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Internacional

23 de febrero del 2004

Allá Bush con sus mentiras

Naomi Klein
La Vanguardia

Si prefiere dar crédito a la Casa Blanca, las líneas principales del futuro gobierno de Iraq se diseñan en Iraq; si prefiere dar crédito al pueblo iraquí, la tarea en cuestión corre a cargo de la Casa Blanca. Desde un punto de vista metodológico, ninguna de ambas perspectivas se halla en lo cierto: el futuro gobierno de Iraq se trama en un anónimo parque científico a las afueras de una ciudad de Carolina del Norte.

El 4 de marzo del 2003, tan sólo quince días antes del inicio de la invasión de Iraq, la Agencia de Estados Unidos para el Desarrollo Internacional (Usaid) solicitó a tres empresas que concursaran por la adjudicación de un solo encargo: una vez concluida la invasión y ocupación de Iraq, se encomendaría a una de ellas la tarea de poner en marcha un total de 180 equipos de gobierno de ámbito local y provincial a partir de los escombros.

Pero en este caso hay que habérselas con un nuevo territorio imperial, panorama inédito para empresas habituadas al lenguaje amistoso -típico de ONG- de la "colaboración entre el sector público y el privado", de modo que dos de las tres empresas decidieron no presentar su propuesta. La concesión del contrato relativo a la cuestión de la puesta en marcha del "gobierno local", por un monto de 167,9 millones de dólares en el primer año y hasta un límite superior total de 466 millones de dólares, fue a parar al Research Triangle Institute (RTI), una institución sin afán de lucro conocida sobre todo por su trabajo en el área de desarrollo e investigación farmacéutica. Ningún miembro de la plantilla de esta empresa había puesto los pies en Iraq durante años.

En un principio, el encargo iraquí del RTI apenas suscitó interés ni atención alguna. Después de la incapacidad de Bechtel para lograr que las cosas echaran a andar y del brutal sobreprecio intentado por Halliburton, las pretensiones de los grupos de trabajo del RTI para poner en marcha la "sociedad civil" parecían en cambio bastante moderadas y sensatas. Ya no es así. Ha podido constatarse que los equipos municipales que el RTI ha estado formando constituyen la pieza fundamental del plan de Washington para ceder el poder a asambleas locales nombradas a dedo, un plan que ha concitado un rechazo tan amplio en Iraq que en definitiva podría llegar a doblegar a las fuerzas ocupantes.

A finales de enero del presente año hablé con el vicepresidente del RTI, Ronald W. Johnson, en su oficina de Durham (tras el edificio de IBM y a la vuelta de la esquina de la sede de Glaxo SmithKline). Johnson reitera que sus equipos trabajan intensamente en los aspectos prácticos del plan encomendado sin inmiscuirse en absoluto en las espec-taculares batallas para dilucidar quién gobernará Iraq.

Afirma Johnson que, "en realidad, no existe una forma suní de recogida de basuras contrapuesta a una chiita" (es posible, pero existen actuaciones públicas y actuaciones privadas y, según un informe de la Coalición Provisional del mes de julio pasado, el RTI fomenta las segundas mediante la puesta en funcionamiento de "nuevos sistemas de recogida de basuras por barrios a cargo de empresas de régimen privado que recorrerán las aceras en cada vecindario").

Tampoco ha dejado de suscitar polémica la constitución de los equipos de gobierno local y provincial a cargo del RTI. El 28 de enero, el mismo día en que Johnson y yo debatíamos tranquilamente los aspectos más sutiles de la democracia local, la sede del equipo de gobierno regional nombrado por Estados Unidos en Nasiriya, a más de 300 kilómetros al sur de la capital iraquí, fue rodeada por bandas armadas y aireados manifestantes: unos diez mil manifestantes desfilaron en dirección a las dependencias municipales con la intención de exigir elecciones directas, así como la dimisión inmediata de todos los miembros del equipo de gobierno. ¡Pobre RTI!:

la intensidad con la que los iraquíes ansían la democracia lleva la delantera a los laboriosos planes de reconstrucción que trazó antes de la invasión.

