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Latinoamérica

10 de april del 2004

Brasil: La esperanza y el miedo
Lula en el banquillo

Constanza Moreira
Brecha

El gobierno de Lula tuvo la virtud de reunir elementos tan amenazantes como novedosos: el miedo y la curiosidad han hecho enfocar la atención del mundo sobre él. No es para menos. Es Brasil: el único país latinoamericano capaz de causar algún escozor en la política estadounidense en su "área de influencia". Es el Brasil gobernado por el PT, uno de los pocos partidos de izquierda sólidos del continente, y uno de los poquísimos con un vínculo "carnal" con el movimiento sindical. Es el Brasil de los ricos muy ricos y los pobres muy pobres, gobernados ahora por un obrero que ostenta el apellido del populacho: Da Silva. Y es la democracia más nueva del Cono Sur.

TODO CAMBIA
Todo parece haber cambiado en Brasil. Cambiaron los partidos políticos en el poder, pero más importante aun, cambió el signo ideológico de la coalición de gobierno. El país se ha corrido de la derecha a la izquierda sensiblemente. También ha cambiado el origen de clase de su elite dirigente: los líderes del PT son de una extracción bastante más popular que los antiguos dirigentes del gobierno de Cardoso. La gran pregunta es: ¿han dejado de mandar los que mandan? En la parafernalia de estadísticas económicas y encuestas políticas no existen suficientes datos para encontrar una respuesta a esta pregunta. Pero el escándalo más reciente de corrupción muestra a las claras que los hombres que ocupaban los puestos clave en el Brasil de Cardoso, continúan ahí.

Una estructura de poder bicentenaria no cambia de un día para el otro, se podría argumentar. Y cuando uno observa a José Sarney ocupando la presidencia del Senado, o las maniobras de Collor de Mello para volver a ser candidato, percibe con notoria claridad que esto es así. Pero esta percepción se hace más nítida cuando sabemos que cuatro senadores fueron denunciados por tener mano de obra esclava en sus fazendas (y que aún continúan desempeñando el cargo, mientras la justicia se expide sobre el tema). Finalmente, lo constatamos cuando vemos en las estadísticas que del descalabro del 99, cuando Brasil devaluó, el país y los pobres salieron más pobres, pero los ricos salieron más ricos. Y claro está, las estadísticas de la desigualdad no han cambiado en un año de gobierno del PT.

Una de las primeras razones es la política económica. Pero, ¿tenía el PT otra salida? Al parecer, no.

La opción por la ortodoxia. El contexto macroeconómico se ha mantenido estable, en el marco de una opción por una política económica ortodoxoa, donde los acuerdos con el Fondo Monetario Internacional anclaron la economía a un compromiso de pago de intereses de deuda de un 4,25 por ciento del producto. Esta "meta del superávit primario" fue autofijada por el gobierno en un intento de recuperar la credibilidad internacional que pareció avalada por la victoria de Lula y la instalación de una gestión de izquierda. El gobierno logró superar este desafío: entre octubre de 2002 y marzo de 2004, el precio del dólar se redujo de cuatro a tres reales, y el riesgo país de 2.800 puntos a menos de 700. Obtener un crédito más barato (es decir, préstamos internacionales a menor interés) fue uno de los logros a conseguir imponiéndose un superávit primario tan exigente. Y Brasil, como todos nuestros países, precisa de crédito para sustentar su crecimiento económico.

El otro objetivo fue el de favorecer la inversión externa directa. "Vengan a invertir", les dijo Lula a los agentes económicos externos: les prometeremos reglas claras. Firmar acuerdos con el FMI era esencial en esa dirección.

Finalmente, el gobierno se atuvo a reducir la vulnerabilidad externa a través de dos instrumentos: la balanza comercial y el aumento de sus reservas.

El financiamiento externo, descontadas las operaciones con el FMI, quedó por debajo del observado años atrás. Las reservas internacionales alcanzaron los 50 mil millones hacia fines de diciembre.

