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Internacional


5 de enero de 2004

Entrevista al escritor Gore Vidal
"Si hay una elección limpia, Bush será barrido"

Marc Cooper
LA Weekly Traducido para La Jornada por Jorge Anaya

George W. Bush tuvo suerte de no haber nacido en una época anterior y de no haberse colado en alguna forma en la Convención Constituyente de Estados Unidos. Un hombre con sus opiniones, tan desdeñosas del espíritu democrático, habría sido sin duda exiliado por los enfurecidos fundadores de la nación recién liberada. Tal es la reflexión de uno de los más controvertidos críticos sociales y uno de los escritores estadunidenses más prolíficos de nuestro tiempo: Gore Vidal.

La vez anterior que entrevistamos a Vidal, hace poco más de un año, disparó una poderosa reacción en cadena al ubicarse como uno de los últimos defensores del ideal de la república estadunidense. Sus acerbos comentarios a LA Weekly acerca de los bushitas fueron reproducidos en publicaciones de todo el mundo y anunciados una y otra vez en Internet. Ahora vuelve a las andadas, dando al Weekly otra dosis de su disidencia y, con el persistente goteo de nuevas cifras bajas en Irak, sus comentarios no son menos explosivos ahora que el año anterior.

Esta vez, sin embargo, habla como un estadunidense de tiempo completo. Después de varias décadas en las que repartió su tiempo entre Los Angeles e Italia, ha decidido asentarse en su casa de estilo colonial de Hollywood Hills. De 77 años, aquejado de un mal en la rodilla y todavía en recuperación por la pérdida de su compañero de muchos años, ocurrida a principios de 2003, Vidal es más beligerante y productivo que nunca.

Vidal tenía sin duda en mente a políticos como Bush y el procurador general, John Ashcroft, cuando escribió su libro más reciente, el tercero en dos años. Inventing a Nation: Washington, Adams, Jefferson (La invención de una nación: Washington Adams, Jefferson) explora a profundidad la sique de ese trío de patriotas. Y, aunque expone a la vista todas sus flaquezas humanas -vanidad, ambición, arrogancia, envidia e inseguridad-, su compromiso, profundamente arraigado, de construir la primera nación democrática de la Tierra se proyecta rápidamente al primer plano.

El contraste entre ellos y los de ahora está todo, menos implícito. Ya en las primeras páginas Vidal revela su persistente desprecio por el grupo que hoy domina la capital que lleva el nombre de nuestro primer presidente.

Al comenzar nuestro diálogo, le pedí trazar los vínculos entre nuestro pasado revolucionario y nuestro presente imperial.

-Su nuevo libro se enfoca en Washington, Adams y Jefferson, pero al leerlo con más detenimiento parece que en realidad fue Benjamin Franklin quien resultó ser el más visionario en cuanto al futuro de la república.

-Franklin entendió al pueblo estadunidense mejor que los otros tres. Washington y Jefferson eran nobles: poseían plantaciones y esclavos. Alexander Hamilton ingresó por virtud del matrimonio en una familia rica y poderosa y se unió a la clase alta. Benjamin Franklin era de pura clase media. De hecho, puede que él la haya inventado para los estadunidenses. El vio peligro en todas partes. Todos lo vieron. A ninguno le gustaba la Constitución. James Madison, a quien se conoce como el padre de ella, tenía un montón de quejas sobre el poder de la presidencia. Pero tenían prisa de poner a caminar la nación. De ahí el gran discurso, del cual tomo extensos párrafos en el libro, que el viejo y moribundo Franklin pidió que alguien leyera por él. Dijo: estoy en favor de esta Constitución, defectuosa como es, porque necesitamos un buen gobierno y lo necesitamos ya. Y este documento, si lo ponemos en práctica de manera apropiada, nos dará ese gobierno durante cierto número de años.

"Pero luego, dijo Franklin, la Constitución fallará, como las que ha habido en el pasado, a causa de la corrupción esencial de la gente. Señaló con el dedo a todos los estadunidenses. Y cuando la gente se vuelva así de corrupta, dijo, descubriremos que lo que queremos no es una república, sino despotismo... la única forma de gobierno deseable para tal gente".

