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Internacional


5 de abril de 2004

Estados Unidos en Irak
El talento para hacer enemigos

Naomí Klein
La Jornada

"He ido a las mezquitas y a las manifestaciones callejeras y he escuchado a los seguidores de Muqtada al-Sadr gritar: ‘Muerte a Estados Unidos, muerte a los judíos’, y en verdad es escalofriante", dice la analista canadiense. Pero eso no le resulta sorpresa. Un empresario proestadunidense, que administra una planta de Pepsi, revela mejor el profundo sentimiento de decepción y engaño de muchos iraquíes: "Estoy decepcionado, no porque odie a los estadunidenses", dice el empresario, "sino porque me caen bien. Y cuando amas a alguien y te hiere, duele más"

"¿Tiene cuartos disponibles?", le preguntamos a la recepcionista del hotel.

Nos mira de arriba abajo, se fija en la cabeza calva y blanca de mi compañero de viaje.

"No", responde.

Tratamos de no darnos cuenta de que hay 60 llaves de cuarto en sus buzones atrás de su escritorio –el lugar está vacío.

"¿Tendrán un cuarto pronto?

¿Quizá la semana que entra?"

Duda. "Ahh... no".

Regresamos a nuestro actual hotel –el que queremos dejar porque corren apuestas sobre cuándo lo van a bombardear– y prendemos la televisión: la BBC muestra secuencias del testimonio de Richard Clarke [jefe de la oficina de contraterrorismo del Consejo de Seguridad Nacional con los presidentes Bill Clinton y George W. Bush, N de la T] ante la Comisión del 11 de Septiembre, y un par de expertos discuten sobre si invadir Irak ha hecho de Estados Unidos un lugar más seguro.

Deberían de intentar encontrar un cuarto de hotel en esta ciudad, donde la ocupación estadunidense ha desatado una ola de ira anti-estadunidense tan intensa que ahora abarca no sólo a las tropas estadunidenses, los funcionarios de la ocupación y sus contratistas, sino también a los periodistas extranjeros, los trabajadores humanitarios, sus traductores y prácticamente a cualquiera que esté relacionado con los estadunidenses. Razón por la cual no pudimos tomar de mala gana la decisión de la recepcionista del hotel: si quieres sobrevivir en Irak, lo sabio es mantenerte lo más lejos posible de personas con nuestra apariencia. (Pensamos en explicar que somos canadienses, pero todos los periodistas estadunidenses lucen una hoja de arce –cuando no tratan de desaparecer detrás de sus recién adquiridos pañuelos.)

El jefe de la ocupación estadunidense Paul Bremer todavía no se pone un hijab [la pañoleta tradicional]; en vez, ataca el ascenso del antiamericanismo con su usual previsión. Bagdad está tapizada de ineptas publicaciones de operaciones psicológicas, como Bagdad Now, llenos de artículos aduladores sobre cómo los estadunidenses enseñan a los iraquíes acerca de la libertad de prensa. "Nunca hubiera pensado que la coalición pudiera hacer algo bueno para el pueblo iraquí", citan a un aprendiz."Ahora lo puedo ver en mis ojos lo que están haciendo buenas cosas para mi país y el logro que hicieron. Quisiera que mi gente viera eso, de la manera en que yo lo veo".

Desafortunadamente, el pueblo iraquí recientemente vio otra versión de la libertad de prensa cuando Bremer ordenó a las tropas estadunidenses que cerraran el periódico dirigido por seguidores de Muqtada al-Sadr. El clérigo militante chíita predica que los estadunidenses están detrás de los ataques a los civiles iraquíes y ha condenado la constitución interna; la tildó de ser "una ley terrorista". Hasta ahora, Al-Sadr se ha abstenido de conminar a sus seguidores a unirse a la resistencia armada, pero muchos predicen que el cierre del periódico –un medio no violento de resistir la ocupación– era justo el empujón que necesitaba. Pero reclutar para la resistencia siempre ha sido una especialidad del enviado presidencial a Irak: la primera acción de Bremer tras ser designado por Bush fue despedir a 400 mil soldados iraquíes; se rehusó a darles las pensiones a las que tenían derecho, pero sí les permitió quedarse con sus armas –por si más tarde las necesitaban.

Mientras los soldados estadunidenses le ponían candado a la puerta del periódico, me encontraba en lo que creía que sería un oasis de proamericanismo, la Compañía de Refrescos de Bagdad. El 1 de mayo, esta planta embotelladora comenzará a producir uno de los iconos más poderosos de la cultura estadunidense: la Pepsi-Cola. Creía que si quedaba alguien en Bagdad dispuesto a defender a los estadunidenses éste sería Hamid Jassim Khamis, el gerente de la Compañía de Refrescos de Bagdad. Estaba equivocada.

