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Europa

18 de marzo del 2004

Los retos de Zapatero

Angel Guerra Cabrera
La Jornada

El significado de las elecciones españolas va mucho más allá que la mera alternancia de partidos del sistema dominante, aunque se haya dado en ese marco. Extiende a Europa las rebeliones populares pacíficas capaces de expulsar gobiernos incondicionales a los dueños del mundo y de poner serios obstáculos a sus planes, fenómeno observado hasta ahora casi exclusivamente en la resistencia latinoamericana al neoliberalismo. Los comicios fueron el vehículo usado por los electores para liquidar uno de los pilares del eje fascista Washington-Londres-Madrid, formalizado hace un año en las Azores. Antes que un voto por el Partido Socialista Obrero Español(PSOE), lo es contra el enrolamiento de España en la agresión a Irak, a la que se opuso su candidato José Luis Rodríguez Zapatero, que prometió también retirar de allí al contingente español.

Aznar fue así castigado severamente por su obsecuente servilismo hacia el proyecto de esclavización de la humanidad de Bush II y por actuar como quinta columna de Washington dentro de la Unión Europea. Debió pagar con una humillante derrota su concurso y diligentes gestiones diplomáticas conjuntamente con Blair, el otro amanuense, para que el emperador pudiera presumir su coalición de opereta: la liga de vasallos que pusiera la hoja de parra a la ilegal y criminal ocupación de Irak. La aventura bélica chocó desde el inicio con un multitudinario movimiento opositor de los pueblos de España. El arrogante menosprecio de Aznar por la opinión pública en este y en todos los temas y su práctica sistemática de la mentira de Estado sacudieron dramáticamente la modorra cívica originada en el socialismo felipista y ahondada en los últimos ocho años. La mezquina manipulación del atentado terrorista de Madrid con fines electoreros terminó de catalizar el malestar social y la indignación popular y galvanizó fuerzas suficientes para desalojar de la Moncloa al proyecto de restauración del franquismo y de la España colonial. Durante el mandato aznarista se profundizaron las políticas neoliberales y por consiguiente la desigual distribución de la riqueza, se incrementó la xenofobia, se minó al Estado laico y se desempolvó el centralismo uniformador. No es casual el gran número de votos alcanzados por los nacionalismos catalán y vasco. Pero los comicios expresaron el hartazgo de los españoles en general con el autoritarismo trasnochado, la hipocresía, la mendacidad y la dictadura mediática introducidos como regla en la gestión pública.

La elección de Rodríguez Zapatero por un margen de casi tres millones de votos le confiere una legitimidad incuestionable para gobernar, aunque no haya alcanzado la mayoría absoluta. Ya ha sido bienvenida su promesa de que contrariamente a Aznar tomará en cuenta a todas las fuerzas políticas y fomentará el diálogo con ellas. Su anuncio de reinsertar a España en el concierto europeo y cortar con el sometimiento a Bush prefigura lo que podría constituir una nuevo balance en el panorama geopolítico internacional. Tal vez el estímulo que anime por fin a Francia y Alemania a alejarse de su tímida y vacilante actitud frente a la prepotencia de Washington. Zapatero ha dicho que recuperará la confianza de América Latina actuando como favorecedor del diálogo de esta con el Viejo Continente. Aquí está uno de sus mayores desafíos. ¿Modificará la conducta de Aznar frente al golpismo venezolano que aquel apoyó desfachatadamente? ¿Tomará distancia de la obsesión anticubana de su antecesor que empujó a la Unión Europea a la connivencia con la hostilidad estadunidense? ¿Abogará por la posición argentino-brasileña ante los organismos internacionales de crédito? ¿Comprenderá el creciente rechazo a las políticas de libre mercado al sur del río Bravo? De su respuesta a estas preguntas depende que logre en nuestra América el objetivo que ha proclamado.

En cuanto al frente interno, el nuevo jefe de gobierno tendrá que reafirmar el apoyo de los electores, renuentes hasta última hora a encomendar el gobierno al PSOE, pese a sus fervorosos deseos de quitarse de encima al Partido Popular. El reconocimiento pleno de los derechos nacionales y culturales de vascos y catalanes es indispensable para suprimir la crispación y conseguir la paz.

Pero ello exige el desmantelamiento de los reductos franquistas conservados por una transición castrada y revitalizados por el gobierno saliente.

aguerra12@pr odigy.net.mx