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Internacional


17 de marzo del 2004

Dos historias de los derechos humanos

Gregorio J. Pérez Almeida
Rebelión

Debemos comenzar diciendo que somos de los individuos formados en la cultura de la sospecha, es decir, aquella cultura cuyo eje transversal está constituido por el marxismo y el psicoanálisis. Con esto queremos decir que nos hallamos entre aquellos que siempre sospechan que detrás de un dato, un hecho (como un gesto, una mirada o un lapsus linguae) e inclusive una verdad aceptada por el sentido común científico, se esconde la verdadera causa o el verdadero por qué de aquello que se nos presenta. Es por pertenecer a esta cultura que siempre sospechamos que detrás de la doctrina de los derechos humanos se esconde algo, una intencionalidad oculta de los ideólogos del sistema capitalista para mantener a raya a los movimientos antisistema en el mundo. Claro está que no hemos hallado elementos concretos de esa intencionalidad, pero a partir de esa sospecha se puede tener una visión bidimensional de los derechos humanos que permite construir dos historias de dichos derechos: la historia bonita y progresista y la historia fea y reaccionaria.

La historia bonita comienza diciendo que los derechos humanos son el invento más grandioso en toda la historia de la humanidad y que al estar de acuerdo en que todos tenemos los mismos derechos hemos elaborado "su" doctrina inviolable e insustituible y además hemos enriquecido nuestra dignidad con nuevos y más humanos derechos y con la idea de que son integrales, es decir: que no hay derecho a la vida sin derecho a la educación, al trabajo, a una remuneración justa y equitativa, etcétera. En palabras más técnicas: que no hay derechos políticos y civiles sin derechos económicos, sociales y culturales (y viceversa). Esta historia contempla las cruentas luchas y dolorosos sacrificios que han sido necesarios para que en el pasado las elites dueñas del poder reconocieran los derechos de las mayorías excluidas y luego para que estas mayorías domesticadas por el poder les reconozcan los derechos a las minorías sin poder (piénsese por ejemplo en la lucha por los derechos civiles de los negros, los homosexuales, etcétera). En esta historia bonita de los derechos humanos está la aparición de los organismos internacionales de protección y difusión, comenzando por la ONU, los compromisos internacionales entre los estados nacionales del mundo para su respeto y promoción plasmados en convenios y otros instrumentos del derecho internacional público y está también la aparición de las ONGs y su extensión por todo el mundo como expresión de la conciencia humanista y política cada vez más desarrollada de la sociedad civil.

Esta historia es progresista, porque demuestra que la voluntad inconforme de los individuos y los poderes creadores de los pueblos han derrumbado progresivamente las barreras que levanta la sociedad de clases en el camino hacia la libertad y la igualdad de hombres y mujeres, pero basta con reconocer que el capitalismo es un sistema mundial de explotación del ser humano y depredador irracional de los recursos naturales en beneficio de unas élites para que percibamos la gran contradicción de dicho sistema con las ideas esenciales de los derechos humanos.

Dicha contradicción es la raíz de la historia fea de los Derechos Humanos y se hace evidente al identificar y rastrear el desempeño de las agencias económicas creadas por los vencedores de la Segunda Guerra Mundial como contracara de la ONU (en julio de 1944, casi cuatro años antes de la Declaración Universal de los Derechos Humanos), en el Pacto de Breton Woods: FMI, BM y GATT (Acuerdo General sobre Aranceles Aduaneros y Comercio, embrión de la actual Organización Mundial de Comercio)

¿En qué consiste la contradicción? En que el capitalismo tiene su propia lógica que es contraria a los derechos humanos ya que su premisa mayor concibe al hombre como un simple medio (es decir igual a una mercancía) para fines económicos. Y los estados nacionales, si quieren ser reconocidos como "soberanos" en el terreno internacional, tienen que, por una parte, demostrar que obedecen a la filosofía y los lineamientos de las agencias económicas nombradas y, por otra parte, tienen que ajustar sus políticas económicas a la premisa mayor del sistema capitalista, de lo contrario caen en la calificación de "estados parias", "castro comunistas", "terroristas", "peligros para la democracia", etcétera.

Esta historia fea de los derechos humanos contempla su utilización como arma política al servicio de los intereses de la potencia imperialista surgida de la posguerra, a saber: los EE.UU., que ni ha firmado ni ratificado el ochenta por ciento (80%) de los acuerdos internacionales en materia de derechos humanos, pero se erige en supervisor de su cumplimiento en el resto de los países del mundo. Contempla también esta historia el crecimiento de la industria armamentista convencional, nuclear y de la fabricación de armas biológicas y climatológicas (como el Programa de Investigación de Aurora Activa de Alta Frecuencia, HAARP, desarrollado en EE.UU., que mediante emisiones de ondas desde unos satélites es capaz de modificar las condiciones climatológicas de una zona geográfica determinada) en contra de los acuerdos internacionales que la regulan y / o prohíben. Incluye esta historia el papel que juegan las agencias económicas de Breton Woods en el financiamiento del orden interna cional de explotación y depredación indiscriminada (y criminal) de los seres humanos y los recursos naturales por parte de las grandes potencias económicas y las empresas trasnacionales.

