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        Latinoamérica 
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La historia de Tirso Vélez
Colombia: La Gabarra
Luis Alberto Matta Aldana 
Rebelión 
Evocación del líder social Tirso Vélez, a propósito de la desolación y el 
dolor de la región selvática del Catatumbo 
"Los dioses partieron una piña y de ella salió un hombre,
luego partieron otra piña y salió una mujer,
ilusionados partieron otras piñas y salieron muchos niños.
Entonces poblaron las selvas y los ríos y así nacieron los motilones". 
(Leyenda oral de los indígenas Barí, pobladores ancestrales del Catatumbo). 
El 8 de marzo de 1992 fecha de elecciones regionales en Colombia, el entonces 
militante comunista Tirso Vélez, hombre sencillo de acentuadas convicciones 
libertarias y profunda riqueza espiritual, profesor rural de primaria apreciado 
por sus dotes de líder social, cantautor y poeta popular, encabezó una amplia 
coalición de izquierda que incluyó sectores progresistas de los tradicionales 
partidos (liberal y conservador), ganando abrumadoramente la alcaldía de 
Tibú, población de unos 34.000 habitantes, considerada capital de la selvática 
región del Catatumbo. 
Promediando la segunda semana de agosto ese mismo año, como alcalde de Tibú, 
Tirso puso en marcha un orgulloso programa de gobierno que llamó "Tibú un 
sueño de paz". Se trataba de una ambiciosa estrategia de diálogo y 
desarrollo social consultada con las comunidades que lo habían respaldado. Es 
importante destacar que `con Tirso se cumplía el segundo mandato en línea de la
Unión Patriótica, movimiento de izquierda que congregó en el Catatumbo, 
quizá como en ninguna otra región de Colombia todas las vertientes políticas, 
incluyendo líderes católicos y evangélicos, y unificando sectores disímiles de 
izquierda como A Luchar y Frente Popular, también al 
campesinado y por primera vez a los esquivos indígenas Barí. 
Influenciado por el progresista obispo católico Luis Madrid Merlano, Tirso echó 
mano de su desbordante optimismo y de su magnífica vision nacional, y propuso la 
tarea de recoger 100.000 firmas entre los pobladores del Catatumbo y regiones 
aledañas, según él para solicitar al gobierno nacional y a la insurgencia, 
agrupada entonces en la Coordinadora Guerrillera Simón Bolívar – CGSB, un 
cese integral y bilateral de hostilidades, preámbulo obligado hacia la 
construcción de un gran acuerdo de paz entre los colombianos. Como hoy, eran 
épocas de guerra y el narcotráfico corrompía esferas oficiales de poder, 
mientras los terratenientes con la connivencia del Estado fundaban ejércitos 
privados de paramilitares. También como hoy, la insurgencia, y separadamente el 
conjunto del movimiento popular presionaban desde todos los escenarios posibles, 
una auténtica mesa nacional de paz en busca de transformaciones económicas, 
sociales y políticas, que conduzca a la reconciliación nacional. 
A pocas horas de Tibú y más cerca de la frontera con Venezuela, los humildes 
pobladores de La Gabarra (un pequeño corregimiento de Tibú) 
soñaban confiados en un futuro mejor para su región. De mayoría indígena y 
campesina La Gabarra está enclavada en montes circundados por ciénagas y 
madreselvas, en cuyos alrededores se pasean los puercoespín, los tigrillos, 
culebras, báquiros, micos, loras y gallinetas, y otras tantas especies que 
abundan en esas selvas de frontera. Hasta ese momento sus gentes habían vivido 
en relativa paz pero siempre sumidos en la pobreza, pese a ser rodeados de 
yacimienos de petróleo y de enormes riquezas biológicas y naturales. Esta 
pequeña población es en verdad un puerto fluvial a orillas del río Catatumbo, 
torrente navegable que serpentea por entre los montes acogiendo los ríos 
Sardinata, Tarra, San Miguel, Tibú y río de Oro entre otros, para luego 
internarse en Venezuela y desembocar en el lago Maracaibo, por donde sus aguas 
se conectan al mar Caribe. 
En 1992 bajo una significativa influencia comunista, La Gabarra 
constituía el epicentro de una gran fuerza social comprometida con la paz, que 
para desgracia de aquel pueblo, no era una situación bien vista por el gobierno 
neoliberal del presidente César Gaviria Trujillo, quien estimaba al Catatumbo 
como una "zona roja" de alta tendencia subversiva. Por el contrario, los 
habitantes locales la consideraban una zona verde que querían convertir en 
remanso de paz. La verdad es que en esta región, como en muchas otras de 
Colombia donde el Estado olvidó sus obligaciones sociales, la insurgencia creció 
al compás de la inconformidad política de los campesinos y colonos empobrecidos, 
con quienes ha elaborado reglamentos de convivencia desde una óptica de poder 
popular. 
