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Europa

Alarma en los despachos

Manuel Talens

"Digan lo que digan", estuvo diciendo esta gente hasta el día de su derrota, "el Plan Hidrológico Nacional se llevará a cabo, por cojones". Así, con testosterona verbal, se quitaban de en medio a quienes no estábamos de acuerdo y teníamos la desfachatez de manifestarlo. Si hay algo que ha caracterizado a los gobiernos con mayoría parlamentaria en España desde la instauración de la democracia, ha sido sin duda el desprecio absoluto del rival, relegado sin contemplaciones al papel de simple comparsa para cumplir el expediente. La decisión de llevar a cabo el hoy difunto PHN se basaba en la certeza estadística de la permanencia del Partido Popular en el poder, hasta tal punto que antes de estas últimas elecciones el gobierno licitó el 20% de las obras del acueducto que se iba a construir.
Recapitulemos. El Ministerio de Medio Ambiente del Partido Popular, de manera muy sospechosa, tramitó el PHN en 2001 por vía de urgencia parlamentaria sin realizar evaluaciones previas sobre su impacto medioambiental ni llevar a cabo el preceptivo proceso de información pública. Nada se discutió, ni siquiera para cubrir las apariencias. Luego, una vez con la ley en el saco, pusieron en marcha el motor de la propaganda institucional para vendernos el plan como un asunto solidario (véanse, entre otras, mis columnas Muerte de un río del 21 de octubre de 2003 y Contra Blasco del 2 de diciembre de 2003).
A veces, sin embargo, existe eso que se ha dado en llamar justicia poética y los malos de la película muerden el polvo, como en los westerns de John Ford. El 14-M no sólo significó la emasculación simbólica de una clase política de obscena entrepierna, sino también el salvamento in extremis del río Ebro, puesto que el nuevo gobierno socialdemócrata decidió de inmediato derogar el PHN. Lo cual no impide, por desgracia, que ese 20% de las obras ya blindadas por el Partido Popular con sus socios constructores –de quienes son el brazo político– se pueda evitar. He aquí un ejemplo paradigmático de cómo el dinero público se utiliza para enriquecer a unos pocos.
Pero volvamos al lenguaje testicular: desde el 14-M, durante el escaso mes y medio que ha transcurrido, asistimos asombrados a un cambio en el tono discursivo de estos malos perdedores. Como por ensalmo, los cojones desaparecieron de sus labios y los presidentes Camps y Valcárcel y el gran manitú Javier Arenas, todos ellos contrariados, hablan ahora de diálogo y concertación en torno al PHN, no sin amenazar al mismo tiempo al PSOE con la vía judicial. Qué miedo.
¿Acaso han descubierto una nueva manera más civilizada de relacionarse con los demás? No lo creo así. Mi explicación es otra: la pérdida definitiva de ese expolio encubierto que era el PHN ha encendido todas las alarmas en los despachos de Iberdrola, Dragados, Obras y Proyectos y otras constructoras. Iban a ser tantos los miles de millones de euros que esos altos empresarios pensaban embolsarse en poco tiempo y que tenían ya casi en la mano, que ahora, desesperados, están azuzando a la pepería –su correa natural de transmisión– para que trate al menos de salvar los muebles. Pero el problema es que no hay nada que negociar. El Ebro es de todos los españoles, no de unos cuantos. Nuestro.