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Latinoamérica

Enclaves que perpetuan la miseria rural en el paraguay

Federico Tatter

Día de la Unidad Nacional le ha llamado el actual gobierno a la fecha en que se conmemore el sesquicentenario del Himno Nacional, que habrá de celebrarse en estos días patrios, exactamente el 15 de septiembre. El Himno, con la letra del bardo potosino Francisco González Bocanegra y la música marcial del catalán entonces avecindado en México Jaime Nunó, fue estrenado ese día de 1854, tras las convocatorias que al respecto lanzara Miguel Lerdo de Tejada, oficial mayor en esa época del Ministerio de Fomento, Colonización e Industria, primero para la letra, después para la música.

Y está bien que rememoremos los fastos patrios con esta celebración, que es de estricta y, sobre todo, intensa mexicanidad. No importa, al efecto, que la celebración la convoque el gobierno que sólo de apariencias mantiene el ideal patrio, ya que en las fundamentales de la economía y la política parece y está embargado por afanes entreguistas, llevado por los mareos de la globalización. El Himno es un hecho de todos los mexicanos, como lo es el Grito de Dolores, independientemente de los presidentes que lo hayan lanzado cada año desde el balcón principal del Palacio Nacional. No todos los mandatarios de México han merecido rigurosamente el honor de lanzar el Grito de Dolores, pero ello no obsta para que sea una celebración profundamente arraigada en el pueblo mexicano, que nos da identidad, primero ante nosotros mismos, después ante los de afuera.

Si el Grito es la conmemoración de nuestra independencia y nuestra libertad, el Himno es el canto de las mismas, sin ignorar los distintos momentos históricos en que ambos acontecimientos se comenzaron a celebrar. Si en cada pueblo o ciudad de México se celebra la ceremonia del Grito, en cada alma mexicana resuenan los ecos marciales y solemnes del Himno, que son los mismos de la independencia y la libertad.

Tampoco importa que la época en que el Himno fue compuesto (cuando salía y entraba de la Presidencia Antonio López de Santa Ana, o sea en la incierta etapa de la consolidación de México como nación) le haya dejado impresas al Himno original estrofas de cortesanismo al demagogo Santa Ana, que después fueron totalmente suprimidas. Débil era entonces la conciencia de nación e incluso de sociedad y de ello hay múltiples testimonios tanto de propios como de extraños. Acababa México de pasar los días terribles del gran despojo territorial a manos de los norteamericanos, en 1847, y aún se vivía un ambiente de derrota y frustración. Lo que importa es que por el Himno y a través de él, entre otras cosas, fue fraguando lentamente la idea de nación y nacionalidad en los mexicanos de entonces, que tuvo su primera galvanización en el triunfo sobre el Imperio de Maximilano y sobre la invasión francesa, así como con la Restauración de la República por don Benito Juárez. Cuando al más gran Presidente que ha tenido México le sugirieron en 1864 que cambiase la letra del Himno, por sus tonos belicosos, él respondió, tajante: 'Ni una sola nota, ni una sola palabra se quite al Himno Nacional'. Le autentificó así a la nación su canto más significativo.

Llamado Día de la Unidad Nacional, la celebración del Himno lo es, efectivamente, pese a las motivaciones que el actual gobierno pudo haber tenido para así realizarlo. Lo será pese a los modernos polkos genuflexos ante el Imperio que dicen que nos gobiernan o nos han gobernado desde la égida neoliberal y que ponen irresponsablemente en peligro la identidad de la nación. El Himno, lo mismo que los Héroes Niños, lo mismo que el Grito de Dolores y que la celebración de la Independencia Nacional, el 16, y la Expropiación Petrolera de 1938, aglutinan a los mexicanos, a todos, más allá de siglas y partidarismos. Por eso hemos dicho en el Palenque, no una sino muchas veces: 'se puede ser de izquierda, de derecha o de centro o no tener ideología; lo que no se vale es dejar de ser mexicano nacionalista'. El pueblo mexicano lo es.