Por aquella epoca las tropas oficiales por orden del gobierno nacional acechaban 
al Catatumbo, y también lo hacía el paramilitarismo que no había logrado 
penetrar definitivamente en La Gabarra, principalmente porque no 
habían florecido el latifundio y los cultivos de coca, que hasta entonces 
constituían un problema relativamente marginal. No obstante, en la primera 
semana de agosto de 1993 el poeta y alcalde de la Unión Patriótica en Tibú, fue 
amenazado por bandas paramilitares, justo después que se perfilara y fuera 
reconocido como el mejor mandatario y administrador entre los alcaldes de Norte 
de Santander. 
El entonces general Harold Bedoya (uno entre los más oscuros personajes en la 
tragedia colombiana) insinuó que Tirso era amigo del terrorismo, porque éste 
había rechazado el arribo de 3.000 nuevos soldados al Catatumbo. En su temerario 
mensaje el general ignoró deliberadamente, que la Unión Patriótica había 
reclamado en cambio de los militares, a 50 docentes que faltaban para suplir el 
deficit educativo del municipio. Pocas semanas después cuando transcurrían los 
primeros días de Septiembre de 1993, Tirso Vélez fue detenido por el DAS 
(policía política del gobierno), cumpliendo una orden de la fiscalía bajo 
presión del general Ardila (comandante local de la brigada móvil del 
Ejército), quien aseguró que el alcalde favorecía desde su administración a 
las guerrillas, y principalmente según él, al Ejército de Liberación Nacional 
– ELN de fuerte arraigo en poblaciones aledañas a Tibú. 
Por aquellos días Tirso había publicado el poema titulado "Colombia un 
sueño de paz", que fue duramente rechazado por los mandos militares, 
porque desde una perspectiva humana instaba a la paz entre soldados y 
guerrilleros. Este fue el verso que alborotó la inquina: 
"Para que exploten bombas de pan y de juguetes 
y corran nuestros niños entre escombros de besos. 
Lancita... mi soldado... recuerda que Jacinto, el hijo de la vieja campesina,
se fue para la guerrilla buscando amaneceres, persiguiendo alboradas. 
Que no regrese muerto, no le apagues su lámpara. 
Porque la vieja espera pegada a su camándula 
pidiéndole a las ánimas que no le pase nada" 
En el sitio web
http://usuarios.lycos.es/palenquederhonealpes/reiniciar.htm se puede 
consultar la totalidad del poema. Una vez leído se corrobora que Colombia no 
está lejos del ‘Macondo’ que nos enseña Gabriel García Márquez, y que la 
detención de Tirso fue poco menos que una infamia, como otras miles que se han 
cometido. Pocas semanas después viajé junto a mi compañera Diana y el 
parlamentario Manuel Cepeda Vargas a Cúcutá y Tibú, para hacer el lanzamiento 
del libro "Poemas Perseguidos", que por supuesto incluía los 
versos de la discordia. Tirso concibió el sugestivo título del libro en la 
cárcel, conque el régimen intentaba acallar la voz del pacífico movimiento 
social de la Unión Patriótica. 
En la ciudad de Cúcuta, a propósito hoy convertida en sede social del 
paramilitarismo, favorecido con la política de "Seguridad Democrática", 
en dicha ciudad durante aquel viaje pudimos corroborar leyendo el expediente de 
Tirso, que los versos del poeta, habían sido interpretados por el general Ardila 
y los sabuesos de la Fiscalía, como intrincadas simpatías del alcalde con el 
terrorismo. Manuel Cepeda haciendo gala del sarcasmo y de su genial ironía 
concluyó días después a través del semanario VOZ: "para la derecha y los 
mandos militares en Colombia, definitivamente la poesía es peligrosa".
A partir de 1992, en los años posteriores y contextualizado con una alta 
militarización, fueron asesinados selectivamente al menos medio centenar de los 
más queridos líderes comunales y cívicos del Catatumbo. Oleadas de pobladores 
(gentes humildes y de bien) migraron forzados a engrosar los cinturones de 
miseria en Cúcuta, El Zulia y otras regiones (incluyendo Venezuela), 
mientras el latifundio voraz extendía sus fauces sobre aquellos territorios, y 
los partidos tradicionales recobraban la hegemonía política. La pobreza continuó 
su camino ascendente y con ella el desempleo y la delincuencia común. 