En cuanto al primer instrumento, la política de comercio exterior, puede contarse entre los principales éxitos del gobierno. A lo largo del año, buena parte de los esfuerzos de Lula estuvieron en la agenda externa, más económica (contra lo que alguien "desde afuera" pudiera creer) que política. Claro que importaba reflotar el grupo de los No Alineados invirtiendo en costosos viajes a África, los países árabes e India. Claro que importaba "negociar" la incorporación al Consejo de Seguridad de la ONU. Claro que importaba el Mercosur como plataforma de negociación con el ALCA. Pero más importaba "vender Brasil afuera". En 2003 el saldo en transacciones corrientes del país fue positivo en más de cuatro mil millones de dólares, equivalentes a 0,83 por ciento del pbi. Esto fue obtenido gracias al superávit de la balanza comercial, que en el año, acumuló un superávit de 25 mil millones de dólares, el valor más alto alcanzado.

Para asegurar todas estas metas, el gobierno debía poner "la casa en orden", como decía un spot publicitario lanzado a los pocos meses de asumir Lula. Eso significaba, antes que nada, tener un presupuesto donde las cuentas cerraran. Para ello, hubo que realizar ajustes. Y con el primer ajuste del gasto público, se hicieron sentir las críticas desde la izquierda.

Las primeras voces discordantes fueron las de muchos intelectuales, sospechosos de haber pertenecido al partidão (Partido Comunista), crítico acérrimo del PT desde su fundación, aliado tardío, y receptáculo de intelectuales disconformes con la extrema prudencia del gobierno en materia económica. Luego, vinieron las de Leonel Brizola, un aliado difícil, quien nunca pudo perdonarle al PT haber desplazado a su partido (el Democrático Trabalhista) de cualquier chance de representar a la izquierda.

Finalmente, las de la derecha: el PT llegaba, después de más de una década de críticas al gobierno, para hacer lo mismo: acuerdos con el FMI, contención del gasto público, y aumento de las tasas de interés.

El resultado de la ortodoxia económica y del ajuste fiscal fue profundizar el estancamiento del producto. De acuerdo con la estimativa del Instituto Brasileño de Geofísica y Estadística en 2003 el pbi per cápita presentó una caída del 1,5 por ciento en el año. Esto no hizo sino confirmar la tendencia al estancamiento de la economía, ya que el crecimiento medio real anual del pbi per cápita entre 1994 y 2003 fue del 1 por ciento.

El "espectáculo del crecimiento", dio en llamar Lula a su programa para su segundo año de gobierno, y lo hizo porque no fue precisamente la tónica del primero. Cuando en junio de 2003 el Banco Central efectuó la primera rebaja de las tasas de interés, las expectativas de crecimiento giraban en torno al 1,8. Hacia el final del año, con una reactivación económica por debajo de estas expectativas, estas previsiones se redujeron a un 0,15 por ciento; pero sólo los más pesimistas preveían una tasa negativa, como la que se verificó finalmente.

Las culpas de este "espectáculo del crecimiento" demorado no son sin embargo enteramente atribuibles a Lula. Los resultados, en todo caso, evidencian las consecuencias de una política de más largo aliento: la que estableció las metas inflacionarias y la introducción de un régimen de libre flotación durante la crisis de 1999. Muchos consideran que estas metas y la política monetaria seguida para alcanzarlas significaron un sacrificio demasiado importante en términos de la expansión de la economía. Sin modificar la política de las tasas de interés, y en un contexto de retracción del gasto público, el "espectáculo del crecimiento" no se producirá jamás.

Aquí se enfrentan dos líneas: una más ortodoxa (la seguida por Antonio Palocci, el actual ministro de Economía), que prioriza la estabilización macroeconómica con el control de la inflación y la austeridad fiscal, y una más heterodoxa, para la cual el gobierno podría correr más riesgos inflacionarios, a cambio de estimular la demanda agregada y obtener una expansión de la producción.

Hasta aquí entonces, las lecciones que lega el gobierno del PT, en el marco de un contexto económico desfavorable como el que nuestros países enfrentan: la mejor alternativa para un gobierno de izquierda es no innovar y ejecutar una política económica conservadora. Pero, sin otras modificaciones, los costos sociales de esta política serán altos, y tendrán consecuencias sobre la legitimidad del propio gobierno.

