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El milagro chileno
Angel Guerra Cabrera
El modelo neoliberal ha mostrado una gran eficacia en el saqueo y la 
subordinación de los Estados del tercer mundo y en la generación insólita de 
injusticia social. Tanto que no es raro escuchar lágrimas de cocodrilo de sus 
propios voceros acerca de la conveniencia de "abatir" las desigualdades que 
crea. Siempre, claro, que no implique cambiarlo ni en un ápice, porque eso, 
¡horror¡, es "populismo". El populismo según ellos es cualquier política que 
tienda a beneficiar a los de abajo. Últimamente hemos oído hasta "autocríticas" 
del Fondo Monetario Internacional, como recientemente respecto a Argentina, 
referidas obviamente a aspectos secundarios del modelo. Autistas, los 
neoliberales achacan el desastre social latinoamericano a la "insuficiencia" de 
las llamadas reformas estructurales, que habrían conseguido sus nobles 
propósitos de haberse aplicado con el ritmo y la intensidad recetada desde 
Washington. El ejemplo a seguir - afirman- es el "milagro chileno", colmado de 
bienandanzas porque sí realizó una dócil aplicación del dogma, propiciada por la 
"estabilidad de su sistema democrático" y por políticas fiscales y sociales 
"responsables". 
Falso. El modelo neoliberal en Chile, aunque logró en los noventas un impulso al 
crecimiento económico -después interrumpido, por cierto- no está exento de 
ninguno de los flagelos que lo caracterizan en el resto de América Latina. 
Aclaremos que aunque el crecimiento económico es indispensable para lograr el 
desarrollo, aquel no necesariamente acompaña a este. Es más, el eventual 
crecimiento en las condiciones de la ortodoxia neoliberal ahonda el 
subdesarrollo y la dependencia y ese es el caso precisamente de Chile. Así lo 
confirman datos del investigador chileno Edgardo Condeza citados por la 
Asociación Salvador Allende, de chilenos residentes en México, en la celebración 
del 33 aniversario de la nacionalización del cobre por el gobierno de la Unidad 
Popular. 
Los datos dejan clara la oportunidad histórica perdida de impulsar con el cobre 
nacionalizado la independencia económica y política del país, como pretendía el 
presidente Allende. Chile, con el 0.25 por ciento de la superficie terrestre, 
posee el 37 por ciento de las reservas conocidas del mineral en el planeta y su 
producción asciende a 36 por ciento de la mundial, siendo su costo de producción 
el más bajo del mercado. 
Después de la nacionalización, en 1971, quedó en manos del Estado 95 por ciento 
de la producción total. En 1990, a 17 años del golpe fascista, la producción 
estatal era todavía de 84.2 por ciento. Sin embargo, en los 12 años siguientes 
de los gobiernos de la Concertación(maridazgo de los golpistas de la Democracia 
Cristiana y los socialistas estilo Blair, ergo Ricardo Lagos), pese a que la 
producción de cobre del Estado aumentó en términos absolutos, resultó desplazada 
al 30 por ciento del total por la del sector privado(Grupo Luksic y empresas 
extranjeras) que saltó a 70 por ciento. No obstante, la estatal CODELCO aportó 
en ese periodo al fisco 10 600 millones de dólares mientras las empresas 
foráneas sólo entregaron 1 500 millones(o evaden o pagan impuestos 
insignificantes). A este saqueo escandaloso se une el procesamiento del mineral 
en el exterior impidiendo con ello su industrialización, uno de los objetivos de 
Allende. Pero esto no es todo. Por un decreto de la dictadura aún vigente, 10 
por ciento del monto bruto de las ventas del cobre se entrega a las fuerzas 
armadas, sin que estas rindan cuenta de su destino. 
Difícil superar esta proeza en la dilapidación del recurso básico nacional, el 
sueldo de Chile que dijera Allende, lograda por los administradores 
democristianos y socialistas del modelo instaurado con el golpe fascista. Pues 
bien, no menos notable es su gestión en cuanto a justicia social. 
Baste decir que Chile figura entre los doce países del mundo con peor 
distribución del ingreso, según el Informe de Desarrollo Humano del Programa de 
Naciones Unidas para el Desarrollo(PNUD). La distribución del ingreso, que en el 
gobierno de la Unidad Popular se inclinó notablemente a los más desfavorecidos, 
inició una fase regresiva tras el golpe militar; pero de nuevo, es con los 
gobiernos de la Concertación que el fenómeno se agudiza. En 1990 los ingresos 
del decil más pobre de la población correspondían a 1.4 por ciento y los del 
decil más rico a 42.2, pero en 2000 esta proporción se había precipitado a 1.1 y 
42.3 respectivamente.