Entretanto, la coca se expandió rápidamente arrebatando territorios a la selva, 
a la vez que los combates entre las tropas oficiales contra las insurgentes 
FARC-EP y ELN se multiplicaron, sembrando zozobra entre la población civil del 
municipio de Tibú y también en otros como El Tarra, Convención, Hacarí, Teorama 
y San Calixto. 
La insurgencia no pudo impedir la expansion de la coca en sus areas de 
influencia, dada la ausencia de alternativas sociales para el campesinado 
empobrecido y el constante arribo de nuevos desplazados a las zonas de 
colonización, además, porque innegablemente ganó importantes espacios de 
influencia y legitimación entre la población dedicada a sobrevivir con dichos 
cultivos, al prohijar y reglamentar socialmente en los territorios de 
colonización, a los desterrados que huían de la violencia militar y paramilitar.
En 1996 la embajada de EE.UU. ordenó al presidente colombiano Ernesto Samper la 
fumigación de los cultivos de coca, decisión a la que el campesinado no tardó en 
responder con masivas protestas sociales. Aunque las marchas cocaleras tuvieron 
su epicentro en el sur del país, más de 350.000 campesinos se manifestaron 
pacíficamente en varias regiones de Colombia, incluyendo en el norte al 
Catatumbo. Los labriegos exigían soluciones económicas viables para la crisis 
social que padecían, rechazando la criminalización de su actividad productiva, y 
alegando que el cultivo de coca estaba incorporado a su economía de 
subsistencia. El gobierno evadió el diálogo social instalando mesas tramposas de 
negociación, a la vez que reprimía con violencia militar las pacíficas marchas 
campesinas. La arremetida violenta del Estado debilitó la credibilidad 
institucional entre los cocaleros, acercándolos más a las guerrillas, 
organizaciones que no tardaron en organizar una respuesta insurgente, 
fundamentalmente las FARC-EP, quienes desataron una ofensiva guerrillera sin 
precedentes en el sur de Colombia. 
En los años siguientes, en cambio de formular alternativas políticas y sociales, 
el Establecimiento gobernante aceleró la expansión de la estrategia 
paramilitar, obteniendo mayor éxito en el centro y norte del país. Recordemos 
que la violencia paraestatal ha sido el arma tradicional del poder gobernante en 
la Colombia de los últimos 50 años. Por tradición los ejércitos privados de 
"pájaros", sicarios y ahora "autodefensas", han ejecutado o 
encubierto la guerra sucia de los gobiernos y los terratenientes contra los 
movimientos populares de oposición. 
La estrategia paramilitar se benefició y se ha visto fortalecida como nunca 
antes con el "Plan Colombia", un impresionante programa de guerra 
patrocinado por los EE.UU. que puso en marcha el presidente Andrés Pastrana, 
bajo el embeleco de combatir al narcotráfico y el terrorismo. Fortalecidas y 
envalentonadas las bandas paramilitares en mayo de 1999 organizan un ataque 
masivo contra la población del Catatumbo, con la intención de copar aquellos 
codiciados territorios, cuyos cascos urbanos estaban ya bajo control absoluto de 
las fuerzas militares del Estado. Una directriz del Plan Colombia ordena que la 
fuerza pública se instale definitivamente en cada uno de los 1070 municipios del 
país, de los que al menos 320 (fundados a la sazón del desplazamiento forzado 
y la pobreza) han sido históricamente controlados por las guerrillas. 
Con la ofensiva paramilitar Tibú y particularmente el corregimiento de La 
Gabarra fueron bañados en sangre. Cerca de 600 personas son asesinadas, 
muchas de ellas sometidas a horribles torturas, en las que familias enteras 
fueron mutiladas con machetes y motosierras, incluyendo numerosos niños y 
ancianos. Aproximadamente 20.000 colonos y pobladores huyen atemorizados de la 
región, con la anuencia descarada de la fuerza pública y el silencio 
aterrador del gobierno nacional. Prestigiosas organizaciones defensoras de 
los derechos humanos como la "Asociación para la Promoción Alternativa – 
Minga" documentaron informes y testimonios de primera mano, que 
contribuyeron sin duda a despejar lo acontecido. Pese a todo, la casi totalidad 
de políticos, financiadores y militares responsables de estos crímenes de lesa 
humanidad siguen actuando libremente y vinculados al gobierno de Uribe. Como 
excepción a la regla se contabiliza la destitución del general Alberto Bravo 
Silva, que por acción y omisión fue vinculado a los hechos. 
