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Latinoamérica


13 de marzo del 2004

Venezuela: revolución y eficiencia humana

Heinz Dieterich

Rebelión Toda revolución triunfante tiene dos enemigos mortales: el bloqueo externo de la contrarrevolución internacional y el bloqueo interno por la ineficiencia de los recursos humanos.

El factor humano es decisivo en todo proceso productivo, nos enseñó la economía política de Karl Marx hace siglo y medio. Esa verdad se extiende, por supuesto, al mayor proceso de producción que la voluntad e inteligencia humana pueda emprender: la construcción revolucionaria de una nueva sociedad a partir de las estructuras y dinámicas de la existente.

La tarea consiste en crear, desde el software y hardware del antiguo régimen, un nuevo software y hardware cualitativamente diferente y superior al original. Ser eficiente en esa tarea significa disponer de la facultad de lograr el efecto deseado, la nueva sociedad.

En este sentido "eficiencia" tiene tres referentes: 1. abarca la capacidad de comprender los potenciales y límites de la situación revolucionaria; 2. presupone la eficacia de la razón instrumental, capaz de optimizar la relación entre medios y fines y, 3. respeta los señalamientos de la ética de la vida, la ética material.

El bloqueo interno a la creación de la nueva sociedad ---profundamente analizado por Lenin en su discusión de la burocracia zarista y el bolchevismo, por Mao en el problema de la burocracia, del gran salto adelante y la revolución cultural y por el Che en sus reflexiones sobre el hombre nuevo y el trabajo voluntario, entre tantos otros líderes de la transformación profunda planeada--- es el resultado de diversos factores del antiguo régimen.

En Venezuela, por ejemplo, el régimen bi-oligárquico de socialdemócratas y socialcristianos generó durante décadas una cultura sociopolítica y laboral de enorme esterilidad productiva. Nutriéndose de la renta petrolera, los respectivos gobiernos fomentaron una cultura del trabajo departamentalizado y verticalizado que en muchos aspectos es reminiscente de la matriz mental generada en los trabajadores del socialismo realmente existente.

Al estilo de los movimientos terroristas, el proceso de trabajo se dividió en pequeñas células, fuera de las cuales nadie conoce ni se hace responsable del trabajo de los demás. Esta segmentación es un caldo de cultivo para el pensamiento en pequeños feudos propios, la envidia y el sabotaje al éxito del otro, que se convierten en pérdidas enormes de productividad.

El elemento clave de la eficiencia neuronal humana es la conectividad entre los elementos particulares del sistema. El sistema bi-oligárquico atentaba precisamente contra esta estructura de organización, combinando la anarquía de los microniveles con una excesiva verticalización formal, que hace imposible la flexibilidad de la gestión empresarial e institucional que la economía y sociedad del siglo XXI exigen.

Esa verticalización de las estructuras laborales, con el correspondiente desentendimiento de los empleados de sus responsabilidades para con el buen funcionamiento de la macroinstitución, se ha convertido en un fuerte freno al desarrollo de la eficiencia de la revolución bolivariana.

Las infladas capas de empleados de cuello blanco, acostumbrados a reproducirse en las agradables condiciones laborales de los archipiélagos aireacondicionados urbanos de la capital, sostenidos por el abundante flujo de los petrodólares, no sólo absorbían partes considerables del excedente económico requerido para actividades productivas, sino fungieron como un sistema esclerotizante sobre todo el cuerpo productivo de la sociedad.

Un ejemplo de esa cultura parasitaria fue la empresa estatal petrolera PdVSA que después del segundo golpe de Estado de la oligarquía, el estrangulamiento petrolero, dio de baja a 17,000 empleados implicados en la asonada. Hoy día, produce lo mismo que antes del sabotaje, pero con 15,000 empleados superfluos menos.

La escasa diversificación de las fuerzas productivas de la economía venezolana de monoproducción; la criminal desatención de la oligarquía de las necesidades educativas del pueblo, así como una política de corrupción endémica y de clientelismo generaron obstáculos casi infranqueables para la construcción de una democracia participativa, tal como pretenden las vanguardias del proceso.

A esa cultura heredada de la antieficiencia, de la irresponsabilidad laboral, de la falta de iniciativa y de la búsqueda exclusiva del beneficio propio, se agrega el obstáculo de los caballos de Troya, oportunistas e infiltrados del antiguo régimen, en las instituciones que deben conducir el proceso de cambio.

Desde el interior del proceso de transición sabotean para hacer fracasar la transformación social, aprovechando las superestructuras legales, políticas, económicas y militares del antiguo régimen.

Luis Miquelena, quien ocupó un sinnúmero de funciones y puestos importantes dentro del proceso, fue uno de los camaleones de este tipo. Miquelena potenció durante sus años en el chavismo el desarrollo de la corriente de derecha dentro del chavismo.

Era el interlocutor que hablaba en nombre del gobierno con los grandes capitales nacionales e internacionales. Cuando hubo choques entre la corriente revolucionaria del chavismo, encabezada por el Presidente, y sectores más moderados, Miquelena actuó como muro de contención.

La ruptura se dio con la aprobación de las leyes de la reforma agraria y de hidrocarburos, a la cual Miquelena se opuso, presionado por Estados Unidos. Es entonces, cuando sale de gabinete. Al darse el golpe de Estado de abril del 2002, se pone públicamente al lado de los golpistas.

