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País Vasco

28 de enero de 2004

Neruda: aguzar el filo de su poesía

José Mª Amigo Zamorano
Rebelión

Recordamos a Neruda, con el filo de su poesía bien afilada; no lo recordamos con el puro y aséptico deleite literario sino encarnado en nosotros, cortándonos limpiamente el viento helado de la desesperación que nos invadía en momentos, aquellos, en los que no se vislumbraba apenas un rayo de esperanza.

Al leer sus poemas salía de nuestro corazón un rayo rojo. Florecíamos también cada mañana.

Lo recordamos ahora, a los cien años de su nacimiento, con la misma frescura, con el mismo corte afilado, recogiendo rebeldías lo mismo que la ideología que lo sostuvo: el socialismo, el marxismo.

El socialismo, anarquismo y sus numerosas variantes surgieron como grandiosas hoces para recoger, en un haz, las rebeldías que se encarnaban en personas solas, desperdigadas, perdidas por ahí, por los vericuetos y caminos del mundo y que se quemaban o gastaban en manoteos casi inútiles, en chispazos apenas perceptibles, terminando por suicidarse o pudrirse lentamente.

Y él también recogió esas rebeldías.

Y no se nos olvida pues, si bien, esos manoteos, esos chispazos, esos desgraciados suicidios, iban incubando las semillas de la confraternización obrera y campesina, eran, entonces, no siempre, gratamente recibidas, por la autoridad establecida, por la reacción imperante que elevaba a la cúspide, a la pingorota del heroísmo, esas rebeldías solitarias; cortándoles, así, el cordón umbilical que las haría más rápidamente fecundas: la unión con el resto de todos aquellos, (somos nosotros ahora), 'pobres comedores de manzanas'.

Cuando morían los rebeldes, independientemente de cómo lo hicieran, si no podían silenciarlos, les cubrían con otro silencio: un fastuoso manto de vocerío, en homenajes por parte de los clubes de la sociedad de su tiempo, cuya misión era: analizarlos, destriparlos, despedazarlos en congresos, en mesas redondas o cuadradas, en debates desde distintos puntos de vista, cribando sus ideas y acciones, hasta dejarlos tan cambiados que nos los conocería... ni la madre que los parió.

Luego se les erigía una estatua, o una gran estatua, depende, en la plaza de la urbe, libre de rebabas rebeldes. Y allí quedaban, mostrando su grandioso vacío, su oquedad, por los siglos de los siglos.

Los que mandaban, ellos, (porque hay que utilizar cada vez más este pronombre), trataban de torcer el camino que habían emprendido, y marcado a veces sin querer, estos solitarios de la rebeldía, encauzándolo hacia otros derroteros que conducían a callejones sin salida, a laberintos de desesperación.

Neruda, que había sido un rebelde haciendo la guerra por su cuenta y riesgo, vio claro que con esas actitudes no se conmovían, lo más mínimo, los cimientos de la sociedad; seguía sin grietas, dominando el cotarro del mundo; ese mundo donde se apagaban, en unas ocasiones, los chispazos de las rebeldías, a sangre y fuego; y en otras, se las deshacía con el aliento suave de la alabanza hipócrita; esa sociedad dominaba todos los estamentos; y todos los organismos, todas las instituciones, estaban en su poder: desde las más humildes piedras de las alcaldías, hasta los 'mármoles sagrados' de los parlamentos donde 'torcían' los debates, las charlas, hacía 'sus bolsillos'. Agrandándose aún más sus faltriqueras.

Y lo recordamos porque se dio cuenta de que, por ahí, por ese camino, no se llegaba a ninguna parte.

Ya hemos dicho más arriba que, él, había sido un rebelde que 'peroraba en la calle desierta'; y cuando ejercía su rebeldía de esa manera el rico, el terrateniente que se cruzaba en su camino, lo saludaba muy amable; para acto seguido, en el club, en el casino, o en el café selecto decir a sus compinches: 'he visto a un valiente charlar en la plaza desierta', '¡qué bien lo hacía!' ¡dejémosle que siga su camino!, 'algún día tenemos que invitarlo'. Y se sentaban a jugar la partida.

Por entonces, dice Neruda, lo llamaban el 'Píndaro celeste'; mas cuando dejó de vocear en el desierto, cuando buscó la 'veta escondida', cuando se hizo 'música callada', violín penetrante y acariciador para sus camaradas; cuando acudió con su palabra a las barriadas miserables, al último rincón de este mundo, a levantar de la tierra al caído, al obrero sin pan, al pampino triste; cuando les animó a luchar por su dignidad, a ligarse íntimamente, a ser una voz más, cada una con su timbre, en el concierto universal de las fuerzas del trabajo proletario, cuando se hizo 'cemento y argamasa con su pueblo', esos mismos que, antes, ayer mismo, lo bautizaban como 'el nuevo Píndaro', exclamaron: '¡duro con él!, ¡a la cárcel!, ¡muera!'.

Lo recordamos ahora que, por doquier, se van a celebrar homenajes, algunos de los cuales intentarán mellar su filo rebelde, revolucionario. Ya hemos visto intentos, tímidos, hace días, pocos, por parte de un connotado derechista; el cual desde su razón, llena de militancia reaccionaria, aromada con la canela más extrema, casi fascista, ha querido enfrentar, elevándolos, sus poemas de amor; para, a continuación, menospreciar otros, ya se supone, más políticos, donde Neruda nos anima a no desesperar, a seguir aunque sea desde el azote de la furia terrestre, desde el rincón de las humillaciones; a levantarnos, porque "saldrá -nos dice- desde tu corazón un rayo rojo, florecerás también una mañana", "no te ha olvidado, no, la primavera".

Nos lo dice a todos nosotros eso que le trasmitió a él cactus de las arenas; y, Neruda, generoso, nos regala el mensaje que recogemos con sumo cuidado, casi con delicadeza, como si de una herramienta única se tratara: 'donde quiera que estemos: en Irak, en Palestina, en Colombia, en Argentina, en Brasil, en Venezuela, en Haití, en España... luchemos desde nuestras pequeñas cosas, desde nuestros pequeños seres y nuestras humildes raíces, cortémosles la hierba a la reacción, hagámosles trampas guerrilleras, quedémosles sin agua, sin comida... sin siquiera apellidos'.

Ese es el mensaje y esa es la moral de sus poemas. No consintamos que nos arrebaten el arma de las manos... de lo contrario no saldrá para nosotros la dulce primavera.