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Argentina: La lucha continúa

Débil es la carne.

Marcelo O´Connor
Semanario Redacción

El gobierno, que tomó el estilo de hablarles con el corazón a los que tienen la víscera en el bolsillo, se enojó con ganaderos, matarifes y carniceros.
Kirchner retó a los supermercadistas y pronto podrá hacerlo con los almaceneros minoristas. Si fuera un diputado de la oposición, sería excelente. Pero resulta que es el Presidente en un sistema republicano que le atribuye hasta excesivas facultades. En vez de darse el gusto setentista del debate inútil y permanente más apto para asamblea universitaria, ¿por qué no procede con leyes y decretos a su disposición?
No nos referimos a las exigencias naturales de la condición humana ni a los padecimientos de quienes la reprimen vía celibato obligatorio, llevando en vida un infierno entre las piernas. No; si bien ese tema también es de actualidad, en la ocasión se trata de algo más cercano al estilo de vida argentino: la suba del precio de la carne vacuna. Encarecimiento que tiene más incidencia en el humor social y en la percepción de la inflación que un alza del dólar. El decir que los argentinos comemos, a pesar de todo, más carne que nadie en el mundo y que sería bueno cambiar los hábitos alimentarios, no conforma a nadie. Una nutricionista (profesión, no sé por qué, de minas medio boludas) aconsejó por televisión reemplazar el asado por verduras con huevos, de igual valor alimenticio. ¿Por qué no va el domingo a decírselo a los muchachos del asadito en el taller o la cancha? ¡Si solamente se la violan en banda, tendrá suerte!
 Todo empezó cuando en 1556 Juan de Salazar y Espinosa trajo un toro y siete vacas. Los animales, convertidos en "res nullius", cubrieron las pampas, demostrando que no necesitan de amos para multiplicarse. En el siglo XVIII teníamos 40 millones de cabezas de ganado, cifra no muy distinta a la actual. La relación vaca –hombre y la disyuntiva si lo exportable es el saldo que queda del consumo interno o al revés, debe ser la discusión económica más antigua de nuestra historia. Hueyo, un viejo oligarca, ministro de la época del fraude, proponía expeler población vía emigración para no romper la relación de la época dorada.
 El gobierno, que tomó el estilo de hablarles con el corazón a los que tienen la víscera en el bolsillo, se enojó con ganaderos, matarifes y carniceros. Esta semana, Kirchner retó a los supermercadistas y pronto podrá hacerlo con los almaceneros minoristas. Si fuera un diputado de la oposición, sería excelente. Pero resulta que es el Presidente en un sistema republicano que le atribuye hasta excesivas facultades. En vez de darse el gusto setentista del debate inútil y permanente más apto para asamblea universitaria, ¿por qué no procede con leyes y decretos a su disposición?
 Además de que él se proclama no liberal, la ausencia de toda reglamentación porque la economía sería una ciencia natural, regida únicamente por la naturaleza, tampoco es liberal sino fisiócrata, que es lo que son los liberales argentinos, no los del resto del mundo. Ya en la colonia había reglas para las "vaquerías" (caza del ganado). Y en 1923, por la crisis ganadera y siguiendo el ejemplo de Nueva Zelandia, se dictaron las primeras leyes sobre carnes. En 1932, por obra del muy talentoso Antonio de Tomaso, socialista independiente, ministro de Agricultura de la Concordancia que presidía el general Justo, se crea la Junta Nacional de Carnes y luego la C.A.P. (Corporación Argentina de Productores). Estas instituciones no son hijas del comercio de carnes con Inglaterra, que por otra parte subsistió casi igual que en la época del Tratado Roca – Runciman durante el primer peronismo, ratificado por el Tratado de 1946, el Convenio "Andes" de 1948 y el Convenio Angloargentino de 1949. Con idas y vueltas, modificaciones y cambios, tuvieron vigencia hasta el desguace del Estado en el menemismo. Nunca en la Argentina, con conservadores, peronistas, militares o radicales, la exportación de carnes se realizó libremente. La vaca siempre estuvo atada. Y que yo sepa, ningún ganadero se fundió. Más bien, al contrario.
 Con respecto a los supermercados, que venden el 60% y en Buenos Aires el 90% de los alimentos, en Europa ganan el 3% (aquí el 6%), en Japón no les dejan vender productos frescos, en España abrir los domingos y en Francia establecerse dentro de la ciudad de Paris; todo para proteger al pequeño comercio. Los gobernantes de esos países no se dedican a la retórica antiliberal; simplemente regulan cuando hay que hacerlo y, si es necesario, subsidian a quien corresponde.
 Esa permanente apelación presidencial a la fibra patriótica de terratenientes, empresarios, industriales y comerciantes para que por "conciencia nacional" ganen menos, es patética y ridícula. El presidente se jacta de saber economía. ¿No sabe todavía que la esencia y razón de ser de esas actividades es la ganancia y ninguna otra cosa, independientemente de la nacionalidad? Y no se trata de perversidad, no son buenos ni malos, simplemente son así y no pueden ni deben ser de otro modo. Si no fueran así, no serían lo que son y serían Kirchner o escribirían en este semanario, pero jamás tendrían éxito en negocio alguno. No hay que hablar con ellos, al menos más allá de lo democráticamente necesario. Hay que aplicarles coactivamente reglas de juego. Eso sí, claras y permanentes. Y ese lenguaje lo entienden perfectamente y hasta sin rencores.
  Por eso, Presidente, menos discursos, menos retos y actúe, que para eso está sentado ahí….
     
     marcelooconnor@yahoo.com.ar