-Pero Jefferson tenía la opinión más radical, ¿no? Sostenía que la Constitución sólo podía verse como un documento de transición.

-Ah, sí. Jefferson dijo que en cada generación deberíamos tener una Convención Constituyente y revisar lo que no funcionaba. Como llevar un coche al taller a que le revisen el carburador. Dijo que no podemos esperar que un hombre se ponga una chaqueta de niño. Debe revisarse porque la Tierra pertenece a los vivos. Fue el primero, que yo sepa, que dijo eso. Y cada generación tiene el derecho de cambiar cuantas leyes desee. O incluso la forma de gobierno. ¡Traigan al Dalai Lama si eso es lo que quiere la gente! A Jefferson le daba lo mismo.

"Jefferson era el único demócrata puro entre los fundadores, y pensaba que la única forma de lograr su idea de democracia era dar al pueblo la oportunidad de cambiar las leyes. Madison fue muy elocuente en su respuesta a Jefferson. Dijo que no se puede tener un gobierno con algún grado de autoridad si sólo va a durar un año.

"Esa fue la disputa entre Madison y Jefferson. Y probablemente continuaría aún si quedara al menos un estadista por aquí que dijera que tenemos que empezar a cambiar el maldito documento".

-Su libro recrea el debate entre los republicanos de Jefferson y los federalistas de Hamilton, que en ese tiempo eran de hecho los dos partidos de la joven nación. Más de 200 años después, ¿aún vemos algún signo de continuidad en nuestro actual sistema político?

-Sólo vestigios. Pero lo que más encontramos es esa corrupción que Franklin vaticinó. La nuestra es una sociedad enteramente corrupta. La presidencia está en venta. Quien recaude más dinero para comprar tiempo en televisión será probablemente el próximo presidente. Eso es corrupción a escala mayúscula.

"Enron abrió los ojos de los ingenuos admiradores del capitalismo moderno. Nuestra hermandad contable, en su totalidad, resultó ser corrupta y defraudadora. Y el gobierno estaba por completo coludido con ella y no le importaba un bledo.

"El viejo Kenny Lay, amigo de Bush, sigue suelto y mañana podría establecer una nueva compañía. Si es que no lo ha hecho ya. A nadie han castigado por despojar a la gente de su dinero y de sus fondos de pensión y por arruinar la economía.

"Así pues, la corrupción vaticinada por Franklin rinde su fruto terrible. Nadie quiere hacer nada al respecto. Ni siquiera es tema de campaña. Una vez que se tiene una comunidad de negocios tan corrupta en una sociedad cuya razón de ser son los negocios, lo que se tiene es, de hecho, despotismo. Es ese imperio autoritario que la gente de Bush nos ha traído. La Ley Patriótica es tan despótica como cualquiera que haya creado Hitler; incluso utiliza muchas de las mismas frases. En uno de mis libros anteriores, Perpetual War for Perpetual Peace (Guerra perpetua para la paz perpetua), mostré cómo el lenguaje que usó la gente de Clinton para acobardar a los estadunidenses con el fin de perseguir a terroristas como Timothy McVeigh (*) -se les dijo que sus derechos se suspenderían sólo por breve tiempo- era precisamente el utilizado por Hitler después del incendio del Reichstag".

-En este contexto, ¿alguno de los padres fundadores se sentiría cómodo con el actual sistema político de Estados Unidos? Sin duda Jefferson no. Pero, ¿y los centralistas radicales, o aquellos como John Adams, que tenían una simpatía vergonzante por la monarquía?

-Adams creía que la monarquía, acotada y equilibrada por el Parlamento, podía ofrecer democracia. Pero de ninguna forma era partidario del totalitarismo. Hamilton, en cambio, se habría llevado muy bien con la gente de Bush, porque creía en la existencia de una elite que debería gobernar. Sin embargo, era un cabrón nacido en las Indias Occidentales, y siempre se sintió un poco nervioso con su posición social. Claro está, se casó con una ricachona y se volvió aristócrata. Y es él quien sostiene que debemos tener un gobierno formado por los mejores, queriendo decir los ricos.

