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Europa

10 de marzo del 2004

El 14 de Marzo, Rusia celebra elecciones presidenciales, donde la victoria de Putin será aplastante
Los nuevos rusos se abrazan al capitalismo

Fernando Blanco
Mundo Obrero

El 14 de marzo, no habrá ninguna sorpresa. Putin, el actual presidente de Rusia, será confirmado en el cargo con holgada victoria sobre los demás aspirantes. Las elecciones legislativas del 7 de diciembre de 2003 auparon a su partido, Rusia Unida, a la mayoría absoluta en la Duma (Cámara Baja). De paso, se quitó de en medio a los dos partidos de la derecha (SPS y Yabloko) que no lograron el 5% mínimo de votos para acceder al reparto de escaños.

Putin, con el control del Parlamento y la fuerza del respaldo popular en los comicios presidenciales del 14 de marzo, podrá acometer sin obstáculos la reforma constitucional que le permita ser candidato una vez más en las elecciones de 2008 y consolidar su máxima en política: relaciones óptimas con Estados Unidos, mano tendida a la Iglesia Ortodoxa y crecimiento económico imparable desde bases de libre mercado. Todo lo contrario del Partido Comunista, que bajó 30 diputados en las legislativas de diciembre (de 83 a 53) y que presenta a Nikolái Jaritónov con la promesa de recuperar ese mismo pasado de esplendor pero desde presupuestos económicos opuestos.

El dato más relevante de porqué Putin es el candidato preferido lo aportan las cifras macroeconómicas. El PIB de Rusia creció un 7% en 2003, según el Ministerio de Desarrollo y Comercio. El segundo punto de apoyo es Chechenia, donde la mano dura sobre los rebeldes es altamente valorada entre la mayoría de los rusos, para quienes esta tierra es rusa y los separatistas son terroristas. Y la tercera causa, pero no menos importante, radica en la propia historia del pueblo ruso, acostumbrado durante siglos a padecer, que pasó del feudalismo ancestral al control comunista de la era soviética en 1917, y de ahí al derrumbe de la URSS en 1991 para lanzarse sin miramiento a los brazos del capitalismo salvaje. En este salto al vacío, y tras la turbulenta etapa de Borís Yeltsin, la presidencia de Putin adquiere tintes de seguridad frente a tentativas reformistas que nadie se cree.

Ahora bien, si los porcentajes de crecimiento marcroeconómicos le dan la razón a la política de libre mercado trazada desde la caída de la URSS, no sucede lo mismo cuando miramos bajo el paño. La sociedad rusa actual vive un fenómeno de crecimiento de riqueza inaudito que beneficia un sector que no sobrepasa el 10% de la población. Ese porcentaje, sobre unos 145 millones de habitantes totales, engloba a casi un millón y medio de personas. Son los nuevos rusos, la mayoría descendientes de las antiguas estructuras del aparato soviético que hicieron caja con las privatizaciones salvajes de las empresas estatales en la década de los noventa.

Estos 'nuevos rusos' aman el capitalismo porque se alimentan de él, comen en los mejores restaurantes, conducen coches de gama alta, viajan al extranjero de julo, visten trajes de alta costura, hacen uso ostentoso de sus teléfonos móviles última generación por las calles. Pero, a pesar de todos estos detalles, lo que más se valora hoy en Rusia es la salud y de ésta pueden cuidar muy bien los 'nuevos rusos' en hospitales privados sin carencia de medicinas o en balnearios o complejos turísticos antes sólo aptos para los dirigentes comunistas.

Su fama corre como la pólvora. El presidente Putin ha mantenido una política de buena relación con la clase empresarial pudiente, algunos de ellos ex compañeros del KGB (servicios secretos soviéticos). Aquellos otros que le han plantado cara, léase Berezovski, Gusinski y Jodorkorski se han visto obligados a exiliarse o han sido encarcelados, como el último citado, multimillonario propietario de la petrolera Yukos.