Otro ejemplo de los recursos humanos que estuvieron cercanos al Presidente Chávez, sin compartir ideológicamente o políticamente su proyecto, es el general Manuel Rosendo. Rosendo escaló posiciones hasta llegar a ser jefe del Comando Unificado de las Fuerzas Armadas (CUFAM), que convirtió en uno de los centros del golpismo. Rosendo fue el responsable de que no se activara el plan de contención de los golpistas, el 11/12 de abril del 2002.

Desde entonces ha estado conspirando con militares entreguistas, muchos de ellos entrenados en la Escuela de las Américas, y se le acusa haber sido coautor del Plan Guarimba, último intento de subversión del proceso, ejecutado a partir del 27 de febrero del presente.

El tercer ejemplo de esos caballos de Troya es el de Milos Alcalay, exembajador de Venezuela ante la ONU. Durante 32 años sirvió de manera rastrera a los gobiernos de la oligarquía. Durante el gobierno actual mantuvo la misma actitud. Por ejemplo, siempre saludaba al Presidente Hugo Chávez con el saludo militar, "Mi Comandante", cuando el es diplomático de carrera y no militar.

En febrero de 1989, cuando el gobierno de Carlos Andrés Pérez provocó el Caracazo, matando y desapareciendo a alrededor de dos mil civiles, no dijo ni una palabra. Esa misma actitud rastrera la mostró durante el golpe militar contra Hugo Chávez.

El 12 de abril, Alcalay envió un fax al gobierno de facto, poniéndose a sus órdenes e instigando por teléfono a varios embajadores para que se adhiriesen al gobierno dictatorial de Carmona. En esos momentos hubo muertos, desaparecidos, disolución de poderes públicos y violaciones a los derechos humanos, pero Alcalay no protestó ni con una sola palabra.

Finalmente, cuando renunció en forma teatral al cargo de embajador ante la ONU, ya no era embajador, porque había sido asignado a NOn.

la embajada de Venezuela en Gran Bretaña. Inclusive, una semana antes de su renuncia se le había informado de dos investigaciones, abiertas contra él por sospechas de corrupción administrativa durante su gestión en las embajadas venezolanas en Brasil y ante la ONU.

Cuando se entera de que se han descubierto desvíos de fondos por decenas de miles de dólares bajo su gestión, renuncia por la supuesta violación de los derechos humanos en Venezuela, durante el último golpe de Estado de febrero, a fin de salvar su imagen y su "pellejo".

En sus intentos por superar el cuello de botella de cuadros profesionales de alto nivel, de comprobada ética y de compromiso con la transformación social, la Revolución se ha beneficiado de dos elementos: el fracaso del golpe militar y la ayuda de la Revolución Cubana.

Los grandes proyectos de avance social, como de educación, de salud pública, de alfabetización, y de la de activación del campo, que en Venezuela se llaman "Misiones", han podido desarrollarse a una velocidad vertiginosa, entre otros factores, por el apoyo de Cuba.

La enorme experiencia cubana en los campos mencionados ha permitido superar el cuello de botella de los cuadros comprometidos, con la asimilación de esas experiencias, métodos y cuadros humanos, en la tierra de Bolívar. Actualmente hay alrededor de diez mil jóvenes venezolanos que se perfeccionan en instituciones profesionales y educativas en la isla.

Si esa simbiosis entre las dos revoluciones latinoamericanas ha sido fundamental para su sobrevivencia, el golpe de Estado de abril del 2002 sirvió como un gran filtro que dejó claro en menos de 36 horas, quienes eran los contrarrevolucionarios que militaban en las filas chavistas y quienes eran los auténticos cuadros del cambio.

El propio Presidente se mantuvo firme durante su secuestro y se negó a dimitir, lo que fue un factor clave en la posterior derrota de la subversión. Oficiales como los generales García Carneiro, hoy, Ministro de Defensa; Raúl Baduel, hoy Comandante del Ejército; Wilmar Castro, actual Ministro de Producción y Comercio e innumerables otros oficiales con sus tropas, como el actual comandante de la Policía Militar, Montilla Pantoja, se definieron a favor de la Revolución.

Así mismo, civiles como el abogado, poeta y diputado Tarek William Saab, quien estuvo a punto de ser asesinado por una turba encabezada por sujetos vinculados al complejo militar- industrial sionista; Aristóbulo Istúriz, Ministro de Educación; Freddy Bernal, alcalde del Municipio Libertador y su mano derecha Amilcar Figueroa, entre otros miles y miles de cuadros del pueblo, se perfilaron como protagonistas de las futuras etapas de construcción bolivariana.

La Revolución venezolana, que el Presidente Chávez suele llamar también, "Misión Cristo", ha entrado en su fase decisiva, debido a que su carácter antiimperialista la hace incompatible con la política guerrerista del neofascismo global.

La capacidad de la revolución de generar cuadros capaces de trabajar en redes de profesionalismo y solidaridad, superando la anarquía e ineficiencia que todavía caracterizan a ciertos sectores del Estado y de la sociedad venezolanas, será crucial para derrotar a las fuerzas destructivas del imperio y de la oligarquía.

Porque el ser humano es la fuerza decisiva en todo proceso de producción: en el campo, en la fábrica y en la revolución.