"Así que Hamilton estaría muy del lado de Bush. Pero no se me ocurre que ningún otro fundador lo hiciera. Adams sin duda desaprobaría a Bush. Era muy moral, y no creo que soportara la deshonestidad actual. Ya bastante acosados se sentían los constituyentes por una partida de periodistas venidos de Irlanda y otros lugares a decirles cómo los estadunidenses debían hacer las cosas, más o menos como hoy Andrew Sullivan (**) nos dice cómo debemos ser. Creo que encontraríamos entre los fundadores un consenso de descontento con Bush. Ese despotismo que hoy nos abruma es precisamente lo que Franklin predijo".

-Pero, Gore, en sus años usted ha vivido bajo buen número de gobiernos poco gloriosos, desde la fundación del estado de seguridad nacional de Truman hasta la debacle de Vietnam con Lyndon B. Johnson, así como Nixon y Watergate, y ha vivido para contarlo. Así pues, tratándose del gobierno de Bush, ¿en verdad habla de despotismo per se? ¿O éste no es más que otro gobierno republicano, sólo que más corrupto y despótico?

-No. Hablamos de despotismo. No he leído sólo la primera Ley Patriótica, sino también la segunda, que aún no se hace pública del todo ni ha sido aprobada por el Congreso, y contra la cual existe ya considerable resistencia. A un ciudadano estadunidense se le pueden tomar sus huellas digitales como terrorista, y ¿con qué pruebas? Con ninguna. Todo lo que se necesita es la palabra del procurador general o quizá del presidente mismo. Entonces pueden encerrarlo a uno sin acceso a un abogado, y luego juzgarlo un tribunal militar e incluso ejecutarlo. O, según un nuevo agregado, lo pueden exiliar, despojarlo de su ciudadanía y enviarlo a cualquier sitio que ni siquiera esté organizado como país, como la Tierra del Fuego o alguna roca del Pacífico. Todo eso está en la nueva Ley Patriótica. Los padres fundadores hubieran pensado que es despotismo con creces. Y habrían colgado a cualquiera que hubiera pretendido hacer pasar algo semejante en la Convención Constituyente en Filadelfia. Colgado.

-Entonces, si George W. Bush y John Ashcroft hubieran vivido en los primeros años de la república, ¿habrían sido procesados y colgados por los fundadores?

-No, habría sido algo mejor y peor. (Ríe.) Bush y Ashcroft habrían sido considerados tan infames que ni siquiera se les habría permitido pertenecer al país. Tal vez los habrían invitado a irse a Bolivia o a Paraguay para formar parte de la administración de alguna colonia española, donde se habrían sentido mucho más a gusto. No los hubieran llamado estadunidenses; la mayoría de los estadunidenses no los habría considerado ciudadanos.

-¿Usted no considera estadunidenses a Bush y Ashcroft?

-Los considero extraños enemigos. Se las han ingeniado para adueñarse de todo, y de manera muy descarada. Tenemos un presidente anómalo. Tenemos despotismo. No tenemos un proceso legal.

-Sin embargo, usted vio en la década de 1960 cómo el gobierno de Johnson se derrumbó bajo el peso de su propia arrogancia. Lo mismo que Nixon. Y ahora, cuando crece el descontento por la guerra en Irak, ¿no tiene la impresión de que Bush camina hacia el mismo destino?

-En realidad veo que un asunto más pequeño se le atraviesa en el camino: la destitución de la esposa del embajador Wilson como agente de la CIA. A menudo son esos casos pequeños los que permiten pescar al culpable. Algo lo bastante pequeño para que un tribunal pueda hincarle el diente. Poner en riesgo a esa señora a causa del coraje por lo que hizo su marido es algo perverso, peligroso para la nación, peligroso para otros agentes de la CIA. Eso tiene más resonancia que Irak. Me temo que 90 por ciento de los estadunidenses no saben dónde queda Irak y nunca lo sabrán, y no les importa.

