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Europa

15 de marzo del 2004

Jornada de reflexión

Tor
Rebelión

Empiezan a ser muchas las voces que señalan al Partido Popular como responsable inductor de los atentados de Madrid del pasado 11 de Marzo. En casi ningún país de Europa, de América, del mundo se mantiene ya la hipótesis de que ETA esté detrás del atentado. Tal es así, que el gobierno, en boca de su lúcida ministra de exteriores, envió el mismo día del siniestro un telegrama a los responsables de las embajadas españolas en todo el mundo, dándoles la instrucción de que "aprovecharan las ocasiones" que se les presentaran para difundir la versión del Gobierno: que "el Ministerio del Interior ha confirmado la autoría de ETA". Esto es lo que les preocupa: salvar el culo, ganar las elecciones, aunque para ello haya que utilizar de forma rastrera y miserable la muerte de dos centenares de personas.

La diferencia entre adjudicar el atentado a ETA o a un grupo fundamentalista islámico es de tal magnitud que pasarla por alto es una profunda ignominia. Algunos desearían que hubiera sido ETA: sin ir más lejos Gabriel Albiac, que en un debate en Telemadrid celebrado ayer viernes se aventuró a afirmar que tan sólo había que revisar las hemerotecas para ver, con absoluta claridad, que el atentado había sido llevado a cabo por esta organización, alentada por la fascinación que los atentados del 11-S han despertado en todos los grupos terroristas del mundo. Yo mismo, he de confesarlo, pensé en algún momento en esta hipótesis (como creo que le ocurrió a muchas personas que estén leyendo este texto). La sinrazón de ETA podía llegar a un extremo como este, por su propia dinámica interna (acción-reacción; cuantos más muertos haya encima de la mesa mejor se puede negociar; cuanto peor, mejor...) y por la presión del aparato político, policial y judicial, que lejos de buscar una solución dialogada está llevando a la desesperación a multitud de jóvenes, abocándolos a la clandestinidad, a una huida hacia delante que sólo conduce a una trampa mortal.

Sin embargo, la hipótesis de la autoría de un grupo fundamentalista islámico, desplaza el centro de gravedad: el problema interno pasa a un segundo plano cediendo terreno a la política exterior llevada a cabo por el gobierno del Partido Popular, principalmente desde el 11-S. El apoyo del gobierno Aznar a la llamada "lucha antiterrorista" del gobierno Bush, traducido en el apoyo a la invasión y ocupación de Iraq, al exterminio programado del gobierno Sharon contra el pueblo palestino mediante una estrecha colaboración en materia militar y diplomática, o al gobierno de Putin en los asesinatos del teatro de Moscú, donde murieron acribillados más de cien chechenos, y que llevó a las autoridades españolas, incluido el rey, a felicitar al gobierno moscovita por tal aberración.

Pero, ¿han castigado los asesinos del pasado jueves al gobierno Aznar?, ¿han procurado en algún momento matar al presidente del gobierno, a algún ministro, al rey? No. Si estos personajes hubieran sido el objetivo de los atentados no habrían muerto personas inocentes: habrían muerto aquellos que con sus decisones políticas hacen posible el sufrimiento y el asesinato de miles de personas en diferentes puntos del globo. No estoy con Kant al afirmar que la vida es un fin en sí mismo, y aunque yo no sería capaz de decidir quién merece vivir y quién morir, salvo en defensa propia (ellos sí lo hacen y viven con la conciencia bien tranquila) considero que algunos seres "humanos" no merecen vivir. La vida es fin sólo en el momento en que alguién o algo te la arrebata. Mientras tanto, es un medio, un quehacerse, y algunos sólo saben hacerse unos asesinos durante toda su vida, como dioses que deciden la existencia de los demás. Preferiría que los conflictos se pudieran resolver equiparando medios y fines, donde los últimos fueran formas positivas de entender y solucionar aquello que nos enfrenta. Pero a veces, la contundencia de una existencia robada solapa cualquier posibilidad de afrontar la vida conforme a razón.

