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Europa

25 de marzo de 2004

Tres días de marzo

Alberto Piris
La Estrella Digital

Los acontecimientos producidos en España durante lo que ya podrían llamarse "los tres días de marzo" han suscitado numerosos comentarios dentro y fuera de nuestro país. No se va a aludir aquí a la polémica abierta en España, suficientemente reflejada en estas páginas electrónicas, que se desarrolla sobre las mismas líneas del enfrentamiento partidista de la última contienda electoral y, por tanto, de previsibles y previstas reacciones en una y otra parte, tanto en las acusaciones como en los desmentidos.

Por el contrario, tiene análogo interés, o quizá superior, comentar lo que fuera de nuestras fronteras se ha escrito y discutido sobre la cuestión. Antes de hacerlo, no conviene olvidar la rapidez, eficacia y solvencia de los recuentos electorales, que permitieron —como ya viene siendo habitual en España— una rápida difusión de los resultados, con lo que se ha dado una clara lección a la hiperpotencia mundial. Si ésta llegara a aprenderla, evitaría repetir el tortuoso camino recorrido en aquel vergonzoso recuento de votos en Florida que, de forma confusa y muy poco convincente, otorgó la presidencia de EEUU a George W. Bush.

Tampoco es esto muy ajeno a los acontecimientos del 13-M, por remota que parezca la conexión a primera vista. Veámoslo. Tras su discutida elección, Bush adoptó enseguida la idea de convertirse en un "presidente de guerra", dado que esta condición le permitiría dejar atrás el lastre negativo de su polémico nombramiento y aumentar su escasa popularidad inicial. Para confirmar este razonamiento basta recordar que, abrazado a la guerra como su principal salvavidas político, Bush, en vez de perseguir a fondo los tentáculos de Al Qaeda tras el ataque a Afganistán, prefirió emprender una guerra que imaginó rápida y espectacular en Iraq (que nada había tenido que ver con el 11-S ni con Al Qaeda) a la labor metódica, paciente y menos brillante de desarraigar el terrorismo que, en último término, ha ensangrentado Madrid. Esa decisión política es anterior al 11-S, que puso las condiciones necesarias para forzar una disyuntiva: o responder a aquella agresión terrorista con los instrumentos propios del antiterrorismo o dejarse llevar por la dinámica militar de la guerra. Se eligió la segunda opción, lo que sólo ha contribuido a agravar la situación.

No son muchos los que en EEUU perciben el cambio del Gobierno en Madrid como una vivaz reacción democrática y como la irritación de un pueblo que se ha sentido engañado por sus dirigentes. El más rancio e irracional conservadurismo insiste en hablar de rendición al terrorismo. Pero algunos no entran en este juego, como el escritor estadounidense William R. Pitt: "Dos días. Éste ha sido el tiempo que los españoles han tardado en impacientarse y exigir a su Gobierno la verdad. Cuando no la obtuvieron, lo expulsaron. Para EEUU, donde han transcurrido casi mil días sin que su Gobierno haya dicho la verdad sobre el 11-S, es una lección que habrá que aprender a fondo". También ha sido claro Paul Krugman al ironizar el sábado pasado en el International Herald Tribune sobre los que opinan que la derrota del PP ha sido el triunfo de Al Qaeda: "Así está la cosa. Un partido en el poder conduce a su país a la guerra por motivos falsos, es incapaz de protegerlo de los terroristas y, cuando éstos atacan, se oculta distorsionando la información. Y su derrota electoral resulta que no es consecuencia de la democracia en acción, sino una victoria del terrorismo".

En Europa, los comentarios, también divididos, han sido en general objetivos. El diario Le Monde tituló en portada: "L'Espagne sanctione le mesonge d'Etat", España castiga la mentira de Estado. También en el International Herald Tribune escribía el analista francés Dominique Moïsi: "De hecho, el resultado de las elecciones en España no debe ser visto como un triunfo de Al Qaeda, sino como una prueba de la superioridad de la fórmula democrática; un símbolo perfecto de lo que no pueden soportar los terroristas: la capacidad de cambiar el curso de un país no sólo con balas y bombas, sino con votos". La mayoría de los europeos ha comprendido que el 11-M confirma su hipótesis de que el mundo no es más seguro tras la caída de Sadam Husein (aunque los iraquíes vivan ahora más libres) y que los argumentos de EEUU para ir a la guerra fueron falsos. Y concluía: "Desdeñando terminar la tarea empezada en Afganistán, soñando con extender la democracia en el 'Gran Oriente Medio', el Gobierno de Bush ha demostrado su arrogante error y 'nosotros los europeos' lo estamos pagando".

Es comprensible la irritación de Washington por el descabalgamiento del fiel escudero español en su descabellada aventura iraquí. El nuevo Gobierno de España habrá de resistir fuertes presiones. Le ayudará a esto salir fuera de la trampa tendida por Bush y repetida hasta la saciedad por los miembros de su Gobierno: quien no nos apoya, apoya al terrorismo. Hay que dejar muy claro que se puede estar contra la política exterior y antiterrorista de EEUU sin que por ello se esté haciendo el juego al terrorismo. Es más: cada vez aparece más evidente que el antiterrorismo de Bush tiende, por encima de todo, a asegurar su reelección. Ni a España ni a Europa les debería interesar mucho que lo consiga. Su ineptitud para reconocer los enormes errores cometidos le incapacita para seguir al frente de la más poderosa nación del mundo.