"Sin embargo, esa cifra de 87 mil millones de dólares se les grabó en el cerebro porque no hay dinero suficiente. Los estados van a la quiebra. Mientras tanto, la derecha ha tenido éxito en convencer a 99 por ciento de la gente de que estamos financiando generosamente a todas las naciones del mundo, que estamos subsidiando con el gasto social a las madres de familia, a todas esas señoras negras a las que los republicanos siempre atacan, ésas que, según nos dicen, se emborrachan con champaña Kristal en el hotel Ambassador de Chicago, lo cual, por supuesto, es ridículo.

"Y ahora la gente ve que están tirando otros 87 mil millones de dólares por la ventana. ¡Adiós! La gente va a rebelarse contra eso. El Congreso lo aprobó, pero un montón de congresistas van a perder sus asientos por ello".

-Hablando de elecciones, ¿George W. Bush va a ser relecto este año?

-No. Por lo menos si hay una elección limpia, que no sea electrónica. Sería peligroso. No queremos una elección que no deje registro en papel. Los fabricantes de las máquinas de votar dicen que nadie puede ver dentro de ellas, porque se revelarían secretos del oficio. ¿Cuáles secretos? ¿Acaso su función no es contar votos? ¿O qué, reciben mensajes secretos de Marte? ¿Está la cura del cáncer en el interior de esas máquinas? O sea, no mamen. Y los tres propietarios de las compañías que fabrican esas máquinas son donadores del gobierno de Bush. ¿Eso no es corrupción?

"Es decir, Bush probablemente ganará si cubren el país con esas máquinas de votar. Así no puede perder".

-Pero, Gore, ¿no cree usted lo bastante en los instintos democráticos del ciudadano común para pensar que al final esas conspiraciones se vendrán abajo?

-¡Oh, no! Lo único que veo es que se vuelven cada vez más fuertes y arraigadas. ¿Quién habría creído que los planes de Harry Truman de militarizar Estados Unidos llegarían tan lejos como los tenemos ahora? Tanto dinero que hemos desperdiciado en gastos militares, mientras nos faltan escuelas. No hay atención a la salud; ya nos sabemos la letanía. No recibimos nada a cambio de nuestros impuestos. Jamás hubiera creído que eso duraría los 50 años pasados, por los cuales he vivido. Pero duró.

"Pero volviendo a Bush: si utilizamos boletas electorales de papel como las de antes y hacemos que las cuenten en el distrito donde se emitieron, Bush será barridoo del cargo. Ha cometido todos los errores posibles. Ha arruinado la economía. El desempleo está en ascenso. La gente no encuentra trabajo. La pobreza aumenta. Es un lío total. ¿Cómo ha logrado hacer semejante enredo? Bueno, lisa y llanamente es muy estúpido. Pero los que lo rodean no lo son. Y quieren permanecer en el poder".

-Pinta usted un cuadro muy negro del gobierno actual y del sistema político estadunidense en general. Pero, en un nivel más profundo, en la sociedad misma, ¿no queda aún un cimiento democrático?

-No. Quedan algunos recuerdos de lo que fuimos alguna vez. Quedan aún algunas personas de edad que recuerdan el New Deal, de Franklin D. Roosevelt, que fue la última vez en que tuvimos un gobierno que mostró cierto interés por el bienestar del pueblo estadunidense. Ahora tenemos gobiernos, en los 20 o 30 años pasados, que sólo se preocupan por el bienestar de los ricos.

-¿Es Bush el peor presidente que hemos tenido?

-Bueno, ninguno ha destrozado como él la Carta de las Garantías Individuales. Otros presidentes han merodeado por allí, pero ninguno la había puesto en semejante peligro. Nadie había propuesto la guerra preventiva. Y ya van dos países consecutivos que hemos bombardeado sin que nos hubieran hecho daño alguno.

-¿Cómo cree que vaya a evolucionar la guerra en Irak?

-Creo que nos iremos al caño junto con ella. Con cada acción Bush enfurece más y más a los musulmanes. Y hay mil millones de ellos. Tarde o temprano tendrán un Saladino que los unifique, y entonces vendrán contra nosotros. Y no será bonito.

(*) El llamado bombardero de Oklahoma City, ejecutado en 2001.

(**) Periodista británico. (N. T.)