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Latinoamérica

5 de febrero del 2004

Brasil: A la sombra de Stalin

José Arbex Jr.*
Correspondencia de Prensa

Participé en los años 70 en muchas manifestaciones con algunos de los ministros y asesores que ahora andan de brazos dados con los neocompañeros Meirelles, Sarney, etc, como si fuese la cosa más natural del planeta.

Poca cosa consigue ser tan fea, brega, triste y pornográfica cómo un animal embalsamado. Tal vez los museos de cera, como el de Madame Tossaud; o la momia de Lenin, indecorosamente expuesta a la visita pública, durante ocho décadas, en la Plaza Roja, primero cómo objeto de adoración, por orden del dictador Josef Stálin, después por exigencia de la industria del turismo. Un animal embalsamado es un siniestro simulacro: es bicho sin alma, algo que apenas en la superficie guarda alguna semejanza con un ser antes dotado de energía vital. Semejanza silenciosa, opaca, destinada apenas a satisfacer la curiosidad voraz de un público voyeur. La momia de Lenin nada tiene que ver con 1917.

El Partido de los Trabajadores de 2004 es apenas esto: la versión taxidérmica o momificada del PT de 1979. Nada hay en él que recuerde el vibrante espíritu del partido creado en el calor de las manifestaciones sindicales del ABC, responsable por el aceleramiento de la caída de la dictadura. El PT es hoy una caparazón seca, controlado por burócratas encorbatados. Millares de militantes honrados, que aún permanecen en el partido, y se resisten a admitir lo que está puesto delante de los ojos de todos, contribuyen aún a mantener un poco de la moraleja. Pero es solo lo que resto: fábula.

No pretendo recorrer el camino ya abierto con frecuencia por varios críticos que evaluaron el gobierno liderado por el PT, con argumentos de naturaleza económica (para probar que Lula y sus ministros aplican el recetario neoliberal) social (nada más emblemática del que la humillación a los viejitos jubilados, anunciada por Ricardo Berzoini, que después tuvo que retractarse: maltratar ancianos no pega bien, política (las alianzas del PT, las expulsiones, la retórica autoritaria, e ideológica (es suficiente recordar la simpatía de nada menos que George Bush por el presidente brasilero). Prefiero, apenas, registrar ciertas impresiones de alguien que vivió de cerca todo el proceso de construcción del partido y que, incluso sin haber mantenido grandes ilusiones sobre su compromiso con un programa de transformación social, se declara atónito con la rapidez y la dimensión de la caída.

Amigos en el poder

Al contrario de lo que dice la música de Cazuza, mis amigos están en el poder y es eso que causa el mayor espanto. Hace dos o tres décadas, creíamos todos que el socialismo no era apenas una posibilidad, entre tantas, pero sí una necesidad, tal cómo se expresa en la ecuación "socialismo o barbarie". La derrota del socialismo implicaría, necesariamente, un largo período, tal vez siglos de catástrofe para la humanidad.

Algunos de aquellos que creían en eso hace no tanto tiempo explican de la siguiente forma, hoy, su distraída convivencia con la elite: los tiempos cambiaron. Sí: el muro cayó, el socialismo real fracaso, el neoliberalismo triunfó. En ese marco, que no fuimos nosotros que escogimos, es preciso asegurar la gobernabilidad. No podemos salir por ahí, enfrentando el imperialismo solos, aún por arriba corriendo el riesgo de sumergir el país en la guerra civil. Tenemos que gobernar con el cerebro, no con las vísceras. No podemos ser rencorosos. Es preciso recordar que Lula conquistó el gobierno, no el poder. Y, de ahí en más viene el argumento supremo, Lula anunció todo lo que haría su gobierno en la "Carta a los brasileros". Nunca escondió nada.

Bien, si es verdad que "el mundo cambió", fue para peor. No es preciso ser ningún especialista en política externa para saber lo que significa la presencia de la actual banda de malhechores en la Casa Blanca, ni para entender las dimensiones de la tragedia africana, y menos aún para saber que la formación de los mega-bloques significa la profundización de la miseria en la "periferia". Ese marco vuelve la lucha más, no menos, necesaria y urgente. Además de eso, la "caída del muro" no impidió la reciente rebelión en Bolivia, el fortalecimiento de la república bolivariana de Venezuela, la continuidad de la resistencia en Colombia y en Cuba, la revuelta en la Argentina. Y por ahí va, solo para citar los eventos de dos años para acá. Por lo tanto, jamás estaríamos "solos" en la lucha con el imperialismo. Todo lo contrario.

