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Medio Oriente - Asia - Africa

La compleja situación congoleña

Txente Rekondo
Gara

El gobierno de concentracion de la Republica Democratica del Congo (RDC) acaba de cumplir un aÑo. sin embargo, este aniversario va a estar exento de celebraciones. Las amenazas de una nueva guerra civil confirman el fracaso de las instituciones de transicion, asi como la labor de la ONU. Todo ello confirma que la compleja crisis congoleña continua latente.

A principio del mes de junio, la RDC ha sufrido un intento de golpe de estado, el segundo desde el pasado marzo, además de un recrudecimiento de los enfrentamientos armados en torno a la ciudad de Bukavu, en el este del país. La República Democrática del Congo, que ha conocido diferentes nombre a lo largo de su más reciente historia (Congo belga, Zaire, Congo-Kinshasa...), es un Estado con más de cincuenta millones de habitantes. Situada en Africa Central, mantiene fronteras con la República Centroafricana, Sudán, Uganda, Ruanda, Burundi, Tanzania, Angola y Zambia. Tiene alrededor de doscientos grupos étnicos, a pesar de que cerca de la mitad de la población pertenece a tres grupos bantú y a otro hamitic.

Entre 1998 y 2003, la guerra que asoló a la RDC fue conocida como la «primera guerra mundial africana». Con tropas de siete estados africanos combatiendo entre sí durante esos cinco años, con más de tres millones de muertos, y un número similar de desplazados y de refugiados, así como con un aumento generalizado de las enfermedades y de los abusos por todo el país.

Además, las diferencias étnicas y de otro tipo han impulsado un asentamiento de la vía militar para resolver las discrepancias y también la consagración de determinados «señores de la guerra» en torno a las regiones más ricas de la RDC.

La República Democrática del Congo atesora enormes riquezas, sobre todo en las región este del país. Oro, diamantes, petróleo, caucho, cobre, madera..., y una rica variedad de productos agrícolas, están el origen de ese deseo descontrolado.

Sin embargo, a pesar de esa riqueza, la economía del país ha decaído en picado, fruto de una mezcla de desafortunadas medidas gubernamentales, del residuo colonial y de la intervención financiera de las nuevas potencias occidentales, con sus instituciones macroeconómicas, así como los efectos devastadores de tantos años de guerra.

Esos intereses no declarados «oficialmente» sobre las riquezas congoleñas y sus consiguientes enfrentamientos armados, han impedido que el gobierno haya tenido una oportunidad seria para desarrollar y complementar el calendario electoral e institucional aprobado en el acuerdo firmado el año pasado en Sudáfrica. Otro obstáculo está en torno a la creación de un nuevo ejército nacional, que reuniría a las tropas gubernamentales y a los antiguos rebeldes. Sin embargo, la desconfianza reinante en el seno de las fuerzas armadas, junto a las divisiones históricas y el miedo a perder su situación, así como la existencia de importantes bolsas de rebeldes en diversas regiones que no quieren tampoco perder su status quo, hacen casi imposible avanzar en una dirección de cara a una resolución del conflicto.

Dos ejemplos que recogen en su complejidad y crueldad esa realidad congoleña los encontramos en las provincias de Kivu e Ituri, ambas ubicadas en el este de la RDC. Y en ambos escenarios el conflicto ha enfrentado a actores locales, nacionales y regionales.

La región de Kivu ha sido el centro de una situación heredada de los años de colonialismo belga, junto a «la institucionalización de la discriminación étnica hacia los ciudadanos de habla Kinyaruanda y la extensión de las guerras civiles de los vecinos Burundi, Ruanda Uganda». La participación militar de actores extranjeros, unido a la aparición de los «señores de la guerra» locales, como variables para controlar la explotación de los recursos terminan por componer el puzzle de la región.

En el distrito de Ituri, dos comunidades, los Hema y los Lendu, han sido los protagonistas y las víctimas de las luchas interétnicas por el control de la tierra, los recursos minerales y el control político local, en buena medida utilizados por terceros actores, anteriormente mencionados. El apoyo de Uganda a los «señores de la guerra» locales junto al aumento del tráfico de todo tipo de armamento, han incrementado aún más las terribles consecuencias de dicho enfrentamiento.

La intervención de Naciones Unidas y la comunidad internacional, con sus políticas inadecuadas, ha contribuido a ese caos. Por ello, no debe extrañar la desconfianza que generan en buena parte de la población congoleña. Algunos analistas señalan que este acuerdo de Abuja «no ofrece nada nuevo». Es la repetición de otras medidas similares y difícilmente pueden ser el inicio de un acuerdo político sólido.

Si bien es cierto que en estos momentos la dependencia hacia las ayudas económicas internacionales por parte de algunos actores como Ruanda y Uganda, junto a los intereses de otros países como Sudáfrica por estabilizar el continente africano para afianzar el proyecto de Unión Africana, pueden contribuir a frenar los movimientos militares en la zona, la realidad apunta en otra dirección. Los mecanismos para ello son múltiples, desde el apoyo a milicias paramilitares, hasta la utilización de diferencias locales, y todo ello en busca de unos intereses que durante años han marcado la historia de Africa. Y no podemos olvidarnos que eso es fruto de la colonización y de la herencia envenenada que la misma dejó en el continente.