"Todos los problemas en Irak son culpa de Bremer", dice Khamis, flanqueado por 30 botellas de Pepsi y 7-Up alineadas. "No escuchó a los iraquíes. No sabe nada sobre Irak. Destruyó el país y lo trató de reconstruir y ahora estamos en un caos".

Uno esperaría escuchar estas palabras en boca de extremistas religiosos o fieles a Saddam, pero no de aquellos como Khamis. Y no sólo porque su negocio de Pepsi es la inversión de mayor perfil público de una multinacional estadunidense en el nuevo "libre mercado" de Irak. También porque pocos iraquíes apoyaron con tanta firmeza la guerra. Y no es para sorprenderse: Saddam ejecutó a sus dos hermanos y Khamis fue obligado a renunciar como gerente de la planta embotelladora en 1999, después de que el hijo de Saddam, Uday, lo amenazó de muerte. Cuando los estadunidenses derrocaron a Saddam, "no puedes imaginar cuánto alivio sentimos", dice.

Después de que el administrador de la planta baatista fue sacado del puesto, Khamis regresó a su viejo empleo. "Hay un riesgo en hacer negocios con los estadunidenses", dice. Hace unos meses se descubrieron dos detonadores frente a las puertas de la fábrica. Y Khamis todavía está alterado a raíz del intento de asesinato que sufrió hace tres semanas. Iba al trabajo cuando le robaron el coche y le dispararon, y no hubo duda alguna de que fue un ataque con un claro blanco; se escuchó que uno de los agresores le preguntó a otro: "¿Mataste al gerente?"

Khamis solía estar contento de defender su posición a favor de Estados Unidos, aunque implicara discutir con amigos. Pero a un año de la invasión, muchos de sus vecinos en el parque industrial ya están fuera del negocio. "Ya no sé qué decirle a mis amigos", dice. "Es un caos".

Su lista de quejas contra la ocupación es larga: corrupción a la hora de otorgar los contratos de reconstrucción, fracaso a la hora de frenar el saqueo, fracaso para asegurar las fronteras de Irak –tanto de terroristas extranjeros como de importaciones extranjeras no reguladas. Las compañías iraquíes, que todavía sufren a raíz de las sanciones y el saqueo, no pueden competir.

Sobre todo, Khamis está preocupado por la manera en que estas políticas han alimentado la crisis de desempleo del país, y han provocado que haya demasiadas personas desesperadas. También observa que a los oficiales de la policía iraquí se les paga menos de la mitad de lo que él le paga a sus obreros en las líneas de producción, "lo cual no es suficiente para sobrevivir". Khamis, que normalmente habla con suavidad, se pone furioso cuando habla del hombre a cargo de "reconstruir" Irak. "Paul Bremer ha causado más daño que la guerra, porque las bombas pueden dañar un edificio, pero si dañas a las personas ya no hay esperanza".

He ido a las mezquitas y a las manifestaciones callejeras y he escuchado a los seguidores de Muqtada al-Sadr gritar: "Muerte a Estados Unidos, Muerte a los Judíos", y en verdad es escalofriante. Pero el profundo sentimiento de decepción y engaño expresado por un empresario pro Estados Unidos, que administra una planta de Pepsi, es lo que confirma lo profundo del desastre creado por Estados Unidos. "Estoy decepcionado, no porque odie a los estadunidenses", dice Khamis, "sino porque me caen bien. Y cuando amas a alguien y te hiere, duele más".

Al salir de la planta embotelladora, al caer la tarde, las calles de la ocupada ciudad de Bagdad están repletas de seguidores de Al-Sadr, que juran venganza sangrienta por el ataque a su periódico. Un vocero de Bremer defiende la decisión, alega que el periódico "estaba haciendo que la gente pensara que teníamos la intención de atacarlos".

Un creciente número de iraquíes ciertamente tienen esa impresión, pero tiene mucho menos que ver con un incendiario periódico que con las incendiarias acciones de la autoridad de la ocupación estadunidense. Conforme se acerca la "entrega de poder" del 30 de junio, Paul Bremer ha develado un montón de nuevos trucos para mantenerse en el poder mucho después de que se declare la "soberanía".

Algunos momentos sobresalientes. A finales de marzo, sobre la base de su Orden 39 del pasado mes de septiembre, Bremer aprobó otra ley que abría aún más la economía de Irak a la propiedad extranjera, una ley que el próximo gobierno iraquí tiene prohibido cambiar bajo los términos de la constitución interina. Bremer también anunció el establecimiento de varios reguladores independientes, los cuales reducirán drásticamente el poder de los ministerios del gobierno iraquí. Por ejemplo, The Financial Times reporta que "los funcionarios de la Autoridad Provisional de la Coalición (APC) dijeron que el regulador impediría que el ministro de Comunicaciones, Haider al-Abadi, una espina en el pie de la coalición, llevara a cabo su amenaza de cancelar las licencias que la coalición otorgó a los consorcios administrados por extranjeros para operar tres redes de telefonía móvil y la emisora nacional".