Llama la atención que antes y durante el periodo en que fueron cometidas las 
terribles masacres contra la inerme población del Catatumbo, la fuerza pública 
desplegó bajo orden del general Martin Orlando Carreño Sandoval, 
entonces comandante de la 5 Brigada del Ejército con sede en Bucaramanga, la más 
grande operación contrainsurgente en la historia de la región. Entre mediados de 
Octubre del año 2001 y finales de Marzo de 2002, aproximadamente 7.500 soldados 
de élite, pertenecientes a los batallones: Comuneros 36 (que operó entre 
Tibú y el corregimiento de Filogringo en El Tarra); Santander (esta 
unidad se desplazó desde el departamento del Cesar hasta el área petrolera de 
Orú); Unidad Móvil de contraguerrillas – Los Guanes; Luciano D’Elhuyar, 
y batallón Maza de Cúcuta, realizaron operaciones en la región. 
Las tropas del Estado con apoyo de la fuerza aérea, combatieron y ametrallaron 
por todos los flancos a las guerrillas, afectando principalmente al ELN que 
tenía una importante presencia en varios municipios del Catatumbo. El accionar 
del ejército, presumiblemente trataba de contener la reacción de los 
insurgentes, en momentos en que las paramilitares AUC acometían sus motosierras 
contra la población civil. El pretexto de los "paras" era aniquilar las 
supuestas bases sociales de la subversión, mientras el ejército, en forma casual 
parecía controlar la posible retirada de los civiles que huían del cerco de 
terror que imponían las bandas genocidas. Testimonios de campesinos 
sobrevivientes e investigaciones posteriores a las matanzas, pusieron al 
descubierto la casi descarada coordinación entre oficiales y paramilitares que 
llevaron a cabo las operaciones. 
Los saqueos, violaciones, torturas, asesinatos y desapariciones selectivas 
tuvieron su climax genocida en diciembre de 2001, fecha en la que tiene 
lugar la segunda masacre de civiles inocentes. Las llamadas "autodefensas" 
recorrieron durante su redada criminal, territorios más allá de las zona urbana 
y rural de los municipios del Catatumbo, abarcando también áreas del Carmen, La 
Playa, Puerto Santander, Petrólea y Río de Oro, es decir, casi un tercio del 
departamento, jornada de terror que se prolongó hasta mediados de Marzo del 
2002, cuando se considera que la región pasó al control casi absoluto del 
paramilitarismo. Desde entonces el narcotráfico acumula poder a expensas de las 
tierras campesinas. 
Los actos de barbarie ejecutados por los escuadrones de la muerte contra civiles 
indefensos, condujeron a la inevitable degradación del conflicto social armado. 
Así mismo las estelas de muerte y destrucción del frágil tejido social del 
Catatumbo se fueron extendiendo paulatinamente a otras secciones del Norte de 
Santander. Municipios como Arboledas, Salazar de las Palmas, Villa del Rosario, 
El Zulia y particularmente Cúcuta, ciudad capital que alberga poco más de 
600.000 habitantes, el 70% sumido en la pobreza, fueron convertidas en sede 
social del narcotráfico y las derechistas Autodefensas Unidas de Colombia –
AUC. El Norte de Santander es una provincia montañosa de unos 21.000 
Km2, compuesta por 38 municipios incluyendo Tibú. 
Mención especial hago del municipio de El Zulia, ubicado a escasos 25 minutos de 
Cúcuta en un esplendoroso Valle de arrozales, circundado por montañas y dos ríos
(Peralonso y Zulia), que constituye uno de los lugares más hermosos de 
Colombia. Allí transcurrieron los primeros años de mi juventud, los primeros 
amores, la secundaria y el primer acercamiento a las luchas políticas junto a la 
Unión Patriótica. Fue una época determinante para la vinculación definitiva al 
trabajo por una verdadera democracia y por la paz en Colombia. Un sábado tarde, 
en agosto de 1978, durante una improvisada reunión de cantores en el parque 
principal conocí a Tirso Vélez, que acariciaba canciones de protesta en su 
guitarra. No tardó en enseñarme el periódico VOZ, y un tiempo después me fue 
presentando a Juan Mogollón, Jaime Gómez, David Jaimes, Carlos Bernal y otros 
delegados del Partido Comunista que frecuentaban El Zulia con propaganda 
revolucionaria. 
Tirso Vélez fue aislado del regional del PCC en época posterior a su accidentada 
alcaldía de Tibú, poco tiempo después de haber salido de prisión. Conflictos y 
discusiones propias del Partido lo alejaron de las huestes comunistas. En los 
años siguientes con total autonomía fortaleció su profunda convicción pacifista 
y liderazgo político, siendo primero diputado departamental, luego aspirante 
independiente a la gobernación y al parlamento, hasta que finalmente llegó a ser 
el más opcionado candidato a la gobernación del Norte de Santander en el año 
2003, encabezando de nuevo una coalición muy amplia de organizaciones populares, 
esta vez impulsada por el Polo Democrático y el Frente 
Social y Político, los mismos movimientos alternativos que llevaron al 
socialdemócrata Luis Eduardo Garzón a ser el actual alcalde mayor de Bogotá. 
