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Latinoamérica


4 de marzo del 2004

Haití: jugada de varias bandas

Angel Guerra Cabrera
La Jornada

El episodio gangsteril que depuso al presidente haitiano Jean Bertrand Aristide es el último acto de un plan iniciado por Washington desde que percibió al ex cura salesiano como una amenaza. Se inscribe, además, en la histórica y racista revancha contra Haití de las potencias occidentales. Bush II probablemente no tenga ni noción de historia pero sí actúa según lo más reaccionario del sentido común imperialista predominante en su pandilla, que profesa un odio feroz a las revoluciones. Por extensión, al pueblo haitiano, protagonista del único movimiento atiesclavista triunfante, pionero y promotor de la independencia latinoamericanan y autor de un formidable desafío a las potencias que se repartieron el mundo en el siglo XIX. No fue en Rusia sino en Haití donde las armas de Napoleón sufrieron su derrota más humillante. El hecho unió contra la primera republica de nuestra América a los imperios mundiales de la época: Francia, Inglaterra, la decadente España, y también al joven Estados Unidos, que compartía con ellas el interés esclavista y anidaba ya el expansionismo. Como Cuba lo es hoy, la patria de Louverture, Petion y Dessalines fue hostigada, bloqueada y satanizada inmisericordemente.

Haití ha pagado muy caras su osadía de entonces y la rebeldía inextinguible de su pueblo. Washington lo ocupó en 1915 por casi dos décadas, con lo que consiguió controlar su economía y sentar las estructuras para dominarlo. Ello llevó a una sucesión de gobiernos impopulares culminados con la tiranía duvalierista (prolongada después de los Duvalier) hasta que Aristide despertó las esperanzas de su pueblo, como acaso ningún otro líder haitiano en el siglo XX, y fue elevado a la presidencia por una mayoría abrumadora. Pero su intento de devolver a sus compatriotas la decisión de su destino fue rápidamente frustrado por un golpe militar de factura estadunidense. A la postre, Estados Unidos se vio forzado a reponerlo en el cargo con una intervención militar, temeroso de que una sublevación contra la sangrienta camarilla golpista se le fuera de las manos. Al admitir esa fórmula el ex sacerdote cayó en una trampa inescapable porque minaba en sí misma su opción original por la soberanía y al lado de los pobres. Pese a ello, conservaba una alta popularidad y -en contraste con Bush- ganó también cómodamente las elecciones que le dieron el segundo mandato. Luego vio erosionarse este apoyo, aunque retuvo hasta el final una parte entre los mayoritarios sectores pobres. Era inevitable que decayera el entusiasmo de sus seguidores no sólo por su involución política, sino por el recorte auspiciado por Washington del grueso de la ayuda internacional a un país virtualmente dependiente de ella. La débil economía y precarios servicios sociales de Haití habían sido arrasados por las políticas de libre mercado, cuyo avance no podía frenar la irresoluta resistencia de Aristide; de hecho, se integraban en el plan que buscaba removerlo. Parte del mismo fue la promoción - dentro y fuera del país- de una variopinta oposición política dominada por grandes empresarios vinculados a la extrema derecha republicana, que recibió financiamiento de Estados Unidos y la Unión Europea y cuenta en sus filas a duvalieristas reconocidos. Aunque incluía a algunas personalidades progresistas prestigiosas carecía de arraigo popular para derribar por vía política al presidente. Para lograrlo Washington tuvo que recurrir a la criminal embestida desde República Dominicana de los esbirros macoutes y ex miembros del ejército disuelto por Aristide, capitaneados por reconocidos agentes de la CIA.

El golpe de Estado en Haití es un pequeño ensayo de los proyectos de Otto Reich y Roger Noriega para sofocar la creciente rebelión antineoliberal que atraviesa a América Latina. Una jugada de varias bandas. Entre ellas imponer un gobierno sumiso a la arremetida estadunidense contra Cuba y Venezuela y convertir al país en un paraíso del narcotráfico y el lavado de dinero que el exangüe dólar exige para mantenerse a flote. Podría también servir por carambola para recrudecer la represión al movimiento popular dominicano y es un a aviso los gobiernos del Caribe oriental. Estos formularon un plan para la solución de la crisis en Puerto Príncipe que Estados Unidos y Francia echaron a un lado a última hora después de simular su aceptación. Ambos en repentina luna de miel a expensas del infortunio haitiano.

aguerra12@prodigy.net.mx