Pero nada de esto ha ocurrido. Los asesinos del 11-M han matado a 200 personas (acaba de morir la víctima 200 en el Hospital Doce de Octubre) que podían ser más o menos responsables de multitud de cosas (como en cierta medida todas lo somos, por hacer o dejar hacer), pero que no ejecutaron las órdenes para que las bases militares se prestaran al linchamiento del pueblo de Iraq, que no se reunieron en las Azores, que no felicitaron a Putin por ser un pulcro y eficiente asesino. Se da, además, la paradoja de que, al parecer –y según informaciones aparecidas en la prensa de todo el país-, los artefactos con Dinamita estaban elaborados con material de Unión Española de Explosivos. El dueño de esta empresa era hace 7 u 8 años, cuando fabricaba minas antipersonas, una empresa española que se llamaba Ercros, presidida por el entonces Ministro de Exteriores Josep Piqué. Maldita desgracia. Las bombas y explosivos de las empresas armamentísticas de este país valen lo mismo para matar inocentes en Iraq que en Madrid.

El gobierno del PP y la institución monárquica son responsables de haber puesto al pueblo español (y al catalán, y al vasco, y al gallego, y ....) en el punto de mira de almas despiadadas. Como dice mi amigo Santi, el potencial de destrucción de la tecnología de guerra hace inoperantes todas las leyes y todos los contratos; ese potencial técnico determina que baste un solo hombre dispuesto a usarlas para que la vida sea ya inviable. Esta es la paradoja: el desarrollo tecnológico ha puesto la suerte del mundo en las manos de un solo hombre dispuesto a usarlo. Esta es la ley: hay siempre, no uno, sino miles dispuestos a usarlo.

Ahora toca detener a los asesinos. El mundo no puede tolerar que cualquiera pueda quedar impune ante tal salvajada. Tenemos que encarcelar, también, a los responsables que han hecho posible esta catástrofe. Las familias de los muertos deberían iniciar todos los trámites posibles contra este gobierno criminal para que entiendan que, ni mucho menos ellos, pueden estar por encima del bien y del mal. Si existe la justicia y no es sólo -como algunos desearían- el recurso del más fuerte; si existe la ley y no es sólo el recurso de los débiles, debemos, si no queremos ser unos asesinos, exigir ya, con la máxima premura, que mediante la legalidad se haga justicia.

Algunos dirán que se debe desalojar al PP del gobierno mediante las elecciones, pero esto sería demasiado benigno. Debe ser la justicia quien ponga a los asesinos responsables en su sitio, hayan sido los ejecutores materiales o los inductores.

Ciertamente, en este país, en el mundo entero, la política debe cambiar de una vez por todas. Hace falta que la ética atraviese cada poro, cada decisión. Debemos plantearnos si vamos por buen camino, si podemos dejar en manos irresponsables el destino de nuestra vida (y de nuestra muerte). Votar no basta. Hay que regenerar la política desde su esencia más radical. Hoy ha sido un atentado en los trenes de cercanías. Mañana puede ser en una central nuclear. No podemos seguir dando gracias por seguir vivos cada día y cada noche. No podemos llevar el peso de nuestra existencia como una losa en la que otros inscriben la leyenda final.

La sociedad entera debe reaccionar ante este atentado. La guerra nos ha sido declarada, a todas, incluso a quienes votan al PP (en el tren los habría, seguro, como había estudiantes, emigrantes de once nacionalidades, militares, trabajadoras...). Todo el mundo debe saber ya que nuestra existencia de instalados pende de un fino hilo, de la fragilidad de una –una sola- decisión. La paz no existe a menos que nos propongamos recuperarla. La guerra contra el terrorismo nos ha sido declarada. Iraq, Palestina, Chechenia... nunca estuvieron tan cerca.

Europa, con su Constitución y su ejército, con sus políticos corruptos, con sus instituciones inservibles y funcionales a los intereses de las grandes compañías multinacionales, prevé seguir por la línea de los asesinatos, del genocidio, de la expoliación, de la política desentendida de la ética, de la toma de decisiones al margen de las voluntades populares, del beneficio a costa de todo. Es la rúbrica de muerte que perpetúa el 11 de marzo de 2004, el 11 de septiembre de 2001, el 19 de marzo de 2003, el 6 y 9 de agosto de 1945... Hagamos algo por detener la barbarie. Nunca la metáfora blochiana fue más acertada: somos los guardaagujas de los raíles del tren: de nosotros y nosotras depende que el tren llegue a su destino o que reviente por los aires.