Pero el Norte de Santander bajo la férula narcotraficante y paramilitar, ya no 
fue tierra fértil para proyectos democráticos y civilistas. Una casta de 
terratenientes y corruptos se han apropiado de los hilos de poder político y 
económico, infiltrando inclusive los órganos de justicia, situación 
reiteradamente demostrada en las documentadas denuncias de organizaciones 
defensoras de derechos humanos, y paulatinamente confirmadas por sucesivos 
escándalos, que han desvelado la ligazón institucional de narcotraficantes y 
paramilitares con la oficina regional de la Fiscalía General de la Nación. 
Justo cuando Tirso Vélez encabezaba las encuestas de opinión a nombre del Polo 
Democrático, y la población (principalmente las barriadas empobrecidas de 
Cúcuta, colmadas por desplazados de la violencia) manifestaban abierta 
complacencia por su magnífica candidatura a la gobernación del Norte de 
Santander, su preciosa vida le fue arrebatada violentamente. 

Con el asesinato de Tirso la ultraderecha cortó las alas de un proyecto 
civilista, popular y democrático, afianzando la llegada de los corruptos de 
siempre al poder regional. La clase dominante no toleró una pacífica candidatura 
de izquierda, y por evidente temor a una derrota electoral, castigó sin piedad 
al líder que encarnaba un auténtico proyecto de paz para el departamento. 
Al poeta y cantautor, que desde un liderázgo de izquierda asumía como el 
candidato de los excluídos, le cegaron la vida al atardecer del miércoles 4 de 
Junio de 2003. Las ráfagas de los sicarios hirieron también a Isabel (esposa 
y madre de sus pequeños hijos Miguel Angel y Ruben Darío) y un acompañante 
ocasional. El crimen se cometió a escasos metros de la vigilada sede del 
gobierno departamental y a pocas cuadras de una enorme estación de policía. No 
obstante, testigos aseguran que los asesinos se dispersaron con toda 
tranquilidad por la ciudad, utilizando dos conocidos taxis y varias motocicletas 
de alto cilindraje que cruzaron por entre habituales retenes militares. 
Horas después del crimen el diario "La Opinión", un periódico de 
cubrimiento regional que en vida le publicó artículos y poemas a Tirso, 
extrañamente ese día enfatizó su sitio web en noticias sobre hechos 
violentos adjudicados a la insurgencia. Aparecía el titular del atentado contra 
Tirso, pero al abrir la noticia dejaba ver la nota sobre un atentado cometido 
supuestamente por el ELN contra un centro comercial. Muchos nos preguntamos 
¿que pretendía el diario La Opinión? Lo cierto es que este periódico ha 
girado hasta convertirse en un confundidor de la opinión pública y en el puntal 
defensivo de la clase política más corrompida del departamento, obviamente 
ligada al narcotráfico y el paramilitarismo. El gobierno de Alvaro Uribe Vélez, 
campeón de los "shows mediáticos", frente al asesinato de Tirso guardó un 
repugnante silencio. 
El asesinato de Tirso Vélez se inscribe en la ya sistemática eliminación de 
opositores que ha padecido el Norte de Santander. Aunque la Defensoría del 
Pueblo y organizaciones de derechos humanos corroboran que más de cinco mil 
líderes sociales, comunales y sindicales han sido asesinados en los últimos 5 
años en Cúcuta, la realidad es que los crímenes selectivos contra el 
movimiento popular se remontan a la década de los ochenta. Miles de seres 
anónimos han perdido la vida y también destacadas personalidades cuya actividad 
estaba centrada en la oposición política al régimen. En honor a la memoria y con 
esperanza de justicia se precisa recordarlos a todos, pero en esta breve nota 
solo mencionaré algunos: 
Ramón Aníbal Díaz, prestigioso profesional y líder regional del Partido 
Comunista y la Unión Patriótica, asesinado el 26 de Enero de 1986, junto a 
varios compartidarios y miembros de su familia. 
Darío Colmenares y su esposa Shirley Díaz abogados defensores de 
detenidos políticos, ambos asesinados en 1985. 
Carlos Ariza, defensor de presos políticos sindicados de rebelión, fue 
asesinado en 1994. 
Elsa Clarena Guerrero y Carolina Santiago Navarro, asesinadas en 
Ocaña, el 28 de Enero de 2001, pertenecían a la Asociación de Institutores de 
Norte de Santander –Asinor, filial de Federación Nacional de Educadores – 
Fecode. 
