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Latinoamérica

El comandante sí tiene quien le escriba

Juan Carlos Escudier
Rebelión

Cuando le conocí hace diez años, Hugo Chávez Frías, cabecilla de la intentona golpista contra Carlos Andrés Pérez, acababa de salir de la cárcel gracias a un indulto del entonces presidente Rafael Caldera. Paradojas de la vida, quien se encontraba entonces entre rejas era Pérez, por algo que siempre ha caracterizado a la clase política venezolana: su desmedida afición por el dinero público. Mientras Chávez empezaba a recorrer el país para extender su incipiente programa político, el ex presidente recibía visitas en su celda de El Junquito, que era como un bungalow con patio abierto, les ofrecía refrescos y pistachos, y les explicaba cómo era posible que se le permitiera que dos de sus guardaespaldas siguieran protegiéndole con sus pistolones dentro del penal.

Chávez no era ni mucho menos el político histriónico en que luego se ha convertido. Le vi por primera vez en el mercado de Carúpano, una pequeña localidad del estado de Sucre, a 40 grados a la sombra, vestido de militar y con su boina roja calada, repartiendo saludos a una multitud que le veneraba. Me habló de Bolívar, de la "utopía concreta" en un país que, como pude comprobar, hacía vecinos a los harapientos y a los magnates, y de algunas de las medidas que tomó, ya como presidente cuatro años después. Decía que quedaba poco tiempo antes de que estallara una guerra civil y que la "revolución" que quería para Venezuela se abriría paso con votos o con plomo.

El comandante eligió el camino de los votos. Pese a la insistencia de los medios de comunicación en seguir tildándole de golpista, Chávez ha ganado en las ocho ocasiones en las que él o sus propuestas se han sometido a la voluntad popular. Triunfó en las presidenciales de diciembre de 1998, con un apoyo del 62,46%; al año siguiente, en abril, sometió a referéndum la convocatoria de una asamblea nacional constituyente que recibió el respaldo del 87,75% de los electores. En diciembre de ese mismo año, otro referéndum aprobaba con el 71,78% de los votos el proyecto de Constitución.

En las presidenciales de julio de 2000, se impuso con el 59,76% de los sufragios; su partido, el Movimiento V República fue el más votado en las municipales de diciembre, cuando también se sometía a referéndum su propuesta de remover a la cúpula de los sindicatos, que fue aprobada por una mayoría del 62,02%. El pasado 15 de agosto, ante la mirada de centenares de observadores internacionales, superó con un 59,09% el referéndum revocatorio que la oposición le había obligado a convocar; y, por último, en octubre, sus candidatos a gobernadores se impusieron en una veintena de los 23 estados del país. Así se escribe la historia de este ‘golpista’.

Es posible que Chávez se haya acaudillado, pero pocos gobernantes hubieran soportado tantas campañas de descrédito, una huelga indefinida de seis semanas, financiada por la vieja oligarquía del país, y un golpe de Estado en toda regla, que convirtió durante 48 horas en presidente a un demócrata de toda la vida como era Pedro Carmona, el líder de la patronal, más conocido desde entonces como ‘Pedro el breve’

El ‘dictador’ venezolano no ha cerrado ni uno solo de los medios de comunicación que le ridiculizan a diario y no ha encarcelado a nadie por motivos políticos. Lo que sí ha hecho es mejorar la sanidad con ayuda de médicos cubanos, subir el suelo de los maestros, reactivar un plan de escuelas en las zonas más desfavorecidas del país con ocho horas y media de clases en las que a los niños se les da el desayuno, la comida y la cena, y avanzar en una reforma agraria que, resultado de la Ley de Tierras –el principal motivo de la ira de los opositores-, castiga con multas primero y con la expropiación después a los latifundistas –propietarios de terrenos de más de 5.000 hectáreas- que no pongan sus propiedades en producción.

De visita en España, la polémica ha surgido ahora por unas declaraciones del ministro Moratinos en las que ha asegurado que el anterior Gobierno dio instrucciones al embajador Viturro para apoyar el golpe contra Chávez, algo que fácilmente podría deducirse tanto de la declaración conjunta de EEUU y España en la que, lejos de condenar la intentona, expresaban su deseo de que "la excepcional situación que experimenta Venezuela conduzca en el plazo más breve a la normalización democrática plena", como de la rapidez con la que Viturro y el embajador estadounidense Charles S. Schapiro acudieron a reunirse con el presidente del ‘gobierno provisional’, el ya citado Carmona, en las horas posteriores a la asonada.

Es obvio que Chávez no es perfecto, que canta mal, que no juega bien al béisbol, que resulta caricaturesco en sus alocuciones públicas, que se lleva bien con Fidel Castro y hasta que ha engordado desde que le conocí. También es cierto que el suyo es un movimiento personalista y que no ha sido capaz de generar liderazgos alternativos. Pero resulta hipócrita que quienes robaron a manos llenas, quienes desprestigiaron la política hasta lo irreconocible, sean quienes representen los valores democráticos a ojos de la comunidad internacional.

Nos hemos acostumbrado a contemplar la realidad de Venezuela y la del conjunto de Iberoamérica con nuestros esquemas, desde nuestra propia cultura, obviando que cada pueblo merece buscar libremente su propia identidad. García Márquez lo advirtió en su discurso de aceptación del Premio Nobel: "Tal vez la Europa venerable sería más comprensiva si tratara de vernos en su propio pasado. Si recordara que Londres necesitó 300 años para construir su primera muralla y otros 300 para tener un obispo, que Roma se debatió en las tinieblas de incertidumbre durante 20 siglos antes de que un rey etrusco la implantara en la historia, y que aún en el siglo XVI los pacíficos suizos de hoy, que nos deleitan con sus quesos mansos y sus relojes impávidos, ensangrentaron a Europa con soldados de fortuna".

Mis últimos recuerdos de Chávez de aquel día de mayo del 94 son los del militar subido a una tribuna en Maturín, la capital petrolera del estado de Moragas. Caían chuzos de punta. Tengo apuntada una frase que me impresionó: "Que muera lo que tenga que morir y que nazca lo que tenga que nacer. No podemos pasar a la historia como una generación de cobardes".