ÉRAMOS TAN POCOS
La segunda gran lección de estos 15 meses es que la política importa, y mucho. Quien juzgue a este gobierno (como lo hace buena parte de la izquierda vernácula) apenas por su voluntad, y no por su fuerza "real" incurre en un error de apreciación gravísimo. El PT no ganó el gobierno: Lula ganó la presidencia. Los dos hechos no coinciden.

El gobierno combina una altísima votación al presidente (61,3 por ciento) con una mucho más menguada al partido en el Congreso (18,4 por ciento). Asimismo, el PT tiene una bajísima representación en los estados de la Federación. No ganó ninguna de las elecciones en los estados más importantes (San Pablo, Minas Gerais, Rio de Janeiro), y perdió su bastión electoral más importante: Río Grande del Sur.

La asimetría entre el poder electoral del presidente y el poder de su partido en el parlamento, o en la Federación, era previsible dada la trayectoria política del PT y la legislación electoral brasileña. Ello empujó al PT a tomar varias decisiones.

La primera fue la conformación de su fórmula de gobierno. Para ello, se eligió como compañero de fórmula de Lula a José Alencar, quien pertenece al Partido Liberal, un partido situado a la derecha del espectro ideológico, que obtuvo sólo 4,3 por ciento de los escaños en las elecciones a Diputados en 2002, pero cuyo candidato es emblemático del empresariado industrial identificado con el "capital productivo". Esta fórmula ya indicaba la apertura que tendría el PT en la campaña para hacer aliados a un lado y otro del espectro, pero especialmente representó la opción de Lula por inaugurar un gobierno de "pacto social" entre empresarios y trabajadores, destinado a la recuperación económica del país. Los ejes de la campaña, combatir el desempleo e impulsar la reactivación productiva, dan cuenta del contenido de esta alianza.

En segundo lugar, el PT resolvió ampliar su coalición electoral, que en la primera vuelta había sido con sus aliados más tradicionales (Partido Verde, Partido Comunista del Brasil y Partido Democrático Trabalhista), con grupos que se ubicaban desde el centro a la derecha. En la segunda vuelta, fue apoyado por todos los candidatos que perdieron en la primera: Garotinho (PSB) y Ciro Gomes (PP). Luego, recibió el apoyo del PTB y del PP (ambos de derecha), pero su primer espaldarazo importante fue el del PMDB, uno de los dos "grandes" partidos de Brasil. Asimismo, el gobierno fue favorecido por los "pases" ("migraciones partidarias") que se produjeron luego de conocer el resultado, y que forman parte de la cultura partidaria brasileña. Con ello, el PT amplió su base en Diputados, llegando a tener el 71 por ciento de los escaños, lo que le permitió contar con una mayoría holgada para aprobar todas sus reformas. "No va a poder gobernar", decían. Pero ninguno de estos augurios se cumplió. El PT pudo gobernar. El problema no fue la tan temida "gobernabilidad", sino lo que el PT pudo (y puede) efectivamente hacer con esa correlación de fuerzas.

Tener 71 por ciento de los escaños en el Congreso es muchísimo: pero ¿qué significa "tener" en este contexto? Sólo significa tener que negociar con muchos socios distintos cada ley que deba ser aprobada. Y los socios no son sólo de partidos distintos, son también de orientaciones ideológicas distintas. La letra resultante de un programa negociado en estas condiciones, diferirá enormemente del espíritu inicial con el que fue formulado. Algunas reformas, como la tributaria, dan cuenta de esto. No se gobierna como se quiere, sino como se puede: en la mejor versión, gobernar será un equilibrio entre ambas cosas.

Estos acuerdos, además, han tenido un impacto bastante negativo hacia la interna del PT. De los nueve grupos que conforman la coalición, tres son claramente identificados como de derecha: el PPB, el PTB y el PL. El PMDB, el principal aliado del gobierno hoy (dada su importancia como partido), puede ser visto como de centro, pero su líder, Sarney, puede ser considerado a la derecha del sistema. Los llamados -irónicamente- "radicales libres" del PT se resistieron a este arco de alianzas y a las reformas propuestas por la coalición. Hacia fines de 2003, y después que algunos de los líderes del "ala radical" rompieron la regla de oro de la disciplina en el Congreso, votando en contra de las reformas que el gobierno proponía (como la de la seguridad social), se precipitó la expulsión de estos líderes del PT. Algunos de ellos están actualmente fundando un nuevo partido, pero consolidar una opción política de alcance nacional en Brasil, con su escasa cultura partidaria y sus disparidades regionales, no parece una tarea tan sencilla.

