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Europa


7 de abril de 2004

Extracto de un capítulo
"La aznaridad", obra póstuma de Vázquez Montalbán

Rebelión

Cascos, terminator cinegético; Rajoy, todoterreno triste; Trillo, acomplejado por lo dificil que es disparar. todos superados por Aznar. Éste es el retrato póstumo de «la aznaridad», escrito por Vázquez Montalbán. extracto de un capítulo

Así como Escarlata O'Hara al final de la primera parte de Lo que el viento se llevó proclama: «ˇNunca volveré a pasar hambre!», la comisaria europea, Loyola de Palacio, en un momento especialmente oscuro de la agresión del chapapote, declaró: «Estoy harta de mareas negras», actitud moral y emocional respaldada por todos los responsables de Transporte de la UE, que también se declararon «hartos» de mareas negras. Mientras, los mariscadores gallegos arrancaban todos los mejillones que podían y pescaban todas las almejas a su alcance, porque desde el comienzo, a pesar de las prepotentes declaraciones de los ministros españoles, temían la marea negra procedente del Prestige.

Si los más altos funcionarios europeos estaban «hartos», en cambio los más encumbrados responsables de la administración española repitieron una y otra vez aquello de «todo está bajo control».Emociona esta diversidad de actitudes porque era de esperar de la eficacia racionalista de la Europa de Descartes, Kant y Hegel una declaración tranquilizadora desde el punto de vista de la aplicación de la constancia de la razón sobre las normas de conducta.En cambio Europa se indigna, se emociona, está «harta». España, tan poco prestigiada por su capacidad analítica y deductiva, sancionaba que «está todo bajo control», prueba evidente de que el país había cambiado sustancialmente, sobre todo en el empleo de las metáforas. (...)

Cuando el petrolero Prestige embarrancó en las costas gallegas y la desafortunada decisión de remolcarlo hasta alta mar y allí hundirlo, intuíamos que la catástrofe ecológica era inevitable por lo inevitada. Pánico en los cuarteles generales del PP y sospecha de que Saddam Hussein había desencadenado la guerra con armas de atentado ecológico, empezando por uno de los aliados más firmes de Bush, el presidente Aznar. No se explica de otra manera la desconexión entre espacio y tiempo que practicaron involuntariamente altísimos dirigentes del PP.

Cuando se inició la pesadilla del Prestige, el único dirigente del PP que llegó a tiempo fue el señor ministro de Agricultura y Pesca para decirnos que todo estaba controlado. Mejor que hubiera llegado tarde, como Alvarez Cascos, que estaba de caza -ignoramos si mayor o menor-, con el ceño a punto para disparar contra lo que se presentase. Luego asumió haber sido el responsable del hundimiento del Prestige. Trillo, desde su condición de ministro de Defensa, acomplejado por lo difícil que es disparar en defensa de España, quiso bombardear el barco y convertir el fuel en una hoguera. Fraga, presidente de la Comunidad Autónoma de Galicia, también llegó tarde porque está el hombre muy desorientado últimamente y cojea de tal manera que le ocurre lo mismo que a la paloma de Rafael Alberti: «Creyó que el norte era el sur / creyó que el trigo era el agua».

La cuestión es que Fraga también se fue a una cacería pero no cazó, tal vez por solidaridad con sus paisanos que a aquellas horas ya tenían los congojos amenazados por el chapapote y, aturdido por no cazar o por el chapapote o por los congojos de los paisanos, tardó en reaccionar y al llegar al lugar de los hechos a la estela del Rey y de Rajoy, se limitó a convocar a la Divina Providencia, desde la confianza adquirida al presenciar durante tantos años cómo Franco ofrendaba España a Santiago Apóstol. Mariano Rajoy, que es un todoterreno, de aspecto tristísimo pero de socarronería interiorizada, no llegó tarde pero habló extrañamente con poca propiedad y redujo el fuel oil a algo parecido a heces fecales con forma de melena. Una vez recuperado Alvarez Cascos indemne de sus aficiones de Terminator cinegético, balbuceante incluso cuando callaba Fraga, en paradero desconocido el de Agricultura y Pesca, cautivo y desarmado Federico Trillo, Rajoy padeció una nefasta transustanciación y reencarnó a Sancho Rof, aquel ministro de UCD que acusó a un bichito insignificante de ser el responsable del síndrome del aceite de colza. No se refirió Rajoy a ningún bichito insignificante, pero sí discutió que la marea negra fuera marea negra porque estamos ante una concepción jurídica y también erró el ministro todoterreno al designar como «hilillos» de fuel a las toneladas de líquido que se iban escapando del barco hundido.

