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Internacional

Fahrenheit 9/11, bofetón para el elector indeciso

Lisandro Otero

He tenido el raro privilegio ­en estos días de su exhibición inaugural--, de ver el extraordinario documental Fahrenheit 9/11, gracias a la generosidad de un amigo recién llegado, quien traía como pieza valiosa de su equipaje una copia del filme. Es un testimonio demoledor que seguramente ha de costar algunas abstenciones de voto en la nómina republicana. Se trata de una pieza magistral de periodismo investigativo en la cual el espectador sale de un asombro para entrar en otro por la abrumadora cuantía de pruebas sobre la prevaricación de Bush y su equipo gobernante, sus sórdidos trapicheos negociantes con los árabes, su holgazanería acostumbrada y su fraude electoral. No se trata solamente de transgresiones constitucionales sino el desmedido afán de utilidades de las corporaciones petroleras y la indiferencia hacia los jóvenes que derraman su sangre en el Oriente Medio.
La película comienza con los anuncios masivos del triunfo de Al Gore. Todos los noticieros, las predicciones de analistas, las proyecciones de las estadísticas señalaban el triunfo indiscutible del candidato demócrata. Y de pronto se produce un súbito viraje, como si se tratase de unas elecciones mexicanas en las que se cae el sistema. O un Zedillo ansioso por entregarle precipitadamente la presidencia a Vicente Fox. La cadena Fox (¡vaya coincidencia!) comienza a anunciar que el triunfador es Bush, antes de que los conteos confirmen ese aserto. Una especie de golpe de estado a la americana. Moore nos revela que detrás de ese súbito cambio se hallaba el encargado de noticias de la poderosa cadena ese día, un primo hermano de los Bush. Luego desfilan en la pantalla las denuncias del despojo de sus derechos como electores del cual fueron objeto los votantes negros del sur, sin que esas acusaciones tuvieran el respaldo del Congreso.
La pantalla pasa al día de la toma de posesión del mandatario, con la limosina presidencial cubierta de huevos podridos, incontenibles manifestaciones de protesta, carteles desesperados invocando la ayuda de Dios para el aciago período que se avecina. El tradicional paseo a pie del nuevo Presidente se tiene que suspender y la limosina cobra velocidad para escapar de la ira popular. Moore acota: algo jamás visto antes en una ceremonia de ese tipo.
Inmediatamente se aborda la indolencia perezosa del nuevo Presidente, sus interminables vacaciones jugando golf, pescando, o disfrazado de vaquero y acompañando a su perro a cazar armadillos. El 42% de su tiempo en la Primera Magistratura de la nación, según el Washington Post, Bush lo pasó descansando de no hacer nada. Es el presidente más flojo y comodón que ha tenido Estados Unidos, un zángano remolón, un hijo de papá acostumbrado al ocio opulento.
Se muestran los rostros llorosos, angustiados, durante el atentado de las torres gemelas, la lluvia de cenizas, la faz de los desaparecidos, la aflicción de familiares. Bush se hallaba en una escuela en la Florida leyendo a alumnos de primaria el cuento Mi Chivo Favorito. Un ayudante se le acerca para informarle de la colisión del primer avión con el edificio. Semblante de estupor. Nuevo aviso del ayudante cuando estalla el segundo avión; le dice: ³la nación está siendo atacada². Y se produce un momento brillante del filme: durante siete minutos Bush queda en estado de aturdimiento, en una especie de coma atontado, como un catatónico, incapaz de reaccionar ante la tragedia.
Vienen, entonces, las abrumadoras pruebas de los negocios de la familia Bush con los árabes. Se relata la íntima amistad de Bush junior con los financistas James R. Bath y Robert Jordan, gerentes de los negocios de la familia Bin Laden en Estados Unidos Describe las visitas de Papá Bush a Arabia Saudita. La formación bélica de Bin Laden por Estados Uniodos para combatir a los soviéticos en Afganistán y las entrevistas de Rumsfeld con Sadam Hussein. Y finalmente, la escandalosa fuga de la familia Bin Laden y otros árabes prominentes, en seis aviones jets privados, al día siguiente del 11/9, cuando todo el tráfico aéreo de Estados Unidos se hallaba paralizado y los cielos se abrieron privilegiadamente para ellos.
Luego se analiza la manera en que se utilizó el miedo, de manera sistemática, para atizar un clima de guerra: la invención de las armas de destrucción masiva. Las reuniones de directores corporativos para el reparto del botín iraquí y sus codiciosas especulaciones de las ganancias de la guerra. La invasión a Irak es descrita a través de soldados que no entienden por qué están allí y los sollozos conmovedores de las familias de las víctimas.
De colofón disfrutamos a Michael Moore, repartiendo propaganda del cuerpo de marines, a favor del reclutamiento, a la entrada del Congreso, para incitar a los augustos legisladores a enviar sus hijos a combatir. De 535 parlamentarios solamente uno tiene a un hijo en Irak. Un humor negro insuperable.
Fahrenheit 9/11 es una obra maestra que ninguno debe dejar de ver y reafirma que Estados Unidos está siendo conducido al desastre por una pandilla de incapaces aventureros, afanosos de lucro. Un bofetón de conciencia para el elector indeciso.