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Nuestro Planeta

28 de enero del 2004

Kioto, CEOE, AVE, impuestos, pan y circo y un montón de cara dura


(¿Por qué cojones hacemos un AVE y no pensamos en la gente?)
Rafael Léon Rodríguez
Rebelión


A Rubén Martínez, donde quiera que sobreviva.
La CEOE está cabreada, muy cabreada con Kioto y todas esas chorradas apocalípticas sobre el calentamiento global, productos de la debilidad de unos poderes públicos demasiado condescendientes con las peticiones sin sentido de cuatro ecologistas histéricos.

El motivo: los objetivos de la norma y, en concreto todo lo relativo al comercio de emisiones (cláusula por la que deberían pagar importantes sumas al no estar cumpliéndose los compromisos adquiridos por España para reducir, o menor dicho, para no incrementar en exceso sus niveles de emisión de gases con efecto invernadero (GEI)), son incompatibles con el crecimiento económico. El PIB del Reino se puede ir al garete y con el todos los españolitos nos hundiremos cada vez más en la más repugnante miseria y el pan y circo, alimentos espirituales de nuestros días, cada vez serán de peor calidad y puede que, más pronto que tarde, deje de caernos el maná del cielo.

La solución: que pague el Estado, ese ente abstracto e impersonal que por nutrirse para su funcionamiento de fuentes etéreas de allende los espacios siderales (tal vez por esto tanto interés por el planeta rojo), no tendrá grandes dificultades para atender las peticiones empresariales y al tiempo construir más y mejores hospitales, guarderías y colegios públicos de calidad. Ya lo reza el sabio eslogan: menos impuestos, más seguridad.

La verdad (bueno, mi verdad): La irresponsabilidad, fruto de la connivencia entre poderes públicos y económicos en todo lo relativo a la emisión de GEI desde que surgió Kioto, ha seguido impulsando un sistema económico anclado en el cortoplacismo, en el enriquecimiento y los grandes beneficios inmediatos de unos pocos y en la insostenibilidad. El elitista club privado político-empresarial ha extendido una densa niebla para no tener que ver más allá del día a día. Poco ha importado que los beneficios del ahora pudieran ser el germen de las calamidades del mañana. Porque siempre se podrá acudir a Papa Estado para que solucione los problemas ocasionados por prácticas pueriles (lamento ser partícipe de interpretaciones semánticas que asimilan la irresponsabilidad y el egoísmo a las conductas de los niños, pero me ha salido así de principio y no creo conveniente cambiarlo, pues el lenguaje y la semántica son también reflejo nada neutro o inocente de una sociedad que es preciso cambiar).

Más de mi verdad: si finalmente los poderes públicos acceden a las demandas de la CEOE, una vez más tendremos que decir que se están privatizando los beneficios y socializándose los costes y que esos poderes públicos están posicionándose a favor de una redistribución cada vez más regresiva de la riqueza, en contra de preceptos constitucionales que de manera hipócrita dicen defender. Que se está metiendo la mano en los bolsillos de los ciudadanos (que son los que financian al Estado) para meter el producto de ese saqueo en las cajas fuertes de contaminadores de elevadas rentas.

Una demanda de la CEOE es que se debe evitar la doble presión sobre empresas afectadas por más de un tipo de exigencia medioambiental. No obstante, los ciudadanos si podemos vernos sometidos sin ningún problema a la doble presión que suponen y supondrán cada vez con más fuerza los efectos negativos de la emisión de GEI sobre nuestra salud (ya saben: aumentarán las enfermedades cardiorespiratorias, podemos ser víctimas de enfermedades tropicales, etc.) o sobre nuestro patrimonio (reducción de la biodiversidad, desaparición de bosques, de playas, etc.) y el tener que pagar a las empresas para que puedan seguir manteniendo un poco más sus insosteniblemente crecientes beneficios. Nos contaminan y debemos pagar por ello.

Pero eso está bien, ya que gracias a ello el neoliberalismo político-empresarial, seguirá atiborrándonos de nuestro alimento espiritual diario. Cada vez más fútbol, grandes hermanos, islas de los babosos y triunfadores de operaciones diseñadas desde la mercadotecnia más inhumana. Ave Cesar.

Y nos construirán magnificas obras para ser admiradas durante mucho tiempo en alabanza de ancestrales afanes faraónicos. Muchas líneas AVE, derrochadoras de energía y por las que habrá también que pagar derechos de emisión, para que viajen ejecutivos y políticos con dieta. Y alguno de nosotros de vez en cuando también podremos viajar en esta nueva maravilla tecnológica, y disfrutaremos del vértigo y el espectáculo y de la posibilidad de llevar a los niños a disfrutar de las largas colas de un parque temático (aunque para ir allí, nos habremos ahorrado unos minutillos en el AVE) en un medio de transporte que en sí ya veremos como un parque temático más. ¡Tanta prisa por llegar a ninguna parte!

Ante tanto espectáculo futurista poco nos deberá importar que hospitales y colegios sean una mierda. Y que cuando necesitemos realmente un servicio de calidad tengamos que acudir a la iniciativa privada. Y si no nos lo podemos permitir, pues a llevar nuestro problema con dignidad y resignación. O, tal vez, tarde o temprano a la puta calle.

Rubén Martínez ya ha estado ahí. Nos lo cuenta el diario El Mundo. Ex ludópata, cuatro años viviendo en un soportal y dos intentos de suicidio: nos hace esta reflexión: "Hay personas que sufren mucho ahí fuera: ¿por qué cojones hacemos un AVE y no pensamos en la gente?" Hoy quiere superar todo eso: "Tengo un objetivo: recuperar a mis hijos, trabajar en lo mío, recuperar a toda la gente a la que he hecho daño cuando no era yo mismo. No me puedo asustar. No tengo que perder la paciencia".

¡Ojalá lo consiga! Desde luego lo tendrá difícil. Tiene en contra a unos poderes públicos y económicos cada vez más asentados en la cueva de Alí Babá en tanto que arrinconan al ciudadano en una caverna mítica. Un grupo de presión político empresarial que, entre otras muchas lindezas, ha comenzado a transformar Kioto: de débil mecanismo para dirigirnos hacia una menor insostenibilidad a práctica destinada a continuar contaminado y a seguir obteniendo grandes beneficios a corto plazo gracias al incremento brutal del saqueo que sufren los ciudadanos y la naturaleza a manos de las grandes corporaciones empresariales. Democracia lo llaman. Y Estado del Bienestar.

Toda una lección de ética.