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Medio Oriente - Asia - Africa

5 de mayo del 2004

¿Puede Sharon vencer por la fuerza?

Mitchell Plitnick
The Electronic Intifada, 28 Abril 2004
Traducido para Rebelión por Felisa Sastre

Durante la última década, los líderes políticos- israelíes, palestinos, estadounidenses, europeos y árabes- han coincidido con los pacifistas en un aspecto del conflicto entre Israel y Palestina. Ese lugar de encuentro ha sido el principio de que "ninguna de las partes triunfaría mediante la fuerza".

Pero ahora, el peligroso dúo que componen George Bush en la Casa Blanca y Ariel Sharon en el despacho de Primer Ministro han emprendido la tarea de probar que ese principio es falso.

El 14 de abril, durante una conferencia de prensa en la Casa Blanca, Sharon recibió el agradecido regalo de Estados Unidos a su plan de retirada unilateral de la franja de Gaza. El regalo que Bush le ofreció limitará gravemente la posibilidad de unas negociaciones fructíferas con los palestinos y dañará peligrosamente las perspectivas de una paz duradera, que es exactamente lo que más desea Sharon. Más allá de las declaraciones concretas de Bush, se trataba de la oportunidad para que Sharon comprobara que el axioma sobre el triunfo basado en la fuerza no era cierto.

Una funesta conferencia de prensa.

Durante la conferencia de prensa, Bush realizó varias afirmaciones clave que constituían la recompensa a Israel por la retirada de Gaza. Entre ellas: la aprobación del trazado del Muro de Segregación que se interna profundamente en la ocupada Cisjordania, con sólo pequeñas modificaciones para impedir el total aislamiento de algunas ciudades palestinas; la promesa de que Israel no tendría que retirarse a las fronteras del armisticio establecidas antes de 1967; y la más rotunda declaración jamás hecha por un presidente estadounidense en contra del regreso de los refugiados palestinos a Israel.

En las cartas intercambiadas entre ambos jefes de gobierno, Bush deja claro que Israel, tras la retirada, tiene manos libres para "operaciones anti-terroristas" en Gaza, y que Estados Unidos bloqueará todas las iniciativas de paz que no se ajusten a la ya abortada "Hoja de Ruta". Bush, de esta manera, asegura a Sharon que el Plan Saudí que obtuvo un enorme apoyo internacional, y los Acuerdos de Ginebra, se controlarán junto a cualquier otra interferencia internacional en las previsiones de Israel y EE.UU.

Sharon esperaba que Bush aprobara la inmediata anexión de los grandes asentamientos de Cisjordania e hiciera una declaración inequívoca en contra del retorno de los refugiados palestinos a Israel pero Bush no fue tan lejos. No obstante, los compromisos adquiridos con Sharon socavan gravemente las posibilidades de negociación y son un claro aviso para los palestinos en el sentido de que la imposición, y no la diplomacia, resolverá el conflicto en lo que respecta a Estados Unidos.

Las conversaciones sobre la retirada de Gaza y sus compensaciones se han desarrollado en su totalidad entre Israel y Estados Unidos, sin ninguna representación de los palestinos. Incluso la implicación egipcia ha quedado reducida al asunto de la vigilancia de la frontera meridional de Gaza. Así, la cuestión de si debería existir algún tipo de compensación a Israel por una retirada- que constituye un mandato de la legislación internacional y del sentido común- no fue siquiera planteada. Todo ello en abierta contradicción con la tradicional retórica estadounidense, reiterada con frecuencia por Bush, en el sentido de que el conflicto debería resolverse por medio de negociaciones directas entre las dos partes.

Apropiación de las aspiraciones palestinas.

La retirada israelí a las fronteras de hecho que existieron desde 1949 a 1967 ha constituido un elemento esencial de las aspiraciones palestinas porque es básico para la viabilidad de la solución de dos Estados. Ha sido la esperanza que han mantenido los palestinos desde hace quince años, cuando el Consejo Legislativo Palestino- el órgano representativo de la OLP-, decidió reconocer la existencia de Israel en el 78% del territorio denominado Palestina durante el Mandato británico.

Con esta garantía estadounidense, los palestinos ni tan siquiera podrán conseguir el 22% de su territorio, que esperaban obtener, lo que sin duda supone el final de la solución de los dos Estados, y más aún, el fin de las esperanzas palestinas en un acuerdo negociado que resultara aceptable. Es previsible que la mayoría de los palestinos, incluso muchos de los considerados hasta ahora "moderados", lleguen a la enardecida conclusión de que la violencia es la única opción que se les deja.