En todo caso, esta "depuración" del PT de sus disidentes no le acarreó mayores problemas en términos de su imagen pública, o incluso hacia adentro del partido: la mayoría de los candidatos cerraron filas atrás de la decisión de la cúpula al concebir la expulsión de los disidentes como una preservación de la unidad del partido.

Pero esto dejó al PT sin oposición interna. Y al salir de filas, los "radicales libres" le despejaron aun más al partido el camino a la derecha.

Aun así, el PT no ha enfrentado su problema más serio como partido: el conflicto con sus aliados "sociales" clave. Tanto el Movimiento Sin Tierra como la Central Única de Trabajadores continúan o bien apoyando directa o indirectamente al gobierno, o bien reduciendo su capacidad de bloqueo relativo. Hasta el momento, el gobierno no ha sufrido ninguna confrontación de magnitud con estos grandes actores, claves en la organización de los intereses organizados de los sectores populares de la sociedad brasileña.

El optimismo brasileño. Gobiernos y presidentes enfrentan el desgaste de su imagen en el primer año de su gestión: ésta es una "ley de hierro" de la política. Lula ha salido bastante exitoso de este inevitable desgaste, pero esto ha sido más atributo de su propia popularidad que de la de su partido.

La evaluación netamente positiva del gobierno pasó de 43 a 38 por ciento, entre marzo de 2003 y marzo de 2004, mientras la evaluación negativa pasó de 10 a 17 por ciento. Cabe consignar que el "salto" hacia abajo en la evaluación positiva se dio en el último trimestre, y está vinculado a los escándalos de corrupción protagonizados por Waldomiro Diniz, subsecretario de la Casa Civil, y asesor del "superministro" y principal hombre de articulación del gobierno, José Dirceu.

Para una perspectiva uruguaya (aquí estamos acostumbrados a porcentajes muchísimo menores de popularidad presidencial), estos resultados son buenos. El problema, claro está, siempre lo ocasionan los críticos "ilustrados", ya que la mayor pérdida de prestigio del presidente se da entre la gente con mayores ingresos, de mayor nivel de educación, y que viven en los centros urbanos de mayor desarrollo relativo. Estos segmentos de población son los que tienen mayor acceso a los medios y mayor capacidad de influencia sobre la opinión pública.

En todo caso, los "pobres de Brasil" continúan apoyando a Lula, y el desempeño personal del presidente, además, permanece estable: 60 por ciento lo consideran "muy bueno", 28 por ciento regular, y 9 muy malo. La nota media atribuida al presidente, en una escala que va de cero a diez, es de 6,3 por ciento (equivalente al porcentaje de votación obtenido en la segunda vuelta)

Asimismo, las perspectivas con respecto al futuro siguen siendo muy positivas en Brasil. Para el 65 por ciento de los entrevistados el presidente tendrá un desempeño bueno o muy bueno y para el 17 por ciento será regular. Sólo una décima parte augura un mal desempeño. Los brasileños continúan siendo optimistas en relación al gobierno, y claro está, lo consideran mejor que al anterior.

La agenda pendiente. El PT anunció cinco reformas en su programa: la tributaria, la de la seguridad social, la de la legislación laboral, la agraria y la política.

Las dos primeras (de contenido fuertemente económico, y destinadas a equilibrar las cuentas públicas) fueron aprobadas por amplia mayoría en 2003.

Las tres últimas continúan pendientes. Dos de ellas, la política y la de la legislación laboral, no tienen ni consenso ni urgencia, por lo que no se esperan mayores novedades en el corriente año.

La reforma agraria es una deuda del gobierno anterior (y del siglo anterior), y el actual no ha hecho mucho por mejorar el ritmo de asentamiento de los Sin Tierra, sobre todo porque en el marco de una democracia capitalista el Estado no puede expropiar tierras sin pagarlas (João Goulart inició una reforma agraria más radical en el 64 y le costó un golpe de Estado), y el gasto público, como ya se dijo, está bajo fuertes restricciones.