Menos Rajoy, que llegó a tiempo pero mal, todos los demás jerarcas políticos peperos citados habían llegado tarde y peor, pero serían ampliamente superados por la única personalidad política que podía y debía superarlos. Don José María Aznar, jefe de Gobierno, no se presentó en el lugar de los hechos; o se puso a viajar como consecuencia de su cruzada contra el terrorismo internacional o se refugió en una torre de La Coruña desde la que se estudiaba el qué hacer en las rías y en la Costa de la Muerte contra las sucesivas mareas negras que habían dejado de ser concepto jurídico para ser mareas negras a todos los efectos. No contento con estos merodeos locales, Aznar se fue a Estados Unidos donde el presidente Bush le elogió por lo mucho que luchaba contra las mareas negras y contra el terrorismo. Aznar no es que llegara tarde ante el chapapote, es que no llegó. (...).

POR EL IMPERIO HACIA BUSH

Tal vez la guerra de Irak fuera la huida hacia delante que necesitaba en aquel momento José María Aznar, desde su nacimiento convencido de que por el imperio se llega a Dios y ahora convencido por Bush de que por Dios se llega más fácilmente al imperio. Se iban a preparar los iraquíes porque Aznar es hombre de ceño fijo, de más ceño que bigote y había recibido seguridades por parte de Bush de que su fidelidad iba a ser recompensada en el futuro.No sólo España conservará las plazas de soberanía de Ceuta y Melilla, sino que volverá a tener un protectorado, si no en Marruecos, sí en Irak, o en Afganistán o donde sea, pero esta generación de dirigentes del PP no se muere sin que España vuelva a ser una unidad de destino en lo universal, capaz de ir por el imperio hacia Dios.

Al recordar la vieja consigna falangista me replanteo cómo fue posible que tamaña herejía fuera aceptada por todas las conferencias episcopales que compartieron con Franco el poder temporal y espiritual.Si el creador de la consigna hubiera escrito «Por Dios hacia el imperio», habría sido otra cosa, porque así formulada la propuesta, Dios es causa y finalidad, gracias a Él seremos un imperio y utilizaremos el imperio para llegar a Dios, es decir, para divinizar, teologizar la Historia. Pero reducida la consigna a «Por el imperio hacia Dios» tiene muy discutibles y perversos niveles de ambigüedad que refuerzan mi creencia de que la Falange estaba llena de ateos y por eso tuvieron que inventarse el Opus Dei, que era fuerza y reserva espiritual más segura.

A Aznar, pese a lo que se diga, le veo más cercano a la Falange que al Opus Dei, y sea «Por el imperio hacia Bush» o «Por Bush hacia el imperio», le daba lo mismo porque está convencido de que hay que escoger bien a los compañeros de paliza o no ir a apoderarse de Irak con la ayuda de Pujol o de José Carlos Mauricio, que no le duran a Saddam Hussein ni un pellizquito de ántrax.Observe el posiblemente escandalizado espectador que en todas las reflexiones parabelicistas contra Irak no se consideró jamás la obviedad de que iban a morir miles y miles de civiles, de toda edad y sexo.

Y cuando se insinuó, se prometía matar dentro del capítulo de errores o daños colaterales a los menos posibles y que más mataba Saddam Hussein, que fue un dictador tan terrible como los tiranos hasta ahora impuestos por las necesidades estratégicas de la política exterior norteamericana. Si quieren la lista completa suscríbanse al disco duro de mi memoria histórica, pero de momento recuerden preferentemente a Franco, Pinochet o a los jeques árabes corresponsables del actual estatuto universal del petróleo, como compinches oportunos de Estados Unidos.

Me parece que fue Llamazares el político de la oposición que calificó de cínico el planteamiento y el nudo de esa guerra preventiva contra Irak e igualmente cínico fue el desenlace al no lograr detener la guerra y tratar de derrocar a Saddam Hussein por los mismos procedimientos incruentos con los que deberían ser derrocados todos los tiranos o subdemócratas instrumentalizados por la política de Bush. Bastante contundente el portavoz de CiU en el Parlamento español, señor Trias, aunque dejó abierta el hombre la puerta a la legitimidad de la guerra si las investigaciones de la ONU demostrasen que Irak representaba un peligro para algo que nos afectaba como nación, por ejemplo la confirmación del trayecto del tren de alta velocidad. No tan seguro de su abelicismo, Jordi Pujol, estadista sin Estado, que consciente de que los políticos póstumamente más valorados son aquellos que actúan según las reglas de cierto despotismo ilustrado, dijo más o menos: «De momento no a la guerra». Y dejó al PP solo, a pesar de que Aznar no sólo hablaba catalán en la intimidad, sino que además conocía pruebas de la amenaza Hussein que le había aportado su amigo Bush. Pruebas que, naturalmente, el emperador ocultó a los irrelevantes Chirac o Schröder.

«La aznaridad», obra póstuma del escritor catalán Manuel Vázquez Montalbán, editada por Mondadori