En noviembre, el rotativo "The Washington Post" informó de que cuando el RTI llegó a la provincia de Taji, pudo constatar que el pueblo iraquí había constituido "sus propios equipos de gobierno en esta región hace me-ses; se trata de equipos elegidos en su mayoría y no nombrados como es el criterio de la Coalición".

Johnson niega que los equipos de gobierno anteriores fueran elegidos, y añade que el RTI se limita a "ayudar y asesorar a los iraquíes" sin decidir en su nombre. Es posible, pero tampoco lo remedia el hecho de que Johnson compare a los citados equipos de gobierno iraquíes con "un pleno municipal en Nueva Inglaterra" o aduzca la observación de otro asesor del RTI en el sentido de que los desafíos planteados en Iraq son "de la misma naturaleza que los que tuve ocasión de conocer y afrontar en Houston". ¿Es que la soberanía iraquí se idea en Washington, se subcontrata en Carolina del Norte, se organiza en Massachusetts y en Houston y se impone por la fuerza en Basora y en Bagdad?

Washington quiere colocar en Bagdad un equipo de transición dotado con los plenos poderes de un Gobierno soberano y presto a bloquear las decisiones que ineludiblemente haya de afrontar un Gobierno elegido en las urnas. A este propósito, la Coalición Provisional encabezada por Paul Bremer sigue impulsando sus reformas ilegales para la implantación del libre mercado, con el supuesto de que un gobierno iraquí que pueda controlar ya ratificará estos cambios en su día.

Paul Bremer, por ejemplo, el día 31 de enero anunció la concesión de las tres primeras licencias para la implantación de sedes de banca extranjera en Iraq. Una semana antes envió una delegación del Consejo de gobierno de Iraq a la Organización Mundial de Comercio para solicitar la categoría de observador, primer paso del proceso para ser miembro de este organismo.

Además, las fuerzas ocupantes de Iraq acaban de negociar un préstamo por valor de 850 millones de dólares ante el Fondo Monetario Internacional, y se prevé la habitual posibilidad en estos casos de que la entidad prestataria proceda a futuros "ajustes" económicos.

En otros países que han realizado recientemente la transición a la democracia -de Sudáfrica a Filipinas o Argentina-, este periodo entre cambios de régimen es precisamente el que ha podido presenciar los mayores actos de traición y perfidia: se trata de las clásicas operaciones de "fontanería" destinadas a traspasar las deudas y mantener la "continuidad desde un punto de vista macroeco- nómico". Una y otra vez, el pueblo recién liberado llega a las elecciones sólo para poder constatar que los asuntos aún susceptibles de ser sometidos a votación son realmente ínfimos.

Sin embargo, en Iraq no es demasiado tarde para detener este proceso. La clave radica en limitar cualquier mandato u orden del consejo de transición a los asuntos directamente relacionados con las elecciones: el censo, la seguridad, la protección de la mujer y de las minorías.

Y aquí estriba la parte de la cuestión verdaderamente sorprendente: podría suceder así en la realidad.

¿Por qué? Porque todos los argumentos de Washington para ir a la guerra se han evaporado; la única excusa que resta es el intenso deseo de Bush de llevar la democracia al pueblo de Iraq. Por supuesto, se trata de una mentira como las demás, pero es una mentira útil. Podemos utilizar la endeblez política en el tema de Iraq para exigir que la mentira de la democracia se convierta en realidad, para que Iraq sea verdaderamente un país soberano de su destino: liberado de las cadenas de la deuda, libre de contratos y obligaciones heredadas, de la imponente presencia de las bases estadounidenses y en posesión del pleno control de sus propios recursos, del petróleo a las indemnizaciones que correspondan.

La presa que ha hecho Washington en Bagdad se debilita día a día mientras crece la energía de las fuerzas favorables a la democracia en el seno del país. La auténtica democracia podría llegar a Iraq no porque la guerra de Bush sea justa, sino porque ha demostrado ser tan gravemente equivocada.

N. KLEIN, periodista y autora de "No logo". Conferenciante en las universidades de Harvard y Yale y en la London School of Economics

Traducción: José María Puig de la Bellacasa
© 2003 Naomi Klein
Distribuido por The New York Times Syndicate.