Claro, nadie quiere una guerra civil en el Brasil. Pero ¿hace cuánto tiempo ella ya existe de hecho? Mueren, por año, cerca de 40.000 brasileros, cómo resultado de la violencia; para la ONU, la situación de guerra civil es caracterizada con 15.000 muertes violentas anuales. Apenas en los once primeros meses del gobierno Lula, fueron asesinados 71 trabajadores rurales, según la Comisión Pastoral de la Tierra (mas que los registrados en el mismo período del año pasado y el más elevado, cuando ocurrieron 54 muertes). Los hacendados arman milicias, la elite anda en coches blindados y monta servicios paramilitares, los pobres se organizan en bandas. La guerra civil está ahí, por todos los lados.

Una broma

Ahora viene la sacrosanta cuestión de la "gobernabilidad", en cuyo altar todos los principios deben ser sacrificados. Pregunta básica: "gobernabilidad" ¿para quién? ¿En nombre de que intereses? Es increíble que sea necesario recordar que los neocompañeros representan una elite que hace cinco siglos esclaviza el país, y que el PT fue formado para combatir esa misma elite, y no para gobernar en su nombre. Decir, finalmente, que el gobierno Lula es legítimo por haber anunciado "todo lo que haría" es, cunado mucho, una broma. Adolf Hitler explicitó, en el Mein Kampf (diez años, no diez meses antes de las elecciones que lo condujeron a la cancillería) todo su odio a los comunistas, gitanos y judíos; fue electo por el pueblo alemán, y aplicó lo que dijo. El hecho de haber escrito Mein Kampf no lo vuelve menos monstruoso (atención, señores polemistas: yo no estoy comparando a Lula con Hitler; estoy solo diciendo que anunciar algo anticipadamente no es suficiente para dar, por sí solo, legitimidad al acto anunciado).

Momias

Pero, más allá de los argumentos, queda la sensación de espanto. Una cosa es leer en los libros de historia que, por ejemplo, un sujeto como Karl Kautsky, compañero de Marx y Engels, co-autor de El Capital, votó favorablemente la entrada de Alemania en la Primera Guerra, violando el principio de la solidariedad internacional de la clase trabajadora, y que hizo eso por estar enredado en la politiqueríaparlamentaria de su época. El partido Socialdemócrata de Alemania había crecido espectacularmente en el inicio del siglo, y acabó creando una camada de burócratas y políticos profesionales que poco o nada tenían que ver con la historia del propio partido. Kautsky estaba comprometido con esa máquina corrupta y promiscua.

Entonces leer el partido Bolchevique, que "tomó el poder y no apenas el gobierno" en Rusia, fue burocratizado y transformado en su opuesto esto es, un partido reaccionario por Stalin, después de una larga lucha interna que promovió los militantes grises a costa de la expulsión y del asesinato de sus mejores dirigentes. En realidad, una de las primeras providencias adoptadas por Stalin, luego de la toma poder, fue la apertura del partido para todos los que quisiesen entrar, sin llevar en consideración el pasado del candidato (como hace el PT ahora). La idea fue "inflar" el partido con nuevos integrantes, interesados en carrera política y nada en la revolución, para frenar la influencia de la "vieja guardia radical". En aquella época, cómo en el PT ahora, cultivar la memoria fue peligroso.

Una cosa, decía, es leer todo eso en los libros de historia. Otra, bien diferente, es presenciar los hechos bien delante de la nariz, envolviendo gente conocida (obviamente, en otras proporciones políticas y circunstancias históricas). Es cómo ser obligado a visitar un museo de cera, donde los seres representados son extrañamente familiares. Triste ironía: durante los tres años que viví en Moscú, hice cuestión absoluta de no pasar por la momia de Lenin, icono mayor de la victoria de Stalin; ahora, somos obligados a ver al propio PT transformado en mausoleo poblado de momias. Y viva la gobernabilidad.

* Periodista de la revista Caros Amigos y el semanario Brasil de Fato
Traducción de revista Movimiento para Correspondencia de Prensa. www.revistamovimiento.org