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Latinoamérica

26 de febrero del 2004

Notas críticas a las estadisticas de empleo en Colombia

Aurelio Suárez Montoya
La Tarde

No es fácil hallar un laberinto teórico más complejo que el que conlleva la definición de desempleo: 'la situación del grupo de personas en edad de trabajar que en la actualidad no tienen empleo aun cuando se encuentran disponibles (no tienen limitaciones físicas o mentales para ello) y han buscado trabajo durante un periodo determinado', lo anterior establece como conjunto universal del empleo a lo que se conoce como población económicamente activa (PEA). Es decir, excluye a quienes, aunque estén en edad de ocuparse, no lo hacen por estar en otras actividades como el estudio, a los impedidos o simplemente a quienes se cansaron de buscarla.

Por lo anterior, para tener la categoría de desempleado se requiere carecer de ocupación bajo los parámetros antes descritos y, según la Organización Internacional del Trabajo (OIT), en un breve periodo de referencia, una semana o una hora. Es decir, son quienes en ese lapso no están como asalariados o independientes, teniendo por estos últimos desde los trabajadores por cuenta propia hasta los 'trabajadores familiares no remunerados' o 'productores de bienes de consumo propio o del hogar'.

Por ende, contra la evidencia, puede concluirse que es más difícil estar desempleado que empleado. La tasa de desempleo de un país es el porcentaje que sale de dividir el número de personas con los requisitos vistos para estar desocupadas entre la Población Económicamente Activa; así se llega a los que literalmente están 'en la olla'.

¿Por qué tanto embrollo para dicha medición? El Informe Laboral de la OIT de 2003 lo esclarece al ratificar la principal tendencia laboral en la era de la globalización presente: el aumento del empleo catalogado como informal, del 'rebusque', que se expresa en subempleo o empleo inadecuado por insuficiencia de horas, utilización impropia de las competencias laborales, limitantes del bienestar del trabajador, ingresos escasos, horas excesivas, horarios variables, arbitrarios o inconvenientes, servicios sociales inexistentes o interrupción y atraso en los pagos, entre otros modos.

Es en este marco en el cual debe evaluarse el celebrado 'triunfo' del gobierno de Uribe sobre el desempleo. Algunos datos del DANE al tercer trimestre de 2003 muestran cómo el 13.9% de desempleo del que se hace alarde obedece más a las partes adjetivas de la medición que a la generación de empleo como política pública central.

En primer lugar, la cifra sobre la cual se va a dividir el número de desempleados, la población económicamente activa, (PEA), se ha aumentado al agregar cada vez un mayor número de personas. Entre enero de 2001 y septiembre de 2003, creció en casi un millón de personas al pasar de 19'800.000 personas a 20' 745.000. Para ese mismo periodo, los ocupados crecieron 1'400.000 pero, a su vez, esa 'incorporación' incluyó más de 150.000 personas que laboran en trabajos domésticos o en 'trabajos familiares sin remuneración' y, en el mismo tiempo, los subempleados subieron de 6'285.000 a 6'857.000, casi 600.000 más. Un indicador explicativo, la tasa general de participación, (TGP), que mide la proporción de la población económicamente activa entre toda la población en edad de trabajar disminuyó en esos dos años y medio en casi un 1%; esto induce a pensar que, aunque los que buscan trabajo y no lo encuentran más los que tienen trabajo (incluso bajo las modalidades precarias ya vistas) han crecido, lo ha hecho aún en menor proporción frente el total de la potencial fuerza laboral, incluyendo a quienes se cansaron de buscar trabajo o emigraron, y en la que hoy cuentan especialmente ejércitos de reserva de jóvenes deambulando como fenómeno universal y nacional. Según la OIT, en el segmento entre 15 y 24 años, la desocupación en el mundo fue en 2003 de 14.4%, mientras el promedio para toda las edades fue de 6.2%.

Contra los anuncios mensuales de los Goebbels oficiales, los resultados en empleo se explican en buena parte entre quienes desistieron de buscar oficio, los 'trabajadores domésticos sin remuneración' y el subempleo, ocultos en un método que se presta más a embellecer políticas públicas que a mostrar lo que sucede. El Boletín No. 6 del Observatorio del Mercado del Trabajo y la Seguridad Social del Externado de Colombia se manifestó: 'el impacto ocupacional agregado estrictamente debido a la reforma laboral resulta muy inferior a lo esperado por sus promotores', contradiciendo así la vinculación de los eventuales 'éxitos' con esa reforma, la cual tiene impacto sobre el sector formal, grupo que cada vez cuenta menos en el conjunto.

Como corolario, también cae el manto de la duda sobre los balances del ministro de Agricultura, Carlos Gustavo Cano, cuando avisa un crecimiento del empleo rural de 7,9% en 2003; no sólo porque su dato sufre de todas las taras de los instrumentos anteriores sino porque el Director del DANE, César Caballero, declaró en comunicación escrita que no existe en la técnica un vínculo entre los empleos generados y las hectáreas sembradas por producto agrícola. Aquí si cabe decir que el resultado 'se paisajea'. Por ser un tema especial a la opinión se le abruma con facilidad; sin embargo, otros sectores recuerdan con Keynes que el nivel de empleo se crea al nivel de máxima ganancia, la que, a su vez, depende de la demanda efectiva, la que aquí está deprimida; ¿Y, cómo no, si la ocupación es 'el rebusque'?

25/02/2004