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Europa

La boda de los gorrones

Iñaki Errazkin
Cádiz Rebelde

Por si hubiera alguien de otro planeta que no haya adivinado ya de qué boda hablo, dejaré claro que esta reflexión versa sobre el inminente enlace matrimonial del capitán de corbeta Felipe Juan Pablo Alfonso de Todos los Santos de Borbón y Grecia con la reportera Letizia Ortiz Rocasolano, discípula y amiga del ínclito Alfredo Urdaci -ecuménicamente conocido por su neutralidad, independencia y rigor informativos-, norte, faro y guía del universo mundo de los juntaletras celtibéricos.
La cosa es que me resistía a guardar silencio escrito ante el áulico evento, pero había un obstáculo difícil de salvar: el título del articulito. Todos los que se me ocurrían podían lesionar el honor de los contrayentes y de sus progenitores y ancestros, al menos de los del novio, y -lo que me preocupaba mucho más- provocar la cólera justiciera del siempre vigilante Baltasar Torquemada. A punto de abandonar, el diccionario amigo acudió en mi ayuda. "Llámales gorrones –me pareció entenderle-, es una definición que les va pintiparada".
Efectivamente, el Diccionario de la Lengua Española adjudica los términos "gorrón" y "gorrona" a aquellos hombres o mujeres que tienen por hábito comer, vivir, regalarse o divertirse a costa ajena. La acepción a la que me refiero es la que deriva etimológicamente de "gorra". Hago esta aclaración porque hay otra que proviene de "guarro" y, como ya he dicho, no quiero más líos de los precisos, que uno tiene ya sus años y el talego es húmedo y hostil.
Resolví, como ven, la cuestión del epígrafe. No hay ofensa dolosa, pues nadie puede sentirse injuriado por una certera diagnosis adjetiva, avalada, además, por la Real Academia. El princesito, su papá y todos sus antepasados hasta el conde de Anjou, han comido, han vivido, se han regalado y se han divertido a costa ajena; más concretamente, a costa de los ciudadanos, sufridos hombres y mujeres de los pueblos de las Españas, que les llevamos manteniendo con nuestros impuestos desde el año de gracia (gracia menuda donde las haya) de 1.700. Por si fueran pocos –la ley de Murphy es indefectible y esta familia crece como el kéfir en la leche-, ahora se apunta al club la reputada Letizia. Reputada locutora, quiero decir.
Y tras el título, le toca el turno al texto propiamente dicho, a la enjundia del mensaje, al cuerpo del artículo. Pero como las alianzas tácticas matrimoniales de los borbones, me importan cuarto y mitad de ardite, me ha salido un tanto breve. Sólo cuatro palabras flanqueadas por dos vigorosas admiraciones: ¡Viva la III República!
Hay que ver. Tantos años de oficio y aún no controlo bien las proporciones.