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Latinoamérica

El Círculo de Bellas Artes se convirtió, por un día, en Círculo Bolivariano

Iñaki Errazkin
Colectivo Cádiz Rebelde

El lunes 22 de noviembre entré en el Círculo de Bellas Artes de Madrid con el equipaje habitual de un reportero. Ya saben: acreditación, cámara digital, grabadora, cuaderno de notas, un par de bolígrafos, mucha paciencia y unas cuantas preguntas que hacer al presidente Hugo Chávez. Fue una experiencia aleccionadora.
Espero que ustedes disimulen si, en esta ocasión, mezclo aquí información con opinión. Estoy seguro de que su buen criterio les ayudará a separar la una de la otra aunque vayan batidas. Porque he de empezar diciendo que los que nos dedicamos al esforzado oficio de juntar letras no somos, por humanos, imparciales. Hay entrevistados que nos caen bien, con los que sintonizamos y nos comportamos amablemente, incluso con ternura; otros, que se nos antojan personajes odiosos, son interrogados por nosotros con displicencia, si no hostilmente, como si de enemigos personales se tratasen; y, por fin, una gran mayoría que nos deja indiferentes y a los que, consecuentemente con la falta de sensaciones que nos producen, les obsequiamos con distante cortesía.
El actual presidente electo de la República Bolivariana de Venezuela, no pertenece, desde luego, al último grupo. Las pasiones se desatan ante la sola presencia mediática de Hugo Chávez y las simpatías y los rechazos inundan los corazones de la audiencia, pastoreada por los responsables de los programas en los que aparece o, simplemente, se le menciona. Lo mismo sucede con las lectoras y lectores de las opiniones que sobre él vierten sesudos columnistas de a euro por palabra (alguno hay de euro por carácter, espacios incluidos) que nunca escriben en contra del pensamiento de sus pagadores.
Reconozco que llegué al Círculo de Bellas Artes albergando más de un prejuicio sobre el presidente venezolano. Su profesión marcial, su histrionismo y, sobre todo, el operativo represivo que se saldó con la extradición de dos refugiados vascos (Bittor Galarza y Sebas Etxaniz) a este reino borbónico de las maravillas -denunciado una y otra vez por el Relator Especial contra la Tortura de la ONU como empecinado practicante de infames tormentos-, no me predisponían favorablemente hacia el dirigente bolivariano.
Y, como decía el otro día mi querida amiga María Toledano, en esto llegó Hugo Chávez. Y se reunió con un selecto grupo de intelectuales, acompañados, por cierto, de un par de políticos y de algún otro cómico. Juntos, pero no revueltos, que, aunque el razonamiento, la política y la farándula no son necesariamente incompatibles, es mejor evitar embarazosas confusiones.
Reconocí a un tercio aproximado del petit comité, a saber: Belén Gopegui, Carlos Fernández Liria, Manuel Fernández-Cuesta, Pascual Serrano, Carlos Prieto, Lolo Rico, Miguel Riera, Ramón Acal, Montserrat Galcerán, Juan Carlos Monedero, Pilar Bardem, Juan Diego, Fernando Vallespín, Nativel Preciado, Jaime Pastor, Gaspar Llamazares, Moncho Alpuente, Antonio Elorza y el Gran Wyoming. Lamento no poder darles cuenta de otros tantos invitados, de los que desconozco su filiación, pero que, sin duda, están en la pomada. A los demás, sus fornidas hechuras y los pinganillos en sus pabellones auriculares los delataban como miembros del Servicio de Seguridad de la Presidencia.
Y, por fin, habló Chávez. Y resultó que, afortunadamente, yo estaba equivocado. Porque, con sus contradicciones, es un tipo chévere. Y es que juzgar al Jefe del Estado de la República Bolivariana de Venezuela con los clichés vigentes en el europeo Madrid de los Austrias, es, cuando menos, arriesgado. Así, su aparente populismo no es sino el genuino e inocultable temperamento de un jugador de béisbol de Sabaneta, de un hombre a pie de calle venezolana. Y resultó también que, bajo su mando, hay militares demócratas –yo sólo había conocido a unos pocos "úmedos" de la UMD-, que más bien son milicianos del, por y para el pueblo, de esos que pretenden ayudar sinceramente a sus gentes a salir de la miseria a la que les condenó el imperialismo. Hasta en el asunto de las extradiciones acabé por convencerme de que la desgraciada decisión fue tomada por el Tribunal Supremo y, algo inédito por estos pagos, la Constitución Bolivariana garantiza efectivamente la separación de poderes.
Pero lo que determinó mi definitiva conversión, fue la declaración formal de su intención de exportar estratégicamente la revolución social al resto de América Latina y de poner la riqueza petrolera al servicio de esa noble causa ayudando a los países que se vayan despegando del Imperio. A Uruguay, por ejemplo.
Hugo Chávez no se define como comunista. Ni siquiera se reconoce socialista. Es -y eso es lo que hay- bolivariano. A secas. Nada más y nada menos. A mí, la verdad, me preocupan muy poco los gentilicios ideológicos. Me importan bastante más las acciones concretas. Y los hechos hablan por sí solos. Que se lo pregunten, si no, a la legión de pobres venezolanos que han recuperado la dignidad y la esperanza, pese a los palos en las ruedas de los escuálidos.
No soy Saulo, no tengo planificado viajar próximamente a Damasco y tampoco me he caído de caballo alguno. Pero pienso que la anunciada estrategia de Hugo Chávez es táctica para los que vivimos a este lado del charco y, por lo tanto, debemos apoyarla con todas nuestras fuerzas. Esa es la lección que aprendí el lunes 22 de noviembre de 2004 en el Círculo de Bellas Artes que, por un día, y sin que sirva de precedente, se convirtió en un auténtico Círculo Bolivariano.