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Europa

Chechenia, Irak, Israel

Terrorismo imperial contra terrorismo artesanal

Gennaro Carotenuto
Rebelión

Viudas chechenas, madres huérfanas de sus niños que dan muerte a otros niños, haciendo más madres huérfanas en la remota región de Osetia. La que llega del lejano Cáucaso es la última imagen estremecedora de una semana que ha extremado la crisis de odio en la cual se está precipitando la humanidad entera. Nadie puede no quedar horrorizado por la suerte de los niños rusos de Beslán, tomados como rehenes en su primer día de escuela por un comando que amenaza asesinarlos si no se atienden sus reclamos.

AHÍ. En Irak, si matan a 27 personas con una bomba que llueve del cielo, como ayer jueves, es una operación quirúrgica, en la fórmula repetitiva utilizada obsesivamente por los comunicadores de las tropas invasoras, pero si matan a una, es terrorismo. En ese país hace siete días asesinaron a sangre fría al pacifista italiano Enzo Baldoni. Y han secuestrado a dos periodistas franceses en un hecho político de enorme trascendencia, porque Francia es un país neutral. El presidente francés, Jacques Chirac, ha sido un fiero opositor a la agresión a Irak, tanto que Estados Unidos proclamó un también fiero bloqueo contra sus quesos y champañes. Es un descabellado intento, por parte de sectores fuera de control de la guerrilla iraquí, de abrir más frentes, como si los que ya están no fueran suficientes. Pero especialmente ofrece a las ultraderechas occidentales una para nada descabellada ocasión de replantear el cuento del choque de civilizaciones y del islam que habría declarado la g
uerra a la cristiandad.

El día del imperdonable asesinato de Enzo Baldoni, en la misma zona de Irak mataron a otros 74 ciudadanos no beligerantes iraquíes. Sin embargo, en la balanza de la comunicación mundial, 74 muertos iraquíes, o sea del Sur, resultan más livianos que una almeja.

Mientras se piensa en las bombas de Irak, los suicidas de Hamas vuelven a golpear, indiscriminadamente, en Israel. Abrieron, como cajas de sardinas, dos autobuses llenos de trabajadores en Beer Sheva.

De vuelta a Irak: 12 inmigrados clandestinos nepaleses fueron conducidos al paredón. Imágenes que recuerdan los paseos de la guerra civil española, las represalias nazis. Los mataron, así nomás, sin ultimátum, ni videos, ni Al Jazeera. Estaban ahí, trabajando por pocos dólares, lavando platos, ropa, quitando basura. Hay al menos 17 mil nepaleses trabajando clandestinamente en Irak.

Katmandú, anteayer: mientras la noticia del asesinato desaparece rápidamente de todos los noticieros occidentales nos sorprendemos con las noticias que llegan de Katmandú. No hay resignación ante estos asesinatos. Un brote de rabia budista antislámica, el primero en la historia de este antiguo país civil, destruye la mezquita de Jama e, interesante variación sobre el tema, también destruye las oficinas que habían reclutado a los pobres trabajadores asesinados.

En Irak sigue el vaivén de rehenes: siete liberados, tres degollados. Ninguno de ellos es occidental, de modo que no se conocen: el sistema racista de información prefiere detenerse sobre los dos periodistas franceses.

Mientras llegan las terribles noticias de Chechenia, se hace el recuento de los arrestos en Nueva York. Ya van más de 2.000 (¡dos mil!). Dos mil ciudadanos que no tiraron ni una molotov y sin embargo igual se los llevaron presos, en la patria de la democracia, por pensar distinto. Mientras tanto dentro del Madison Square Garden la señora Laura Bush, con su horrible tailleur azulito, nos intenta convencer de que el mundo, con su marido al mando, es un lugar más seguro.

TERRORISMOS. El del choque de civilizaciones es un discurso empalagoso muy penetrante entre la población occidental. Ésta percibe temerosa un odio que no quiere entender, y quizás tampoco tiene las herramientas para hacerlo. A la vista está el terrorismo de los fanáticos y asusta. Pero escondido, bien escondido, está el terrorismo de Estado. El terrorismo imperial que secuestra a Irak, que mata a la mitad de la población de Chechenia, que intentó secuestrar a Venezuela el 11 de abril, que enjaula a millones de palestinos dentro de un muro, que indulta a Posada Carriles, como ya dejó impune a Pinochet, y que gasta 2 mil millones de dólares en un solo avión de guerra.

Quien habla de choque de civilizaciones lo hace de mala fe, evoca un fantasma peligroso y no explica ni soluciona la brecha de odio que se ensancha cada vez más en un mundo globalizado donde millones de personas se mueven continuamente de un país a otro, Norte-Sur y Sur-Norte. Después del 11 de setiembre fueron unos doscientos los ciudadanos de rasgos árabes asesinados en Estados Unidos. Si hubiese sucedido en Rusia o Polonia se hubiese llamado Pogromo. Sin embargo la lógica del 11 de setiembre consideró un normal ejercicio de desahogo el matar doscientas personas inocentes. A partir de ese día otras 3 mil personas desaparecieron en Estados Unidos. Siguen presos en cárceles especiales y desde hace tres años no consiguen ni siquiera que los enjuicien: están presos porque son musulmanes. Racismo y tortura, como en Guantánamo, antes de Abu Gjraib, la ESMA iraquí que ya muchos olvidaron.

Sin embargo el mundo de los ricos sigue sin entender lo que hay en juego entre el terrorismo imperial, al cual debe parte de su bienestar, y el terrorismo artesanal al cual debe sus pesadillas nocturnas. La convivencia civil en el planeta, con el odio que sube y sube, está gravemente en riesgo. ¿Qué pasará cuando -y es cuestión de tiempo- los artesanos de la muerte golpeen Londres, Roma, París o Berlín? ¿Reaccionarán como los estadounidenses o como los madrileños? ¿Y quién será la próxima víctima de los industriales del terror después de Bagdad, Belgrado, Grozny, Mogadiscio?

Nada sirve. Los occidentales no quieren saber por qué los odian. En Khan Younis, en la Franja de Gaza, el genio del ejército israelí por estas mismas horas está terminando de destruir dos enormes condominios. Según el gobierno de Ariel Sharon, desde los condominios se hubiese podido apuntar contra el asentamiento ilegal judío de Neve Dekalim. Dejan atrás trescientos sin techo y algunos futuros kamikazes.