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Europa

30 de marzo de 2004

Dictadura mediática en la Italia de Berlusconi

Carmen Lloveres
Agencia de Informacion Solidaria

"En el mundo contemporáneo ya no es necesario dar un golpe de Estado, `deshacerse´ de los disidentes o acabar con la libertad de prensa para establecer un régimen dictatorial; basta controlar el consenso, monopolizando los medios de comunicación más difundidos." Así explica el catedrático de la Universidad de Bolonia (Italia) y autor de la novela El nombre de la rosa, Umberto Eco, la situación italiana: una dictadura, no de régimen político, sino mediática.

El imperio informativo de Berlusconi, jefe de Gobierno italiano, abarca casi todo el sector de los medios televisivos italianos, el 45% de la prensa escrita, el 48% del mercado editorial y la mayor empresa de publicidad. Imperios mediáticos existen en todo el mundo: Murdoch en Inglaterra, Kirch en Alemania o Vivendi en Francia, pero no por ello son dictaduras. La "anomalía italiana" consiste en que Berlusconi une a su hegemonía mediática su poder como máximo dirigente político del país, una mayoría parlamentaria sometida a sus designios y haberse embarcado en la construcción de una ingeniería legal y constitucional a medida de sus intereses.

Ya en su primera llegada al poder, en 1994, se planteó el "conflicto de intereses" que suponía detentar el control mediático y económico (el magnate es también el hombre más rico del país) a la vez del político. La caída de la coalición que lo respaldaba a finales de 1995 y una oposición incapaz de encontrar un acuerdo por ley aplazaron el "conflicto" indefinidamente, hasta que en mayo de 2001 Berlusconi volvió a ganar las elecciones con la promesa de que en 100 días emitiría una ley que regulara el "potencial conflicto de intereses". Hubo que esperar a julio de 2003 para que la Cámara de los Diputados aprobara el proyecto de ley sobre el "conflicto" que se añade a la extensa lista de leyes "a medida de Berlusconi" para preservar sus intereses, su poder y su impunidad. Y lo hace con total sencillez y transparencia: "la gestión de una empresa lucrativa es incompatible con una carga en el gobierno, pero no existe ningún conflicto si la gestión se fía a una tercera persona", dice el texto legal. Es decir, no hay conflicto si una persona es el propietario de una empresa, sólo si su nombre figura en el organigrama de la administración. Con una gama de posibilidades que va desde sus dos hijos, su esposa, su hermano hasta su leal socio Fedele Confalonieri, el nombre de Silvio Berlusconi no aparece en ningún organigrama de sus empresas.

Gobernar un país poseyendo la práctica totalidad del sector privado de la comunicación se convierte en un peligro aún mayor en un país como Italia, en el que la política y la televisión pública están fuertemente enlazadas. Los tres canales de la RAI siempre han estado politizados a través de la llamada lottizazione por la que a cada partido político le corresponde un canal y el Consejo de la Administración del ente público está formado por tres miembros de la mayoría parlamentaria y dos de la oposición. En noviembre de 2002 dimitieron los dos miembros de la oposición. Las razones alegadas fueron "la falta de pluralismo, la injustificada marginación de profesionales de valor y la intervención sistemática y directa de Berlusconi en todas las decisiones de la RAI, que ha sido permanente desde hace más de un año". La doble dimisión causó la caída del Consejo de la RAI en marzo de 2003. Al día siguiente, Berlusconi se reunió con los parlamentarios de su partido, Forza Italia, para designar por completo el nuevo Consejo de la Administración de la RAI y nombrar como director general a Flavio Cattaneo, hombre muy cercano a Berlusconi.

La cooptación de la cúpula de la RAI no respondía siquiera a la necesidad de poner la información pública al servicio del gobierno: el control ya era evidente en Italia. Casos paradigmáticos de ello fueron los de los periodistas Enzo Biagi y Michele Santoro. El primero, veterano y muy respetado informador italiano, presentaba un programa de actualidad política en RAI 1, Il fatto, que de forma regular invitaba a personas de la oposición para dar voz a una gama amplia de la clase política e intelectual italiana. El día anterior a las elecciones de 2001, en las que Berlusconi subió al poder, Biagi invitó a Roberto Benigni, declarado cineasta de izquierdas que hizo una sátira de Silvio Berlusconi. El magnate no se lo perdonaría: Il fatto fue suprimido de la programación y Biagi alejado de la televisión pública. Michele Santoro, director del programa de sátira política Sciusciá en RAI 2, corrió la misma suerte tras dedicar una edición especial al "caso Biagi": él y su programa fueron cancelados de la RAI.

"En la futura RAI no tendrán cabida un Santoro o un Biagi, con toda esa falsa sátira para destruir la imagen de los líderes de la oposición, un Santoro o un Biagi de centro-derecha que atacan a la izquierda. No usaremos en modo criminoso la televisión pública pagada con el dinero de todos", justificó Berlusconi su acción. Al no poder acusarles de "feroces comunistas empeñados en una cruzada para acabar con él", recurso muy utilizado por el magnate, se presentó ante la opinión pública como el "ángel de la guarda" de sus opositores, la izquierda italiana. Éstos son los artificios y engaños retóricos que utiliza el régimen dictatorial y propagandístico instaurado en Italia.

La dictadura mediática de Berlusconi no necesita encarcelar a los periodistas, le basta quitarlos de los medios de mayor difusión (el 80 por ciento de los italianos se informa a través de la televisión, mientras que sólo el 10 por ciento lee la prensa) dejar que los periódicos disientan ("Los periódicos no los lee nadie, todos ven la televisión", alardea Berlusconi) y construir un mensaje persuasivo a través de artificios retóricos.

No se equivoca el escritor Antonio Tabucchi al afirmar que "estamos ante un simulacro de democracia donde un magnate se ha apropiado de las almas de los ciudadanos por el simple hecho que las almas dependen de la información".