa de diversi�n y belleza, numerosos habitantes deben sufrirla porque no tienen acceso al gas, lo que complica su situaci�n en una regi�n que sufre crudas temperaturas invernales. Muchas personas que calientan su hogar a le�a sufren patolog�as respiratorias, y otras tantas padecen el congelamiento de la �nica canilla del barrio y beben agua del lago o de arroyos de dudosa procedencia, lo que las hace susceptibles a contraer par�sitos y enfermedades infecciosas.
Bariloche se vende como una postal intacta, cerca de la exuberante belleza natural y lejos del cemento y el bullicio de la grandes urbes. Aunque pocos de los que sienten a la ciudad como su peque�o rinc�n en el mundo quieran ver su lado feo, deber�n tomar conciencia de que la problem�tica no puede ser vista de lado, y que es importante modificar actitudes individualistas, participar del debate y aportar propuestas integradoras, desterrando la insolidaridad y el desinter�s por el otro.
La emergencia social requiere atenci�n. Es la �nica garant�a de paz, la �nica seguridad posible.


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