Gabriela Galeano, dirigente sindical de Anthoc, sindicato de los 
trabajadores de la salud, asesinada el 9 de Diciembre de 2000 en Cúcuta. 
Carlos Cordero, también dirigente del sindicato Anthoc, asesinado en 
Bochalema, el 6 de Diciembre de 2000. 
Rosalba Calderón Chávez, sindicalista de Anthoc, asesinada en Ocaña el 3 
de Octubre de 2000. 
Pauselino Camargo Parada ex sacerdote y apreciado líder social, ex 
alcalde de Cúcuta, asesinado por paramilitares el 3 de Febrero del año 2000. 
Iván Villamizar Luciani, activista de derechos humanos, ex defensor 
regional del pueblo y profesor universitario, asesinado el 12 de febrero de 
2001, luego de hacer denuncias contra la corrupción y sobre la situación de 
derechos humanos. En un golpe posterior contra la Universidad fueron 
secuestrados, torturados y asesinados, por policías y paramilitares, los líderes 
estudiantiles Edwin López y Gerson Leal. 
Carlos Arturo Pinto Bohórquez y María del Rosario Silva Ríos, 
fiscales especializados quienes al momento de su crimen investigaban casos de 
narcotráfico y paramilitarismo, en los que estaban implicados líderes políticos 
y empresariales del Norte de Santander. 
Luis Humberto Rolón, dirigente cívico y activista del PCC asesinado el 16 
de Junio de 2003. 
Mención especial para Carlos Bernal y David Jaimes, a quienes 
conocí gracias a Tirso, y a quienes traté de cerca y encontré en diferentes 
ocasiones a lo largo de los últimos años. Carlos Bernal fue asesinado por bandas 
paramilitares el jueves 1 de Abril de 2004 en la ciudad de Cúcuta. Fue un 
importante lider de las juventudes comunistas del Norte de Santander, 
posteriormente directivo del PCC, y comisionado de paz de dicho departamento. Al 
momento del crimen se desempeñaba como secretario general del Frente Social y 
Político, desde donde desarrollaba un intenso trabajo en favor de la solución 
política para el conflicto armado. Y David Jaimes, quien fuera el primer alcalde 
de la Unión Patriótica en Tibú y lider apreciado en el Catatumbo, 
fundamentalmente por sus vecinos de La Gabarra que apreciaban en él su 
calidad humana. David fue asesinado durante la primera semana de Junio de 2004, 
en cercanías de la frontera colombo venezolana, en circunstancias aún no 
esclarecidas. 
Es en el marco de esta sistemática violencia, amparada en el terrorismo de 
Estado, que sucedió el último crimen colectivo en la Gabarra. A la madrugada del 
martes 15 de junio de 2004 la muerte azotó de nuevo las selvas del Catatumbo, 
día que fueron asesinados 34 jornaleros y labriegos que descansaban la jornada 
acampados en una humilde vereda, y que según se pudo confirmar, estaban recién 
llegados a la región, llevados y contratados por una mujer que figura en la 
nómina de los paramilitares. 
Respondiendo a una calculada programación, los "raspachines" nombre común de los 
trabajadores que desojan arbustos de coca, fueron instalados en un campamento 
aislado, sitio donde posteriormente se cometió la matanza, hecho atroz ejecutado 
con sevicia, y a escasas horas de instalarse la mesa de diálogo entre el 
gobierno de Uribe Vélez y las bandas paramilitares. Al parecer con esta matanza, 
se pretendía atraer a Santafé de Ralito, sede de los diálogos paramilitares, a 
medios de prensa internacionales renuentes a un gran despliegue informativo 
sobre este proceso que muchos consideran una farsa del gobierno Uribe. En cuanto 
al macabro suceso de La Gabarra, aún sin hacer el levantamiento de los 
cadáveres, sin acudir al sitio, sin investigación alguna y sin análisis 
probatorio, políticos y militares del Norte de Santander, entre los que se 
destacó el coronel Marco Antonio Pedreros, comandante departamental de 
Policía, se apresuraron a adjudicar la masacre a la insurgencia, tratando de 
señalar al paramilitarismo como víctima. 
