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        Latinoamérica 
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Y ahora nos queda el resto del santoral
Iñaki Errazkin 
Colectivo Cádiz Rebelde 
¡La Revolución Bolivariana vive, carajo! La cosa quedó clara a lo 
largo de este inmenso domingo de treinta y seis horas. Vencimos (incluyo aquí a 
la gente rebelde internacionalista, que sentimos el triunfo como propio) en la 
Santa Inés electoral a pesar del enorme poder de nuestros enemigos; pese a la 
batería de trampas, artimañas y martingalas de las que se han valido para 
intentar anular la voluntad de la mayoría del pueblo venezolano; contra viento y 
marea, pero con la razón de nuestra parte y con el apoyo expreso de millones de 
mujeres y hombres desposeídos que saben, como clase expoliada, que sus 
expectativas de futuro están unidas, hoy por hoy, a la permanencia de Hugo 
Chávez al frente de la jefatura del Estado. 
La convocatoria de este referéndum vinculante (al margen de los resultados 
contrarios a la revocación del presidente), por ser un raro ejemplo de honradez 
política y de confianza plena en la ciudadanía, ha supuesto ya un gran éxito 
revolucionario. La victoria ha sido solamente la lógica consecuencia, inherente 
a la coherencia y a la dignidad bolivarianas. Confianza por confianza, y 
viceversa. 
Sin embargo, el día 15 es ya una fecha del pasado. Es hora de seguir trabajando, 
de avanzar más y más en el proceso revolucionario, de continuar cumpliendo las 
promesas, de colmar las ansias de libertad y de justicia de las buenas gentes... 
Ahora toca demostrar que si otra Venezuela está siendo posible, otro continente 
y otro planeta son posibles también. 
Pero que nadie se confunda. Hugo no es el Mesías. Tampoco es Simón Bolívar 
reencarnado. Mitificarlo, es un error; sentarse cómodamente a esperar de él más 
allá de lo que es exigible a un mortal ser humano es, además, una grave 
irresponsabilidad. La República Bolivariana de Venezuela pertenece únicamente a 
sus ciudadanos, y son ellos, los probos venezolanos, hombres y mujeres, los que 
tendrán que defender con uñas y dientes los logros habidos y luchar sin tregua 
por los muchos que restan por llegar. Afortunadamente, la libertad de un pueblo 
es colegiada y no admite depositarios individuales. 
La dignidad no se delega. Indios o criollos, negros o blancos, europeos, 
asiáticos o africanos, somos las personas comprometidas que vivimos repartidas 
por el orbe, las que, en definitiva, hemos de pelear por ese mundo justo y 
solidario que queremos dejar a las generaciones venideras. 
El espíritu independentista y libertario de los americanos olvidados ha de 
imponerse al fin sobre una tierra soberana que no necesita de gringos ni de 
escuálidos traidores que la manejen y la expriman. Tenemos que enterrar de una 
vez por todas a Malinche.