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Europa

Ponga una estupidez en su vida

Higinio Polo

A escasas semanas de la boda entre la periodista Leticia Ortiz y Felipe de Borbón, los serviles medios de comunicación españoles se aprestan a bombardear (¡todavía más!) a la población con las prescindibles noticias de un enlace principesco que los más sagaces y complacientes analistas del país vinculan con el futuro y la prosperidad de España, colando de matute la mercancía defectuosa de presentar a un señorito calavera —no otra cosa es este heredero Borbón, por mucho que se escandalicen al leerlo las alcahuetas de la corte— como un completo hombre de Estado, capaz de asegurar el equilibrio, la paz, la prosperidad y hasta, si me apuran, la gloria del país.

Ya se sabe que, en los dispendios, no faltará de nada. Algunos agradecidos periodistas han calculado, incluso, los supuestos beneficios en publicidad gratuita que para Madrid supondrá el inútil festejo: el argumento, que pretenden inteligente, para justificar el vergonzoso derroche de los recursos públicos, se revela al tiempo tramposo y mezquino. Tramposo porque saben perfectamente que los costes de ese despilfarro podrían dedicarse a cuestiones más útiles y urgentes para la población; mezquino, porque quieren acallar así las protestas populares con las supuestas ventajas de una boda: ventajas falsas e intangibles, aunque, ya se sabe que, en su desfachatez, esos profesionales de la adulación son capaces de cualquier despropósito. ¿Venderán ahora que el incremento del turismo, si se produce, es debido a la admiración extranjera por este matrimonio que se anuncia?

Un ejército de copistas y camarógrafos prepara desde hace tiempo el escenario. Así, Telecinco ha dedicado ¡cuatro años de trabajo!, de un grupo de periodistas y escritores para realizar un documental sobre la vida de Felipe de Borbón. No se han privado de nada: el documental, o lo que sea, ha sido presentado como un programa de investigación, al parecer debido a que se han buscado personas cuyo testimonio es histórico: la que le cortó el pelo un día a Felipe de Borbón, la que le asistió en una clínica o la que le vió abrocharse la chaqueta en un besamanos de palacio. Parece broma, pero no lo es. Las noticias que se han difundido daban cuenta de la profesionalidad de los autores del documental: todos son especialistas en asuntos de la casa real. "Especialistas en la casa real": ya saben, esos sujetos que recuerdan el color del traje que llevaba el monarca en una visita, que cuentan una anécdota supuestamente graciosa de Juan Carlos de Borbón, o que ríen las gracias de cualquier parásito que medra alrededor de esa familia, como el distinguido Jaime de Marichalar, hombre aficionado a dar voces en banquetes, y a beber sin desmayo, y al que, sin avergonzarse, tratan, como a los demás, de excelentísimo.

Pero esa televisión no es la única organizando alabanzas y cucamonas. Otra, Antena 3, para no ser menos, dedica desde hace tiempo un programa ¡diario! al asunto de la boda, aunque, para desesperación de sus gerentes, no parezca tener mayor éxito entre la población. Algo parecido puede decirse de las otras cadenas, empezando por la televisión pública, TVE, que todavía sigue bajo el efecto de la heroína —o lejía de letrinas, vaya usted a saber— administrada por el anterior gobierno de la derecha española de José María Aznar. En su estela, trabaja toda la prensa del corazón, y hasta el periodismo que se considera a sí mismo serio: los diarios de más circulación han creado secciones especiales, separatas, mantienen al día sus páginas de Internet dedicadas al bodorrio, y todos llenan páginas de estupideces, con mayor o menor fortuna; la mayoría, con servilismo; algunos, con más habilidad. Todos, dedicados al noble empeño de llenar las calles de Madrid con ciudadanos jubilosos, felices porque un Borbón pasee la vista por sus cabezas, convencidos así de que participan de la Historia por mirar de lejos las estafas del poder; mezclados entre ellos los restos del franquismo reconvertido, la derecha hortera que frecuenta pasarelas y besamanos, la vieja nobleza y los herederos de cuarenta años de fascismo y estraperlo; todos, revueltos con los decrépitos militares y obispos que acompañaron al régimen, con los nuevos señoritos, con los tiburones de los negocios y de la explotación, y con los destacamentos del populacho que jalea igual a un torero, a un estafador o a los pícaros famosos por aparecer en la televisión que a cualquier miembro de la familia Borbón.

En el olvido, claro, todas las televisiones y periódicos dejan las evidencias molestas: una monarquía que no ha sido elegida por los ciudadanos; la inutilidad de una institución añeja y prescindible; la histórica estafa, perpetrada hace veinticinco años, de hurtar al pueblo español la decisión entre monarquía y república; la evidencia de que estos Borbones llevan una vida de ridículos relajos, de negocios turbios que han conseguido acumular una fortuna que se cuenta entre las más importantes de Europa, de amistades peligrosas y caprichos millonarios, pagados siempre por el erario público. Inasequibles al desaliento, como su mentor, adornados con una campechanía bobalicona, elogiados sin desmayo por los profesionales de la lisonja, por las zalamerías de la próspera prensa rosa, y por las aduladoras palabras de los intelectuales de corte (que son numerosos, aunque los más inteligentes disimulen), los miembros de la familia Borbón siguen riéndose de la candidez popular. Porque, a pesar de todas esas evidencias, pendolistas y escribanos insisten, sin vergüenza: ponga una estupidez en su vida, acompañe con alegría la boda del heredero Borbón.

Así que —pocos días después del incidente con los funcionarios de aduanas norteamericanos que husmeaban la pistola de Felipe Borbón y los trapos, o dios sabe qué, del bolso de la periodista Ortiz, tras la juerga en las Bahamas— estos entusiastas de la sinécdoque, que confunden con prisa el futuro de la corona y del país, ese ejército de buitres que repite agasajos a la increíble familia real española, que se dispone a participar en una orgía monárquica al tiempo que los problemas del país esperan, siguen insistiendo. Son insaciables. Mientras la España que se reconoce en la digna tradición republicana espera su momento, la España heredera del franquismo, la España que quiere ser moderna y apenas es casposa y cutre, sigue dándonos la lata. Así que ya lo sabe: a la espera de esa boda, si no tiene nada mejor que hacer, ponga una estupidez en su vida.