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Latinoamérica

El 31 de octubre no es sólo un desafío para políticos

Cuando en muchos ámbitos no se han terminado de procesar (o digerir) los resultados de las elecciones internas, una sucesión de anuncios y hechos políticos agregan elementos para nuevos análisis.

Hugo Cores
PVP-Frente Amplio
Rodelu

Con el riesgo de descentrar la atención en lo que – a mi juicio- debiera ser prioritario: acumular fuerzas, en cantidad y en calidad, para salir airosos del desafío del 31 de octubre.

Podría ocurrir que la abundancia de fintas y conjeturas desbordara nuestra capacidad para aplicarnos a trabajar sobre lo central, es decir una victoria popular a partir de reconocer que el FA y sus aliados son la única alternativa política para ensayar cambios de fondo en la vida del país.

Nuestro adversario, el senador Larrañaga, en el caso de pasar a la segunda vuelta del balotaje, no tendrá otra alternativa que llamar a Sanguinetti, Batlle y Lacalle para labrar, actualizado, el mismo compromiso que los blancos, entre ellos el propio Larrañaga, hicieron con los colorados en noviembre de 1999 para hacer posible el triunfo y el gobierno de Batlle.

Hay no obstante, tientos y diferencias entre 1999 y el 2004. Batlle al igual que Larrañaga se presentó como una ruptura al continuismo, que en aquel caso consistió en haber derrotado al candidato de Sanguinetti, Luis Hierro López. A tenerle confianza para buen presidente se indujo a partir de haberse declarado en la Estación Carnelli: ¡quería pasar a la historia con buenas notas! El que muchos electores le hayan creído es muestra que el angelismo así los palos torcidos no se terminan nunca. Ni estaba en Carnelli ni su presidencia fue otra cosa que la lealtad de siempre a sus intereses y las conveniencias de los círculos del poder económico y político que lo rodean. Ahora quiere Senado, quizá buscando cobijo para cuando en el país se sepa más acerca de todos los desatinos que perpetró durante su "histórica" gestión presidencial.

La diferencia es que mientras aquel se postuló como un neoliberal de pura cepa, Larrañaga exhibe declaraciones genéricas con un cierto tono progresista.

El cambio de carátula es significativo. Nos dice que, en cierto sentido, el neoliberalismo es visto finalmente como impresentable. Incluso por buena parte de la derecha. Eso, conviene no olvidarlo, es el resultado de una lucha, la del Frente Amplio y del movimiento obrero que lo enfrentaron de la mejor manera que pudieron, impidiendo incluso la ejecución de algunas de sus medidas más importantes, como ocurrió con Ancap.

Impresentable ante la gente, claro. No ante los organismos internacionales, donde parece ser de exhibición obligatoria.

Para nosotros ahora se trata de plasmar en el campo electoral el descrédito del neoliberalismo. Mostrar la singular condición de Larrañaga, que intenta disputarnos el progresismo con el apoyo de los más genuinos representantes del poder económico y el pensamiento neoliberal y conservador.

Como paradoja, la de ahora, es de vuelo más corto que la de la Estación Carnelli. Si gana Larrañaga, algunos de los que hoy mandan bajarán algún escaloncito. Subirá alguna cara nueva, como suele ocurrir. Pero el poder real seguirá en las mismas manos, firme y confiado. Y así serán sus políticas en todos los campos.

Creo que la tarea política que se nos plantea tiene algo novedoso y que, bien colocados ante el desafío, estamos en condiciones que esta sea una instancia de cierta profundización de la democracia.

En una primer instancia habría que retomar la idea de la instalación de un Observatorio imparcial y calificado que prepare un arqueo sobre el desempeño de los medios de comunicación ante la instancia electoral. Nada bueno resultará para nosotros si repiten en esta elección la toma de partido descarada por blancos y colorados que hicieron en 1999.

En segundo lugar, el Poder Legislativo, ahora con tanto progresista (o aspirante a serlo) sentado en sus bancas, tendría que legislar un conjunto de normas justamente de signo progresista que están trancadas, algunas desde principio de la legislatura. ¿Por qué esperar al 2005? ¿Acaso vivimos en Noruega? El flagelo de la desnutrición infantil ¿es un invento del Instituto Nacional de Estadística?

En tercer lugar, la izquierda uruguaya, por su trayectoria y su realidad actual, no es solo una presencia visible y creciente en las instituciones políticas. Tiene además una extendida implantación social.

Esa inserción en barrios, cooperativas, centros estudiantiles, gremios y asociaciones todo tipo es una de las ventajas comparativas más importantes entre las corrientes progresistas y los partidos tradicionales, que solo son capaces de alimentarse y alimentar desde las tetas clientelísticas del Estado. Sombras sin cuerpos de los viejos caudillos, como carta de triunfo electoral les resta operar con el temor al cambio, con la amenaza y el favor inmediato.

Por ahora, para la izquierda no está todo resuelto. Para alcanzar eficacia electoral nuestra implantación en la sociedad debiera transformarse. Aunque son imprescindibles no basta con las movilizaciones parciales o con estar en las comisiones directivas, asambleas y ocuparse de los temas del barrio o del gremio.

Así como están, las estructuras del movimiento popular no están en condiciones de competir con éxito con la del otro formato de lucha política, con el modelo que prefiere la derecha porque allí es más fuerte, que es la batalla publicitaria en los costosos medios de comunicación controlados por el poder económico.

Hay que ser menos espectadores más protagonistas. Preguntar, controlar, denunciar, exigir definiciones a los candidatos políticos: hoy eso debería ser un aspecto esencial de la movilización social.

En este terreno, la defensa del agua y de la vida es capítulo importante. Asunto en el que Larrañaga está muy parado. Firmó la papeleta y ahora está aliado a los más encarnizados defensores de la privatización.

Como factor fundamental de vinculación con la sociedad, el FA posee un instrumento que también lo distingue: no ha renunciado a la idea de la existencia de militantes de base. Y asignarles un lugar en su estructura de gobierno interna.

Además, a diferencia de los candidatos de los PPTT, el FA-EP-NM cuenta con un programa ya aprobado por un congreso, y se trabaja sobre lineamientos de una plataforma electoral y de un plan de gobierno.

Creo que hay documentos, como los aprobados en el Congreso Héctor Rodríguez, a los que no se les ha dado la difusión imprescindible para que den frutos. Y el primer paso es su difusión para calificar a nuestra propia militancia de base.

Hoy, en el pueblo hay mucha bronca justificada. ¿Cuál es nuestro papel? ¿Actuar como si no existiera o como si se tratara de una conducta patológica? ¿ O, por el contrario, transformarla en lucha reivindicativa política, cultural, ideológica con proyección electoral?

¿Cómo avanzar sobre las tendencias localistas y corporativas si no es a partir lo que, como fuerza política, se postula en un programa global, nacional, de acción transformadora? ¿Y como contribuir a instalar esa actitud desde ahora? ¿Cuál es el papel educativo que contiene nuestro programa, fruto, como se ha dicho de los mejores técnicos y con el respaldo de todas las fuerzas progresistas?

Fortalecer los vínculos con la sociedad y sus organizaciones, hacer conocer al pueblo cual es el programa que el FA se propone, conquistar el gobierno y aplicar ese programa en forma exitosa, requiere el concurso de un número importante y convencido de militantes de base.

Poner a punto esa militancia de base para un diálogo fructífero con la sociedad y sus organizaciones, es también una tarea posible y viable.

Publicado en La República el 19 de Julio de 2004