La APC también ha confirmado que después del 30 de junio los 18.4 mil millones de dólares que el gobierno estadunidense se está gastando en reconstrucción serán administrados por la embajada estadunidense en Irak. El dinero se gastará a lo largo de cinco años y en esencia estará destinado a rediseñar la mayor parte de la infraestructura básica de Irak, incluyendo sus sectores encargados de la electricidad, el agua potable, el petróleo y la comunicación, así como sus cortes de justicia y su policía. Los futuros gobiernos de Irak no podrán tener injerencia en la construcción de estos sectores clave de la sociedad iraquí. El jubilado almirante David Nash, quien encabeza la Oficina de Gestión de Programas, la cual administra los fondos, describe los 18.4 mil millones de dólares como "un regalo del pueblo estadunidense al pueblo iraquí".

Parece haber olvidado que los regalos son algo de lo cual una persona se desprende. Y en la misma semana llena de eventos, los ingenieros estadunidenses comenzaron construcciones en 14 "bases duraderas" en Irak, capaces de albergar a los 110 mil soldados que permanecerán aquí durante al menos dos años más. A pesar de que las bases se están construyendo sin el mandato del gobierno iraquí, el general de brigada Mark Kimmitt, director adjunto de operaciones militares en Irak, lo llamó "un plan de cómo podríamos operar en Medio Oriente".

La autoridad de la ocupación estadunidense también encontró una manera de mantener el control sobre las fuerzas armadas de Irak. Bremer promulgó una orden ejecutiva donde declara que aún después de que el gobierno interino iraquí se haya establecido, el ejército iraquí responderá a las órdenes del comandante estadunidense, el teniente general Ricardo Sánchez. Para lograr esto, Washington se basa en una interpretación legalista de una cláusula en la Resolución 1511 del Consejo de Seguridad de la ONU, la cual pone a las fuerzas estadunidenses a cargo de la seguridad de Irak hasta que "se complete el proceso político" en Irak. Y ya que el "proceso político" en Irak no tiene fin, también, parece que no lo tiene el control militar estadunidense.

Durante el mismo frenesí de actividad, la APC anunció que pondría más restricciones a los militares iraquíes a través de la designación de un asesor en seguridad nacional para Irak. Este designado estadunidense tendría poderes equivalentes a los de Condoleezza Rice y se mantendrá en el poder durante cinco años, mucho más tiempo del programado para concretar la transición a un gobierno democráticamente electo.

Hay un pedazo de este país, sin embargo, que el gobierno estadunidense con gusto cede al pueblo de Irak: los hospitales. El 27 de marzo, Bremer anunció que había retirado a los altos consejeros estadunidenses del Ministerio de Salud de Irak, y este sector se volvió el primer sector en lograr una "plena autoridad" en la ocupación estadunidense.

Puestas en conjunto, estas últimas medidas pintan un cuadro revelador del "Irak libre": Estados Unidos mantiene su presencia militar y empresarial a través de 14 bases militares y la más grande embajada estadunidense en el mundo. Mantendrá la autoridad sobre las fuerzas armadas iraquíes, su política de seguridad y económica, y el diseño de su infraestructura esencial –pero los iraquíes pueden ver por sí solos qué hacen con sus decrépitos hospitales, con todo y su escasez crónica de medicamentos y su carencia del más básico sistema de saneamiento. (El secretario estadunidense de Servicios de Salud y Humanos Tommy Thompson reveló el nivel de prioridad que tenía esto cuando comentó que los hospitales iraquíes estarían arreglados si los iraquíes "tan sólo se lavaran las manos y limpiaran la mierda de las paredes".)

En las noches en las que no hay explosiones cercanas nos quedamos en el hotel y brincamos cada vez que oímos los portazos de un coche. A veces ponemos las noticias y escuchamos un lejano debate acerca de si invadir Irak ha hecho que los estadunidenses están más seguros.

Pocos parecen estar interesados en el asunto de si la invasión ha hecho que los iraquíes se sientan más seguros, lo cual está mal porque ambos asuntos están íntimamente relacionados. Como dijo Khamis: "No es la guerra lo que provocó el odio. Es lo que hicieron después. Lo que hacen ahora".

Naomi Klein es autora de No Logo y Vallas y Ventanas

(Traducción: Tania Molina Ramírez. Copyright 2004 Naomi Klein. Una versión de este texto fue publicado en The Nation)