En el marco de esta triste coyuntura, que enluta hogares colombianos, el 
presidente Uribe organizó una fuerte ofensiva mediática orientada a justificar 
su estatuto antiterrorista, y solicitar a la comunidad internacional respaldo 
para el proceso de paz que adelanta con los paramilitares. La prensa favorable 
al régimen repitió hasta el cansancio la versión difundida por las autoridades, 
y los titulares inclusive de agencias internacionales, simplificaron el 
conflicto social y armado colombiano, indicando la existencia de una guerra 
entre paras y guerrilla por hacerse al control de los territorios donde se 
cultiva coca. Prácticamente ningún análisis apareció sobre la vulnerabilidad de 
los civiles desarmados en el Catatumbo y toda Colombia, que se supone, son el 
objeto de protección de la política de "seguridad democrática" que adelanta el 
gobierno. 
Con la última masacre en La Gabarra también se tendió una cortina de humo, en 
apariencia casual, sobre el grave escándalo que afecta a las primeras 
‘autoridades’ del Norte de Santander, comenzando por el alcalde de Cúcuta, señor
Ramiro Suárez Corzo, recientemente capturado a pesar de su investidura, 
luego de que se filtrara ampliamente a la opinión pública su descarada ligazón 
con el hampa narcotraficante, y su co-responsabilidad intelectual en crímenes de 
personalidades del Norte de Santander, entre otros, el asesinato de Tirso Vélez.
Días antes de la matanza de raspachines de coca, se había puesto al descubierto 
que el señor Suárez Corzo organizó durante su campaña electoral una fuerte 
campaña contra el candidato de la izquierda democrática Tirso Vélez, 
favoreciendo a su compadre político, Miguel Morelli Navia, hoy 
gobernador del Norte de Santander. Morelli Navia ha guardado un aterrador 
silencio ante los centenares de asesinatos contra líderes populares, sucedidos 
durante su campaña y su mandato. 
Entretanto la acción de organismos de derechos humanos han presionado al 
desprestigiado aparato de justicia colombiano para que actúe. El primer 
resultado ha sido la orden de captura contra el alcalde de Cúcuta, Ramiro Suárez, 
a quien también se le imputa responsabilidad en el asesinato del asesor jurídico 
de la alcaldía, Alfredo Enrique Flórez. Por este mismo hecho es prófuga de la 
justicia la señora Ana María Flórez Silva, directora de Fiscalías en la 
ciudad de Cúcuta, acusada igualmente de complicidad con las bandas 
paramilitares. También se investiga a Magali Yaneth Moreno Vera, ex 
investigadora del Cuerpo Técnico de Investigación de la Fiscalía, cargo que 
mantuvo a pesar de ser la novia de un comandante paramilitar. Otros 
superficialmente investigados son la señora Deisy Calcerán de la 
Secretaría de Gobierno departamental, el secretario de Seguridad Iván 
Figueredo, este último delatado por amigos suyos que arrepentidos se 
entregaron a la justicia, y el Coronel Víctor Hugo Matamoros, actual 
comandante del batallón Maza. 
El presidente Uribe trató de utilizar la no esclarecida masacre de La Gabarra, 
como instrumento de presión, para poner en entredicho el valioso e independiente 
trabajo que realiza Amnistía Internacional, y todo porque esta 
organización no reprodujo a velocidad de papagayo amaestrado, las versiones 
oficiales sobre el lamentable hecho de violencia. El señor Uribe ignoró 
deliberadamente, en un intento por impactar a la opinión de derecha que le 
favorece en las encuestas, que Amnistía Internacional es una organización 
defensora de derechos humanos caracterizada por la prudencia y la independencia, 
y que acude a informaciones de primera mano, las cuales analiza y contrasta, y 
generalmente hace pronunciamientos cuando conoce versiones creíbles, producto de 
la investigación realizada en terreno. En realidad el plan de Uribe era 
desacreditar a la insurgencia, transformar en víctimas a los victimarios, y 
ganar adeptos en su odiosa campaña contra los defensores de derechos humanos.
Portavoces del Establecimiento alimentaron la polémica de Uribe Vélez contra 
Amnistía Internacional, desplegando para ellos su maquinaria de prensa y 
enfatizando en la manipulación informativa, para lo cual además, aprovecharon un 
desatinado artículo de opinión publicado en la agencia de prensa ANNCOL, 
agencia que habitualmente y desde una óptica de izquierda difunde notas sobre el 
conflicto colombiano. La mencionada nota de ANNCOL enfatizaba en la 
paramilitarización del Catatumbo, pero fue asimilada por los medios gobiernistas 
a una comunicación oficial de las FARC, en la que supuestamente aceptaban como 
positiva la matanza de trabajadores raspachines en La Gabarra. 
Posteriormente ANNCOL desde su sede europea aclaró no poseer facultades 
tales, como las de suplantar a la comandancia guerrillera, sin embargo, la 
manipulación informativa se mantuvo, ignorando las pertinentes aclaraciones y 
protestas de la agencia de prensa. 