Igualmente fundamental resulta para el pueblo palestino su exigencia a Israel en relación con los refugiados de las guerras de 1948 y 1967 y con sus descendientes. En este asunto, y en el de la retirada a las fronteras anteriores a 1967, la mayoría de los negociadores y observadores han reconocido desde hace mucho tiempo que los palestinos jamás conseguirán todo lo que quieren ni tan siquiera la mayoría de lo que exigen. Sin embargo, la búsqueda de una solución pacífica a esta intolerable crisis depende de unas negociaciones que permitan a los palestinos presionar a favor de sus reclamaciones.

La razón fundamental de la finalización de la ocupación no ha sido nunca el creer que el fin de la ocupación sería el final del conflicto. Más bien ha sido que el fin de la ocupación permitiría a los palestinos desarrollar sus estructuras de gobierno y unas instituciones independientes de la dominación israelí. Eso les permitiría negociar en términos de mayor equilibrio. Y esa es la razón por la que los movimientos en pro del final de la ocupación prácticamente se han unido a las campañas que exigen una implicación internacional en el conflicto en el marco de la legislación internacional para resolverlo.

Es preciso dejar claro que Bush no ha cambiado la política en estos asuntos. Que Israel no se retirara a las fronteras anteriores a 1967, y que no se permitiera a los refugiados el retorno más allá de la Línea Verde han estado implícitos en la política estadounidense desde hace mucho tiempo, y, aunque jamás se había hecho explícito, inspiraba claramente la política de su predecesor demócrata, Bill Clinton. John Kerry ha dejado bien patente que apoya por completo la desastrosa declaración de su rival en las elecciones de 2004. Pero, al establecer de forma explícita las posiciones estadounidenses en asuntos tan cruciales, Bush ha cortocircuitado las negociaciones, al dejar a los palestinos sin nada que negociar, por lo que ahora sólo pueden negociar con la violencia. Más aún, al conceder a Israel la autorización para desarrollar operaciones militares en Gaza, los efectos de la retirada para los palestinos que viven allí serán mínimos.

Mejorar las circunstancias para el uso de la fuerza.

¿Existe un objetivo a más largo plazo que lo justifique? George Bush no parece realmente consciente de la magnitud de lo que ha hecho. Esta opinión parece sustentada en la marcha atrás de Bush al día siguiente, cuando intentó superficial y poco sinceramente asegurar a Europa y a los Estados árabes que nada de lo dicho predeterminaba en realidad cualquier solución.

Pero otros han comprendido el impacto de sus declaraciones.

Un documento, publicado hace ocho años por el Grupo de Estudio para una nueva estrategia israelí en el 2000 del Institute for Advanced Strategic and Political Studies, con el título de A Clean Break: A New Strategy for Securing the Realm, diseña de forma clara una estrategia muy similar a la actual. El objetivo que se proponía era el de cambiar la dirección de la diplomacia más allá de la fórmula "paz por territorios". Muchos de sus autores tienen una gran influencia en la política estadounidense sobre Oriente Próximo, entre ellos Douglas Feith y Richard Perle.

Pero las ambiciones de Sharon van mucho más allá. Obtener esta declaración encajada entre el asesinato de los que se puede considerar los dos líderes más conocidos de los grupos palestinos militantes, el jeque Ahmed Yassin y Abdel Raziz Rantisi, no fue una coincidencia. Sharon echa leña al fuego de la indignación palestina, se reúne con su aliado en Washington para demostrar que no habrá negociaciones diplomáticas, y atiza el fuego mucho más.

Tampoco es una coincidencia que todo ello suceda al mismo tiempo que se produce una histórica declaración palestina en contra de los atentados contra civiles israelíes. Al incrementar, simultáneamente, la desesperación y la indignación, Sharon espera aumentar la intensidad del conflicto. Resulta asombroso creerlo pero Sharon había sido contenido hasta entonces, abandonado por la opinión pública mundial, y por las opiniones públicas estadounidense e israelí. Sin embargo la presión de todas ellas sobre Sharon disminuye cuando se incrementa la violencia palestina.

¿Repetir el año 48?

A Sharon se le considera con frecuencia en Israel como el último de los líderes de la generación del Palmach, es decir de la que creó el Estado de Israel. Quizás más que ningún otro israelí vivo, Sharon recuerda el estremecimiento de la expulsión de los palestinos, bien a través de la expulsión directa bien por el terror que crearon las milicias sionistas. Las actuales maniobras parecen encaminadas a repetir alguna de las circunstancias de 1948.