Estos 'nuevos rusos' tienen también entre sus miembros a la mafia, reconvertida en clase empresarial. La mafia y sus técnicas de chantaje y soborno gozan de gran popularidad en Rusia, hasta el punto de que constituyen uno de los temas preferidos en los argumentos de las películas que se ruedan en la actualidad. La televisión, aún peor en programación que la nuestra y más controlada por el gobierno, exhibe estas cintas en horas de máxima audiencia.

Los 'nuevos pobres'

Debajo de estos adinerados hombres de negocios, malvive el otro 90% de la población. En Rusia no hay clase media como en los países occidentales europeos. Si hablamos de pobres, habremos de diferenciar entre aquellos que sobreviven a duras penas y los que no tienen ni para comer. Empecemos por éstos últimos. Según datos de 1997, en Rusia vivían 4 millones de personas en la cuerda floja (lo que para España sería catalogado como 'pobre'); los 'sin techo' sumaban 3 millones; los vagabundo, 4 millones y el número de niños de la calle en torno a 3 millones.

Una de las estampas típicas de la calle rusa, y a su vez más patéticas, es ver a los ancianos - hombres y mujeres, indistintamente- recogiendo las botellas de cerveza tiradas por las calles. Los rusos gustan de beber mucha cerveza en la calle, en el metro, en el tren, en cualquier parte; luego, dejan los vidrios en el suelo, los cuales son recogidos por estos mayores y vendidos para obtener un complemento a su exigua pensión: unos 1.500 rublos al mes, no más de 50 euros.

Un poquito por encima está la gran masa de población, aquella cuyo salario, como máximo, asciende a 3.500 rublos -unos 100 euros-. Y en esta categoría están incluidos médicos, profesores, bailares, actores, policías, etc. Cuando se cotejan los precios de los productos manufacturados en los supermercados -en su mayoría productos occidentales-, no salen las cuentas.

Entonces, ¿cómo consiguen pagar el alquiler, comprar comida, adquirir abonos de transporte, hacer vida social e irse de vacaciones? Lo primero, la comida no falta porque los mercados callejeros surten de todo tipo de productos frescos a muy bajo precio; además, proliferan las dachas (casas de campo) donde cultivan la huerta y con la cosecha del corto verano hacen conservas para el duro invierno. Quede pues erradicada esa falsa idea de que en Rusia se pasa hambre; claro, hay hambre, pero también en España.

Lo segundo, el ruso medio se 'busca la vida' aquí y allá, en varios trabajos para ir completando un sueldo digno. Por tanto, el pluriempleo es moneda corriente y el peso de esa 'economía gris' es notable. Lo tercero, una misma vivienda alberga hasta tres generaciones; no se da, como en España, esa separación abuelos, padres, hijos y nietos.

Cuarto considerando: los medios básicos para sobrevivir en un clima tan estricto como el ruso están garantizados, ya que la energía y gastos corrientes (gasolina, gas, luz, agua, teléfono y transporte) tienen un precio mínimo muy bajo, asegurado por el Estado. Cuestión distinta sucede en el momento de hacer frente a otros avatares.

Así, caer enfermo es una desgracia doble: la enfermedad y el desembolso económico para las medicinas. Camas hospitalarias públicas hay, las medicinas y material quirúrgico lo paga el paciente. Ante las multas, la petición de documentos oficiales y demás obligaciones legales funciona el soborno, lo que se denomina 'pa blatu'. Ese dinero 'negro' completa la insuficiente nómina de los funcionarios.

De este modo, la Rusia actual se asoma a la crudeza del capitalismo en lo económico sin haberse despojado del dirigismo soviético en sus estructuras oficiales, es decir, un traje nuevo sin cambiar la percha.

Esta es la Rusia llamada a votar el 14 de marzo, un pueblo que aún guarda algunas de las características que les hace sentirse orgullosos: el amor a la literatura y al teatro, la hospitalidad en sus casas y la charla reposada en torno a una humeante tetera.