No se puede falsear la realidad, como históricamente lo han hecho los 
empresarios y terratenientes que gobiernan a Colombia, dueños y señores de la 
prensa colombiana. Sin duda, y como sucede en todo conflicto armado interno o 
guerra civil, el Estado garante y tutelar de los derechos es el directo 
responsable de la violación a los derechos humanos, así como los alzados en 
armas contra el poder establecido, son responsables mayoritarios de las 
infracciones al Derecho Internacional Humanitario. Los paramilitares luchan por 
defender los privilegios de los ricos y terratenientes que gobiernan, y se 
declaran hijos del Estado colombiano. En una guerra así se necesita una 
información independiente y alternativa, y más cuando la población civil es 
quien padece los peores rigores del conflicto. 
Esta realidad nos obliga a quienes estamos comprometidos con la defensa de los 
derechos humanos y con la búsqueda de una auténtica democracia, a que sigamos 
trabajando desde nuestras posibilidades, por alcanzar la consolidación de un 
movimiento amplio, nacional e internacional, por la paz con justicia social en 
Colombia. El acuerdo humanitario debe ser la primera tarea de este movimiento 
popular, porque abre una puerta hacia la discusión de soluciones políticas y 
sociales para el conflicto interno. Por ahora el gobierno Uribe camina en 
sentido contrario, legalizando los paramilitares y su caudal narcotraficante 
mediante el diálogo, y prometiendo un partido político de ultraderecha que 
supuestamente lo va a elegir nuevamente como presidente. 
En este contexto le envío al presidente Alvaro Uribe Vélez, dos mensajes... 
Primero, que quienes estamos comprometidos en la búsqueda de la paz con 
justicia social, y en la construcción de una democracia verdadera para nuestro 
pueblo, jamás nos alegramos ni celebramos muerte alguna, por el contrario, a 
todo tiempo y lugar reclamamos la paz como nuestro más grande anhelo, y la 
vigencia integral de los derechos humanos como esencia de justicia. Segundo, 
que los auténticos defensores de derechos humanos somos independientes,
pero no somos ni podemos ser neutrales ante el conflicto social armado 
interno, ni más faltaba, pues con absoluta claridad estamos a favor de la 
solución política y del diálogo con los insurgentes, porque la guerrilla está 
conformada por quienes no tuvieron otra opción que levantarse en armas para 
continuar sus luchas que no pudieron por vías democráticas. No respaldamos 
el monólogo inmoral entre su gobierno con paramilitares y narcotraficantes, 
porque estamos a favor de la paz como producto de transformaciones sociales, 
económicas y políticas en bien de nuestro pueblo, paz con reforma agraria, 
soberanía y derechos humanos. 
Y no podría concluir la presente nota sin destacar el testimonio que Tirso Vélez 
nos brindó con su preciosa vida. Tirso amó tanto a sus hijos como a la poesía, 
porque ellos eran para él sus versos vivos. Fue un soñador incansable 
comprometido con la causa liberadora de los pobres, fue un hombre culto y 
autodidacta, poseedor de una natural sencillez. Fue un líder transparente que 
sabía escuchar y transmitir mensajes. Por tradición familiar fue cristiano y por 
conciencia militante comunista, pero al final de sus días fue simplemente un 
pacifista, alguien que combinó en la práctica sus experiencias intelectuales y 
espirituales. Era un enamorado de la vida, tema que expresó en la nostalgia de 
sus cantos y en la profundidad mística de sus poemas, porque creía que la vida 
es un círculo. Gozó y compartió con sus amigos el mensaje simple de libros como
"Sidartha" del escritor alemán Herman Hesse, y de otros como"El 
Principito" y "Juan Salvador Gaviota". 
Poco antes de su muerte había declarado en una entrevista: "Yo le tengo miedo 
a la muerte por lo desconocido. Tengo miedo a dejar compromisos sin cumplir o 
metas no logradas, si tienen que ver con la felicidad del ser humano y contra 
tantas injusticias vigentes en la tierra". Paz en su tumba e infinita 
memoria para él y para tantos inocentes asesinados, encarcelados, perseguidos, 
torturados y desaparecidos en el marco de la guerra sucia y el terrorismo de 
Estado. De esos seres humanos excepcionales, soñadores y amantes de la vida, 
tomaremos lo mejor de su herencia y se lo transmitiremos a las nuevas 
generaciones, para que nosotros ni ellos jamás los olvidemos. 
Anexo: Mapa del Norte de Santander y su ubicación en Colombia. 

 
Luis Alberto Matta Aldana es ex-consejero de paz del Valle del Cauca y 
activista de derechos humanos, actualmente refugiado político.