Hace un año, cuando Estados Unidos se preparaba para la guerra en Iraq, algunos especularon con la idea de que la guerra serviría de cobertura a una expulsión masiva de palestinos. Entonces, yo objeté que era improbable porque las circunstancias, en especial la opinión pública israelí, no eran las apropiadas, aunque para las capacidades física y éticas de Sharon sería un momento adecuado. Así que Sharon intenta cambiar las circunstancias. Su oposición a la formulación de "paz por territorios" es antigua y bien conocida. Con la ayuda de George Bush, espera erradicar la viabilidad de la fórmula "paz por territorios". Confía en derrotar a los palestinos militarmente y, llegado el momento, si tiene que hacerlo, concederles unas miajas de tierra no estéril.

Sharon ha dejado claro que pretende mantener los asentamientos principales, así como el enclave judío de Hebrón. El diseño del "Muro de Segregación" es notablemente igual a la idea establecida por Sharon de lo que debe ser un "Estado" palestino en Cisjordania. Pero ni siquiera la Administración de Bush puede pronunciarse por sí sóla. Para conseguir que se convierta en realidad, los palestinos deben ser derrotados. Es bastante probable que un buen número de ellos tendría que irse. ¿Es esa una posibilidad?

Sharon cree que la victoria de 1948 puede repetirse y no deberíamos desestimar la posibilidad de que tenga razón. La tenacidad de los palestinos es bien conocida, pero incluso las personas más comprometidas deben, llegado el momento, pensar en sus hijos y preguntarse si está haciendo lo mejor para ellos. Pero no estamos en 1948. En 1948, muchos palestinos huyeron del conflicto en la creencia de que volverían cuando la guerra hubiera terminado. Muchos, seguramente, creyeron que podrían volver incluso si los sionistas ganaban. Hoy no es el caso.

Pero no deberíamos aceptar alegremente que los palestinos pueden aguantar todo lo que Sharon les lance, ya que su historia hasta el momento demuestra que no son un pueblo a quien expulsar o derrotar con facilidad.

Aumentar la violencia

De lo que podemos estar seguros es de que la declaración de Bush y los excesos de Sharon van a asegurar que el baño de sangre continúe. Cuando cada vez parece más evidente que EE.UU. no será capaz de instalar su propio gobierno en Iraq, podemos estar incluso más seguros de que un Gobierno palestino, sustentado en la aceptación de Israel y Estados Unidos, es una ilusión sin esperanza.

Sharon continuará sus intentos de desafiar el sentido común y se inclinará por el uso de la fuerza aplastante, pero incluso con el apoyo cada vez mayor de Estados Unidos a su programa, Sharon tendrá que tener en cuenta muchas cosas que se interponen en su camino hacia el éxito. Con la intensificación de la resistencia iraquí; la doble ocupación de Iraq y Palestina que hace crecer la militancia y la indignación en todo el mundo árabe; la división del apoyo internacional a la dominación de EE.UU, y la necesidad de que o bien Estados Unidos cambia su rumbo o bien la comunidad internacional, al fin, se opone conjuntamente a esta locura. Pero, al mismo tiempo que la indignación crece entre los palestinos, crece la exigencia de reformas internas, y la rebelión popular que exige unos dirigentes democráticos, representativos y eficaces.

Queda por ver también si el ya aterrorizado pueblo israelí puede llegar a sentirse tan amedrentado y tan indignado como para tolerar un acuerdo impuesto que hacine a los palestinos en sólo el 15 % del territorio del Mandato de Palestina, y obligue a muchos de ellos a escapar.

Mientras los israelíes continúan apoyando a Sharon , sus índices de aceptación permanecen muy bajos tanto por sus escándalos internos cuanto por su fracaso para cumplir su promesa de seguridad. Su habilidad para mantener el poder depende en gran medida de la falta de una oposición fiable al margen de la coalición del Likud. La política israelí es más volátil que la de Estados Unidos, y Sharon y el Likud podrían enfrentarse a una oposición real en los próximos años.

Bush y Sharon han garantizado más muerte y miseria para los palestinos y para los israelíes. John Kerry no ofrece una alternativa en este punto, ni las "palomas" israelíes, como Simon Peres, quien se apresuró a aplaudir el asesinato de Rantisi. La única posibilidad de cambio se encuentra donde siempre ha estado: en las manos de quienes sólo necesitan organizarse y obligar a sus gobiernos a cambiar el rumbo; las manos de los ciudadanos de a pie israelíes y estadounidenses.