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Internacional

29 de enero del 2004

El talón de Aquiles de los halcones
Las guerras corporativas y las mesiánicas

Carlos Santiago
Servicio Informativo "alai-amlatina"


El mundo asiste, como consecuencia de los coletazos de la agresión anglo- norteamericana contra Irak que en marzo ya cumple su primer año, a una nueva etapa de decadencia global, expresada más por lo ético que por los resultados de la desenfrenada invasión en el medio oriente.

El decaimiento de los valores, la caída en desuso del bien supremo que es la vida humana, la pérdida de las libertades individuales, la delación y el espionaje, aunque no lo parezca, hoy son moneda corriente no solo en los territorios antes gobernados por Sadam Hussein, sino en otras regiones del mundo y, en especial, en los propios EE.UU. desde donde llegan testimonios constantes que muestran el trabajo tendiente a lo tiránico de un Estado represor, el que ha comenzado a controlar a los ciudadanos, especialmente, desde el punto de vista ideológico. ¿Qué decir del brutal fichaje a ciudadanos de continentes enteros?

Un país donde se están conculcando algunos elementos que constituían la esencia del país del norte que, dentro de fronteras, amparaba a sus ciudadanos en el marco de un juego democrático objetivado en el respeto irrestricto de la ley.

Este es, sin duda, un marco internacional nuevo, decadente que tal como ocurriera con el Imperio Romano, está mostrando el inicio y la extensión espectacular de una nueva concepción imperial pero, a su vez, la aparición de los síntomas de su propia destrucción. EE.UU. es poderoso por los resultados de una economía succionadora de riquezas de otros qué, en su concepción capitalista, se ha nutrido de los aportes constantes del mundo periférico, empobrecido, que ha amparado esa lujuriosa existencia.

Las libertades eran posibles en el coloso del norte gracias, entre otras cosas, a la prosperidad de un pueblo que no participa de la historia y que ha sido acostumbrado a observar la realidad, de otros, a través de los brillos de los medios televisivos.

El fenómeno ocurrido tras la agresión a Vietnam es más que significativo. Cuando se comenzó a sentir en el seno de esa sociedad que lo que estaba ocurriendo en el lejano oriente estaba desangrando a los jóvenes, cuyos cadáveres llegaban a las ciudades y a los pueblos, la oposición al conflicto fue ganando la calle hasta hacerse insoportable para un gobierno que debió caducar sus esfuerzos por imponer su "democracia" a los vietnamitas.

Ese fue un brutal sacudón para una sociedad que debió imponer su opinión, luego de un descomunal esfuerzo bélico, desigual en materia de técnica armamentista, pero - por lo que significó su contrincante - también desigual en materia en materia de moral combativa. El pueblo vietnamita tenía razones válidas en esa guerra y no el ejército norteamericano que, pese a su fuerza, se hundió en un pestilente pantano sin salida.

Luego de la discutible victoria electoral de George W. Bush, se produjo la toma del poder en EE.UU. de los halcones, todos oscuros personajes salidos de las corporaciones, vinculados ideológicamente a la más rancia derecha del Partido Republicano, equipo de gobierno con una visión autoritaria de su gestión en el mundo, al que no lo amilanaron valores éticos o morales y, mucho menos, la legalidad imperante en el mundo expresada por las Naciones Unidas.

Luego de aquel bárbaro 11 de setiembre, en donde el terrorismo mostró su peor cara, se comenzaron a escuchar en el ámbito irracional de esos halcones, las fanfarrias guerreras. En primera instancia se armó la invasión de Afganistán, desalojándose del poder a los Talibanes, grupo tiránico de concepciones medioevales.

El trabajo militar fue fácil, oponiéndose en la lucha, desarrapados soldados irregulares armados con viejas e ineficientes armas obtenidas en batallas contra los ejércitos soviéticos, con la más sofisticada técnica armamentista.