De los otros dos grandes temas pendientes de la llamada "agenda social", dos se revelan como particularmente importantes: el combate al desempleo y el combate al hambre. Ambos fueron ejes de las promesas del PT durante la campaña.

Una de las principales banderas de Lula, el combate al desempleo, viene siendo el principal factor de desgaste para la imagen del gobierno, como muestra la encuesta de Datafolha de marzo último. La proporción de brasileños que consideran el desempleo como el principal problema del país llega a 49 por ciento, una tasa récord en lo que va del gobierno, ya que al inicio de la gestión este problema era identificado como principal sólo por el 31. Por otra parte, desempleo, hambre e inseguridad, desde que Datafolha comenzó sus mediciones, son los problemas que en mayor medida afectan a los brasileños.

A pesar de que en el combate al desempleo Lula no está teniendo mayores éxitos, sí los está teniendo en el combate al hambre, identificado como el segundo problema del país. Aunque el porcentaje de quienes identifican que ésta es el área de mejor desempeño del gobierno cayó de 38 a 22 por ciento, todavía sigue siendo el principal éxito del gobierno. Una excelente estrategia de campaña del PT sobre el tema ha colaborado con esta percepción, corroborando un viejo precepto de la política: que la gente apoyará al gobierno no por lo que haga, sino por lo que crea que haga.

Finalmente, el gran tema de la corrupción, aunque puede mellar la confianza en el gobierno, no parece ser el principal problema para los brasileños acostumbrados a vivir en un país donde ésta es casi un mal endémico. Aun así, el escándalo que afectó al PT deja algunas lecciones para los gobiernos de izquierda de la región.

El "caso Waldomiro Diniz" es sin duda la principal crisis del gobierno desde su asunción, porque afecta a uno de los patrimonios más importantes del PT: su patrimonio moral (además de afectar en forma directa a la figura del hombre más fuerte del gobierno, José Dirceu).

El escándalo deviene del vínculo -cuya comprobación está en manos de la justicia- entre Diniz y la mafia de los empresarios del juego clandestino. Cabe recalcar, además, que Diniz no es hombre del PT, aunque sí lo sea del gobierno. ¿Cómo fue a parar al gobierno? Porque era "personal de confianza" de Dirceu.

Frente a la opinión pública, Dirceu es el principal afectado por el problema, y no Lula. La mayoría cree que Dirceu estaba al tanto de las irregularidades cometidas por su ex asesor, y que debería ser separado del cargo. Pero la gran mayoría piensa que Lula no sabía de estas irregularidades (61 por ciento), o que estuviese involucrado con ellas (71 por ciento). La gran mayoría tampoco cree que existan casos de corrupción en la administración del PT. E incluso entre los que piensan que existe corrupción, sólo unos pocos creen que el presidente tiene algo que ver con ella. En esto, Lula también sale mejor parado que Fernando Henrique Cardoso. La investigación muestra que el PT continúa siendo, entre los cuatro principales partidos, aquel con mejor imagen.

Sin embargo, la "supremacía moral" que aún continúa teniendo el PT no impide que la izquierda haga una reflexión más profunda sobre la forma en que elige a sus "hombres en el gobierno" (y la expresión "hombres" es más que justa, ya que el PT no se ha caracterizado por sus concesiones al feminismo precisamente). Esta decisión está muchas veces más determinada por amiguismo que por cualquier opción meritocrática o técnica.

Estas formas de hacer política sin duda son por todos conocidas y no horrorizan a nadie; menos a la opinión pública brasileña. Pero si la izquierda no innova en sus formas de hacer política, al menos (ya que no innovó ni en su política económica ni en su agenda social), no tendrá con el tiempo nada en qué diferenciarse de la derecha. Y para hacer "la política de la derecha", no cabe duda que la derecha está mucho mejor preparada. Después de todo, gobernó a Brasil desde siempre. Y sólo está agazapada, esperando para volver a un sillón del que sólo fue parcialmente destronada...

* Doctora en ciencia política. Profesora e investigadora del Departamento de Ciencia Política, Universidad de la República