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Latinoamérica

Tiempo de votos, tiempos de memoria

Hugo Cores
Dirigente del PVP-Unión Frenteamplista

¿Tiene sentido, en vísperas de una elección que designará a los dirigentes del futuro, hablar de memoria, aludir al pasado y sus mensajes inconclusos? Apelar a los destellos fragmentarios que desde la anécdota nos llegan sin interpretación ni examen crítico. Pensamos que sí.

Es más, pensamos que el corte con el registro del pasado reciente es en gran medida una operación política. Perpetrada, sobre todo, por el personal civil que fue cómplice de la dictadura y siguió luego, en las cúpulas de la administración, de la justicia y de los partidos, cuando se restableció la normalidad institucional a partir de 1985.
Pienso que sin memoria colectiva no hay identidad social y sin identidad no hay acción política. No solo para los individuos o los partidos, tampoco para las clases sociales.
¿Sin identidad desde dónde se elaboran las demandas políticas? Sin historia, sin identidad, el pueblo es un conjunto de hombres sueltos, desorientados, sin unidad para luchar. Unidos apenas en el instante importante pero efímero de votar. Luego, la soledad y la dispersión nuevamente.
Sin historia y sin identidad el hombre no se ve a sí mismo, no se ve en su realidad más profunda que es junto a otros seres humanos, pensando, sintiendo y actuando colectivamente.
Desde la soledad, sin identificación y sin memoria, el individuo se ve como lo quieren mostrar los medios de comunicación de masas. Y los medios le borran la memoria y le instalan otra.
"Engañan al pueblo con su propia memoria", decía Roa Bastos.
Y la primera memoria que se intenta borrar es la de las antiguas conquistas obreras, los consejos de salarios, las leyes de protección al trabajador y demás.
Borrar también la memoria de la cultura de organización y de lucha. Y en lugar del militante contra la dictadura se induce al individuo para que se piense solo como un hincha de fútbol o una persona que asistía a los cumpleaños.
Sin memoria, el huelguista del 73, el obrero o el empleado que heroicamente defendió la democracia, hoy es un "don nadie" y en su lugar el que se presenta, usurpándolo, como héroe de la resistencia es el Sr. Lacalle, que estuvo unas horas preso y perteneció y pertenece a un partido que, desde el primer día colaboró activamente con la dictadura con dirigentes como Martín R. Echegoyen, Aparicio Méndez, Aureliano Aguirre, Daniel Rodríguez Larreta, Ciruchi y tantos otros.
Bien distinto a la memoria obrera es lo que ocurre con la identidad (y la historia) de los ricos, de los que han mandado y mandan en el país. Ellos llevan la identidad en la ropa y en los apellidos, en el auto que los traslada y en el barrio que viven. Son los nietos o los sobrinos de otros cuyos apellidos les dan el nombre a las calles, los que desde siempre han estado o están en el Senado o en el gobierno.
Distinta a esta es la relación con su propia memoria de aquel que ha nacido o ha ido a parar al Barrio Borro, o al Cuarenta Semanas y es hijo de un héroe, un sindicalista que hizo la huelga general, que estuvo preso porque resistió o porque durante los 10 años salió a las calles clandestinamente para escribir "abajo la dictadura" o "libertad para Seregni", arriesgando el pellejo y la libertad.
Ese muchacho que a lo mejor ya conoció el Iname o el Comcar, no sabe que es hijo de un héroe. No sabe que de las filas donde trabajaba su padre o su madre, obreros como ellos, salieron hombres como León Duarte, Gerardo Cuesta, Héctor Rodríguez y Gerardo Gatti. Se sentiría mejor sabiendo que estos son de su misma clase.
Si a este trabajador pobre le ha ido mejor, ahora es un ciudadano que a lo sumo tiene un mal empleo y viaja en bicicleta. No sabe, porque el sistema no quiere que sepa, que él, hijo de un héroe de la resistencia obrera democrática, de los únicos enfrentaron al fascismo en el Uruguay, tiene un gran potencial para cambiar al país.
Por lo que heredó de su padre, y de su madre, que lo visitaba y le llevaba yerba cuando el viejo estaba en el penal, No sabe cuanta fuerza tiene él, el joven hijo del obrero-héroe y la madre luchadora, los dos desconocidos. Ni tampoco sabe del heroísmo actual de él, del suyo, joven y desocupado o mal ocupado, que en las peores condiciones de trabajo sigue peleando con dignidad contra la adversidad económica y social para criar a sus hijos.
A lo mejor, si supiera mejor todo el heroísmo que derrochó la gente como él en el 73, sobrellevaría mejor la pobreza a la que lo arrojó el cierre de las fábricas que los liberales como Lacalle, Batlle y Sanguinetti hicieron con Cristalerías, Hildu, de Faname, PHUASA, Ghiringhelli, Martínez Reina o Lanasur y de cientos de otras fábricas y lugares de trabajo.
Sabiendo todo aquello, él quizás ahora estaría viviendo igual, sin plata para el boleto y sin planes para comerse con su familia unas pizzas con muzzarela atendidos en un bar a las que legítimamente tiene derecho. Estaría sin eso y sin muchas otras cosas. Pero con un ánimo distinto. Estaría sabiendo que llegarán otros tiempos. Los tiempos que la tortilla se vuelva.
Estaría sabiendo que va a cobrar lo que le corresponde de la deuda social, la que le debe el Estado uruguayo, de todo lo que le debe esta republica que siendo democrática se ha vuelto un régimen de clanes de privilegio de un lado y de muchedumbres de excluidos por otro.
Estamos un poco omisos con esa memoria de la deuda social. Y si nos quedáramos por fuera, no estaríamos en condiciones de orientarla, en transformarla en energía de lucha.
Olvidada, la deuda social, que se muestra ahí revolviendo tachos para alimentarse, parece no pesar frente a la otra, tan encumbrada y prestigiosa, la deuda pública. Internacionalmente famosa, bien vestida, desfilando por las pasarelas iluminadas. La deuda pública con los acreedores extranjeros sabe hacerse oír, sabe como presionar, tiene miles de voceros, abogados, y "políticos-realistas" de todos los pelajes todos pidiendo por ella a coro, como para meter miedo: ¡si no nos pagan, nos dicen, quedaran aislados como los leprosos, si no nos pagan no tendrán ni insulina! Las deudas públicas han nacido en la dictadura y de los cómplices de la dictadura, pero se visten bien, con las galas de la democracia. Nunca nadie les leyó el prontuario. Ni se sabe a dónde fueron a parar los empréstitos así contraídos por el país. Otra forma del secreto bancario. Y si alguien lo quisiera saber, no faltaría un Sanguinetti que considerara que esos hechos... están comprendidos en la Ley de Caducidad, como ocurrió con las estafas contra el Banco Hipotecario.
Frente a eso, la deuda social, con sus acreedores parias desocupados y dispersos, mal vestidos y peor informados, es difusa e ineficaz. Solo un gobierno popular las iluminará y las hará visibles para que esa deuda, fundamental, sea resuelta.
Volvamos al principio, a los hijos y los nietos de los que hicieron la huelga general, que junto al acto del 9 de julio, fueron los único actos de resistencia democrática que se realizaron en el país.
Activando un poco la memoria, a esa función subversiva de la memoria que nos hace humanos, el hijo y el nieto comprenderían que esta victoria por la que estamos trabajando, será la de ellos. Será la de los que hicieron la huelga general y la de sus hijos y de sus nietos. Será la de los que perdieron y ganaron aquella huelga y después perdieron y perdieron las fábricas donde trabajaban.
¿De quién otro podría ser esta victoria?