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Nuestro Planeta

Los transgénicos no serán la solución
Mitos modernos de la hambruna

Carmelo Ruiz Marrero*
Massiosare

La hambruna es un mito renovado. _La gente no muere de hambre por escasez de alimentos, sino por las políticas de sus gobiernos. En este momento, los graneros de la nación más poderosa del mundo, Estados Unidos, rebosan de granos y productos lácteos, pero en sus calles 30 millones de personas no tienen alimento. Los cultivos transgénicos, por cierto, dice el autor, tampoco aliviarán las necesidades de los hambrientos

EL BIOTECNOLOGO suizo Ingo Potrykus está enfadado, furioso, enfogonado. Es más, está que despotrica.
Potrykus es coinventor del llamado arroz dorado, un producto genéticamente alterado cuyos granos contienen beta caroteno, sustancia que el cuerpo humano convierte en vitamina A. Según la Organización de Naciones Unidas, 2 millones de niños están en riesgo de quedar ciegos por falta de esta vitamina, y la Organización Mundial de la Salud informa que 2.8 millones menores de cinco años sufren una severa deficiencia de ésta.
Al considerar estos datos, la labor de Potrykus podría considerarse para obtener un Premio Nobel. Pero grupos activistas, como Greenpeace, siguen oponiéndose obstinadamente a los cultivos transgénicos, incluyendo el arroz dorado, alegando que no pondrán fin al hambre y, por el contrario, crearán más problemas que soluciones.
Potrykus dice furioso que aquellos individuos u organizaciones que traten de impedir su labor deberían ser juzgados en un tribunal internacional por crímenes contra la humanidad. Para él, los detractores de la transgenia son directamente responsables de millones de muertes en el Tercer Mundo, al impedir que se disemine una tecnología que puede salvar las vidas de niños famélicos.
El científico y sus partidarios afirman que el arroz dorado rebate todas las críticas que pudieran hacerse a los transgénicos. Sus críticos, en cambio, dicen que los cultivos transgénicos son modificados para introducir rasgos que no tienen relevancia en la calidad o valor nutritivo de la planta, por ejemplo, resistencia a herbicidas. No es el caso del arroz dorado, desarrollado específicamente para mejorar la nutrición humana, dice.
Los mismos críticos se quejan de que los transgénicos son desarrollados por corporaciones transnacionales, que sólo buscan el lucro rápido y no el bien de la humanidad. Pero Potrykus señala orgullosamente que su arroz dorado fue desarrollado en instituciones públicas europeas con financiamiento de la Fundación Rockefeller, un ente sin fines de lucro.
Mucha gente, mucha comida
¿Los derechos de propiedad intelectual impiden que los beneficios de la biotecnología transgénica agrícola –y de cualquier otro adelanto en la agricultura– lleguen a los pobres? Para superar este escollo, Potrykus logró acuerdos con todas las corporaciones que eran dueñas de las patentes para continuar con su trabajo con el arroz dorado.
Los defensores de la biotecnología alegan que esto demuestra que el sistema de propiedades intelectuales, tan duramente criticado por los enemigos de la globalización neoliberal, no es un obstáculo para el progreso de la humanidad.
¿El costo del arroz dorado lo pondrá más allá del alcance de los pequeños agricultores del Sur global? ¿Se crearán nuevas formas de dependencia? De ninguna manera, pues el señor Potrykus lo distribuirá gratuitamente.
Pero los activistas mantienen su oposición, alegando que el arroz dorado es un truco de relaciones públicas de la industria biotecnológica. ¿Por qué dicen eso? Potrykus no puede explicarlo y supone que a sus críticos los mueve una siniestra y sañosa agenda en contra de la ciencia y el progreso.
Supongamos que la industria tiene la razón y que los activistas aguafiestas están equivocados, que los alimentos transgénicos no presentan ningún riesgo para la ecología, la biodiversidad o la salud humana. ¿Ayudarían estos productos noveles a combatir el hambre?
Para contestar esta pregunta hay que auscultar las causas del problema.
Los partidarios de la agricultura industrializada y de la nueva revolución genética se amparan en el cálculo malthusiano. Hay mucha gente y poca comida, y la población sigue en continuo aumento. Por lo tanto, hay que aumentar de manera creciente la producción agrícola para evitar una catástrofe.
Pero, ¿realmente hay escasez de alimentos? ¿Realmente esa es la causa del hambre? Veamos la situación en la India. A pesar de lo que nos dicen los demagogos malthusianos, en ese país no existe ahora ninguna escasez de alimentos. Al contrario, lo que hay es un excedente de decenas de millones de toneladas del grano.
Sobre el problema del hambre en su país, la escritora Arundhati Roy dice que la India produce más leche, azúcar y granos alimentarios que nunca antes. Los agricultores que cosecharon demasiado grano se enfrentaron a una situación desesperante. El gobierno compró el excedente, pero el volumen era mayor al que podía almacenar o usar.
En 2001 los almacenes del gobierno rebosaban con 42 millones de toneladas de grano, que equivale a una cuarta parte de la producción anual del país.
"Mientras el grano se pudre en almacenes del gobierno, 350 millones de ciudadanos indios viven debajo del nivel de pobreza y no pueden ingerir una sola comida completa al día", dice Roy. "En marzo de 2000 el gobierno indio eliminó las restricciones de importación a mil 400 productos, incluidos leche, granos, azúcar, algodón, té, café y aceite de palma. Esto, a pesar de que el mercado estaba más que saturado de esos productos", indica.
El mito de la escasez
Puesto de manera tajante: la escasez es un mito. No es noticia, nos lo dijeron Frances Moore Lappé y Joseph Collins en su libro Comer es primero (Food First, en inglés), publicado hace 30 años.
Al comienzo de esta década, Lappé viajó con su hija Anna a la India, donde ambas conversaron con un funcionario que dijo –con evidente orgullo– que su país tenía el excedente de granos más grande de su historia. Cuando le preguntaron si no sería mala idea compartirlo con sus compatriotas famélicos, cambió de color y dijo que los pobres ya recibían demasiados subsidios.
Si la supuesta escasez fuera causante del hambre, Estados Unidos tendría la población mejor alimentada del mundo entero. ¿No es así? Pues no. En ese país, el supuesto "granero del mundo", hay actualmente 30 millones de personas que no tienen qué comer y 8.5% de los niños sufren de hambre.
En tanto, la sobreproducción es un verdadero dolor de cabeza para los agricultores estadunidenses. Estados Unidos tiene excedentes en productos lácteos y granos. De hecho, el excedente de granos sería suficiente para hornear 600 libras de pan al año para cada niño hambriento de ese país.
En la nación más rica del mundo, uno de cada cinco niños nace pobre, mientras que American Journal of Public Health calcula que existen 10 millones de personas –incluidos 4 millones de niños– que no tienen qué comer.
Los economistas, sociólogos y agrónomos podrán teorizar lo que quieran sobre las causas del hambre, pero no podrán argumentar absolutamente nada sobre una supuesta escasez de alimentos.
Si la gente padece de hambre y muere por esa causa pese a la existencia de voluminosos excedentes agrícolas, entonces no hay manera de concebir que los cultivos transgénicos vayan a dar alivio a los hambrientos. Mientras tanto, Potrykus sigue despotricando contra sus detractores.