Esta historia fea incluye las estadísticas que indican el aumento vertiginoso de la brecha entre ricos y pobres (tanto al interior de los países como entre países) en momentos en que el desarrollo tecnológico permite una mayor producción de bienes y servicios que puede estar al alcance de todos, como por ejemplo en el área alimentaria que mientras la producción de alimentos básicos representaba ya en el año 1999 cerca del 110% de las necesidades de la población mundial, más de 30 millones de personas han muerto de hambre en el mundo cada año transcurrido hasta hoy y más de 800 millones están subalimentadas, lo que significa que el sistema capitalista no puede solucionar dicho problema sino que lo agrava y profundiza a medida que se expande y consolida en el globo terráqueo (¿Es que hay otra consecuencia de la globalización neoliberal?). También esta historia reaccionaria de los derechos humanos toma en cuenta la metamorfosis sufrida por el capitalismo industrial por efectos de la revolución tecnocientífica, que le permite aumentar la producción y las ganancias de los dueños del capital sin necesidad de emplear más mano de obra sino más bien deshaciéndose de ella, lo que nos hace dudar de la pertinencia del "derecho al trabajo", concebido sólo dentro del ámbito de la relación salarial (igual a un empleo remunerado), que se contempla en la Declaración Universal de los Derechos Humanos, porque ¿Qué Estado o qué sociedad puede garantizarle un empleo a todos sus ciudadanos con un sistema industrial que requiere cada vez menos fuerza de trabajo para producir cada vez más mercancías y obtener mayores ganancias?

Estas dos historias conviven en el mismo mundo, la primera salta a la vista día a día porque es ya imposible ocultar la participación masiva de la gente en el reclamo de los derechos humanos, como lo demuestran las multitudinarias manifestaciones humanas que alrededor del mundo protestaron al unísono contra la invasión a Irak. Pero la segunda se nos oculta mediante la manipulación mediática y la desinformación, por ejemplo, ¿quiénes, cuántos en el mundo, están enterados de las violaciones a los derechos humanos cometidos durante diez años en Irak debido al bloqueo impuesto por los EE.UU. a través de del Consejo de Seguridad de la ONU que causó la muerte a miles de niños iraquíes por falta de medicinas, además de los bombardeos "selectivos" realizados por la fuerza aérea norteamericana sobre poblaciones civiles indefensas? ¿Quiénes y cuántos saben de las condiciones infrahumanas impuestas por las empresas multinacionales a millones de trabajadores explotados (incluyendo gran cantidad de niños) bajo la modalidad maquiladora a la vista de los Estados obligados a proteger y defender los derechos humanos? ¿Quiénes conocen los experimentos con drogas prohibidas realizados con niños negros y latinos por la universidades de Nueva York y Queens y financiados por autoridades estatales? ¿Quién sabe de los tribunales militares constituidos ad hoc en los EE.UU. después del 11 de septiembre para condenar a quienes resulten indiciados como terroristas? Esta historia ha comenzado a descubrirse gracias a las comunicaciones alternativas como la Internet, pero con la limitación de estar al alcance de un reducido porcentaje de personas en el mundo.

La primera historia de los derechos humanos se alimenta y es recreada diariamente por los individuos que luchan organizadamente (con gran dosis de inocencia) para mantener el reconocimiento de los viejos derechos y lograr al reconocimiento de otros nuevos. Hasta ahora la acción fundamental de los actores de la historia progresista es la pedagógica, la acción educativa, concientizadora y formativa de nuevos contingentes humanos concientes de su dignidad (un aspecto importante de esta formación es la denuncia), pero generalmente no tienen conocimiento de la historia reaccionaria que avanza paralela y a más velocidad que la historia bonita y acaba violentamente con las posibilidades reales de construir un mundo mejor, por lo que se hace necesario transformar la formación de los activistas de los derechos humanos en una formación política que tenga como base la investigación del funcionamiento del capitalismo contemporáneo.

Proponemos que los activistas de la historia bonita se conviertan en investigadores agudos de la historia fea, para que puedan elaborar programas de promoción y defensa de los derechos humanos sin falsas ilusiones y sepan que también la que parece ser la doctrina más elaborada y completa sobre la felicidad humana (la doctrina de los derechos humanos) tiene la condición esencial de todos los productos humanos, es decir: es histórica, finita, no es eterna y por tanto perfeccionable porque obedece a "una" visión filosófica determinada del hombre y de la sociedad (la liberal y burguesa) no la única. A menos que creamos que la historia llegó a su fin y entonces Fukuyama (es decir el Pentágono) tendría razón.