En semanas el trabajo estuvo terminado. Luego vino Irak, un país gobernado por una casta mesiánica, tiránica e irresponsable. Claro, que llegó al poder en diversos acuerdos con su socio mayor, EE.UU., que incluso la armó en su momento y la impulsó, proporcionándole armas químicas, a masacrar el pueblo kurdo.

Poco le importó al tirano iraquí la preservación de su país y la vida de su pueblo. A la agresión anglo-norteamericana la recibió, como se vio en algunas apariciones en televisión, con una sonrisa soberbia, engañando al mundo con la potencialidad de un ejército y una Guardia Republicana que nunca opusieron resistencia formal a los ejércitos invasores.

Paralelamente la especulación ganó al mundo. El centro más visible fue el del precio del petróleo. A tal nivel sigue produciéndose ese fenómeno que los valores treparon y se quedaron allí, pese a que con el revés de Hussein, la riqueza petrolera de Irak quedó en manos de las grandes compañías que fagocitan sin medida esas reservas.

Ello ocurrió también con el dólar cuyo valor se derrumbó cuando se conoció el éxito de la resistencia iraquí y trepó, superando al euro, cuando se verificaron avances en la ofensiva anglo- norteamericana. Sin embargo pocos meses después la declinación de la moneda estadounidense se ha hecho más aguda, siendo hoy el euro el rey omnipotente en los negocios.

Estos son dos ejemplos de lo que está viviendo este mundo globalizado, que muestra como la inestabilidad de los mercados se está convirtiendo en un lugar común.

Mercados que son la superestructura de las fuerzas de la especulación, desde lo cuales se distribuyen penas y alegrías, sufrimiento y muerte. Leíamos hace pocas horas que ni siquiera las fábricas de armamento, fundamentalmente las norteamericanas, están en una situación para nada floreciente. Sus acciones en la Bolsa de Nueva York no son mayormente pedidas y, por lo tanto, las expectativas de ganancias se han ido derrumbando.

El régimen capitalista, por el reinado absoluto que tienen los mercados como elementos para impulsar a las distintas fuerzas de la propia sociedad, se enfrenta a contradicciones que, en muchas ocasiones, actúan en contra de los intereses generales de un país - nación. El ejemplo que utilizamos en el comienzo de estas líneas es notable en su significado. Pero hay más: por el entrelazamiento de esas corporaciones con el propio gobierno de los Estados Unidos, es obvio que la situación ha sido advertida por quienes toman las decisiones.

Jugar a la guerra, tratando de exterminar al régimen de su viejo aliado, fue para el gobierno de Bush una alternativa con varios significados que no pueden analizarse de manera lineal. Sin embargo ese viejo aliado que fue capaz de exterminar al pueblo kurdo con armas de destrucción masiva proporcionadas por la CIA y fabricadas en las mismas empresas que se alarmaron por sus cotizaciones en la bolsa. Un Irak que logró, pese al bloqueo que vivió por más de once años, armar negocios con grandes multinacionales europeas.

Otra contradicción, sin duda, que deberá valorarse a la vista de los acontecimientos pasados y futuros. Y que, obviamente, aclarará como se delineará el mapa del mundo pues, más allá de las fronteras y los ejércitos, las alianzas corporativas tienen una importancia decisiva.

Pero, finalmente, el saldo no parece tan bueno. Bush no puede estar feliz con lo que ocurre hoy en el Irak destruido, con cada vez mayor oposición expresada en ataques terroristas pero también en acciones políticas. Es por ello que hoy el centro de la atención es EE.UU., donde las tradicionales libertades se han ido modificando, tendiendo a convertirse en un régimen autoritario en el cual impera la persecución ideológica. Un nuevo elemento geopolítico vinculado al mismo impulso mesiánico, irracional, parecido al que llevó al imperio romano a su destrucción. Estos halcones no solo defienden sus intereses corporativos, sino que también creen que están llamados por alguien para alinear al mundo dentro de una visión casi religiosa, de sumisión imperial. Y, para cumplir con ese designio, no reparan en nada. Ni siquiera en los mecanismos que han sostenido la llamada democracia norteamericana.

Y ese es su principal talón de Aquiles.