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Europa

MATARON A 192 PERSONAS E
HIRIERON A MAS DE 1500 EN ATAQUES MULTIPLES

Por Liz Nash *
Desde Madrid

El horror del terrorismo llegó ayer a Europa cuando 10 bombas explotaron simultáneamente en varios trenes suburbanos de Madrid. Murieron al menos 192 personas y más de 1500 resultaron heridas. Muchas de las víctimas son trabajadores que viajaban a la ciudad desde barrios de clase obrera. Un hombre que sobrevivió a esta carnicería dijo que cuando la primera bomba explotó dejando un hueco en uno de los trenes de la estación Atocha, los pasajeros quedaron demasiado atónitos para moverse. Pero cuando detonó la otra bomba, unos pocos minutos después, la muchedumbre huyó aullando en pánico.
"La gente tiró todo, bolsos y zapatos, y corrió. Muchos pisaban a los que se caían en el camino", afirmó Aníbal Altamirano, un ecuatoriano de 26 años. ETA fue la primera sospechosa, pero, anoche, las autoridades españolas dijeron que la policía había encontrado una camioneta con detonadores y versos del Corán que podrían indicar la posibilidad de un ataque de Al-Qaida. Una carta que atribuye la responsabilidad de la red en el atentado fue recibida por el diario árabe Al Quds Al Arabi de Londres (ver página 4). Y una versión no confirmada transmitida a la cadena SER dijo que socorristas habían encontrado los restos de un atacante suicida, lo que el Ministerio del Interior se negó a confirmar, y que un vocero del gobierno, al confirmar anoche la tesitura oficial de que ETA era la responsable, calificó de "bulo".
Cualquiera sea la organización que está detrás, lo cierto es que fue el peor atentado en Europa desde el de Lockerbie, hace 15 años. Y el número de víctimas empequeñeció a las cifras de muertos registradas en los atentados más recientes. El golpe fue en pleno corazón de Madrid, y en la hora pico. Las bombas –escondidas en mochilas– destruyeron cuatro trenes atestados, retorcieron varias toneladas de acero, destrozaron a cientos de pasajeros y mutilaron a otros cientos.
Al-Qaida jamás ha golpeado con tanta fuerza en Europa continental y la mayoría de los ataques de la organización separatista vasca ETA han sido precedidos por advertencias. Juan Redondo, un bombero que llegó a la próxima estación de la línea, El Pozo, donde explotó la segunda bomba, describió la escena como "una carnicería a una escala brutal". Dos bombas detonaron en un tren de dos pisos y al menos 70 cuerpos salpicaron el andén. "Parecía la plataforma de la muerte. Nunca antes había visto algo así", dijo Redondo. "Fue muy difícil recuperar los cuerpos. No sabíamos qué recoger. Hasta en el techo de la estación encontramos un cuerpo", agregó.
Los cadáveres quedaron enredados entre los vagones reducidos a metales retorcidos y las plataformas quedaron tapadas por pilas de restos humanos. "Vi piernas y brazos, jamás me olvidaré de este horror", contó Enrique Sánchez, un chofer de ambulancia, al volver de la tercera estación, Santa Eugenia, donde otra bomba explotó a bordo de un tren. "El tren se partió en dos como una lata de atún. No sabíamos a quién tratar primero. Había un montón de sangre, un montón", recordó. Una pasajera, Ana María Mayor, dijo entre lágrimas que había visto "un bebé totalmente despedazado".
Francisco Larios, un joven empleado de comercio, dijo que "miré detrás mío y todo era como una guerra. La gente quedó tirada en el piso. Había humo por todas partes. Un hombre tenía un hierro incrustado en la pierna". También contó que "todos estaban cubiertos de sangre y a muchos les faltaba una mano, un pie..." A esta altura del relato, Larios, que escapó con apenas unos cortes menores y algunos raspones, estalló en llanto y no pudo continuar. "Me tiemblan las piernas", dijo entre sollozos y de repente se sentó en el piso. Fue a las ocho de la mañana, unos 20 minutos después de que se bajó del tren que todos los días lo trae desde Fuenlabrada. No bien pisó la plataforma 2, el tren de enfrente "se partió en dos". Mientras, en la estación de Pozo de Tío Raimundo, uno de los barrios de clase obrera más pobres de Madrid, hubo escenas similares. Rafael Martín, un obrero que se dirigía a su trabajo, dijo que "creí que era una explosión de gas. Prácticamente me levantó del suelo. Caminé unos pasos y minutos después vi a los bomberos serruchando el tren con una motosierra para sacar los cuerpos. Había gente que levantaba a los heridos de los asientos del tren, personas muertas, despedazadas".
El gobierno español se mostró muy rápido para culpar a ETA, la organización terrorista que integra las listas negras de Europa y Estados Unidos y que ha estado peleando por una nación independiente en el noreste de España y sudoeste de Francia desde los ‘60. Las autoridades creen que la responsabilidad del grupo en el ataque podría tener que ver con una nueva línea de liderazgo duro de la organización.
El ministro del Interior, Angel Acebes, dijo que "es evidente, y está absolutamente claro, que la organización ETA buscaba cometer un gran ataque... En este caso lo único diferente es la estación de trenes que sirvió de blanco". En Navidad, un ataque contra otra estación madrileña se frustró cuando los explosivos escondidos entre el equipaje no pudieron ser detonados. El explosivo usado en los ataques de ayer es titadina, un tipo de dinamita que el grupo ha utilizado en el pasado. Otros explosivos fueron encontrados entre las ropas de un supuesto miembro de ETA que aparentemente iba a ponerlos en el tren. Pero el líder del partido separatista Batasuna, prohibido por el gobierno de Madrid, negó que éste haya participado en el atentado. Arnaldo Otegi, líder del ala política de ETA, culpó a la "resistencia árabe".
Los ataques fueron tan diferentes a las atrocidades de ETA del pasado que surgieron muchas dudas. La policía francesa dijo que las explosiones no tienen el sello del grupo vasco. La policía española afirmó que una furgoneta cargada con explosivos que hace dos semanas fue detenida por efectivos policiales en las afueras de Madrid también tenía versos del Corán en su interior.
Quienquiera que haya sido, ayer a la mañana, el centro de una de las ciudades más vibrantes y amantes del placer de Europa se convirtió en un campo de batalla. Y cuando los gritos y sirenas pararon, un extraño silencio cayó sobre la capital. Fue como si el volumen de esta gente tan vivaz se hubiera apagado. Los madrileños corrieron a sus casas murmurando en sus teléfonos celulares, arrodillados sobre sus radios, llamándose entre sí a medida que el número de muertos iba creciendo. Muy pronto, la ciudad se movilizó para ayudar a los heridos. "Este es nuestro 11 de septiembre", dijo Conchita Esperanza, mientras se dirigía a su trabajo, en el Jardín Botánico.
Se le pidió a la población que donara sangre e, inmediatamente, miles de voluntarios empezaron a hacer larguísimas colas frente a los puestos sanitarios. En el hospital 12 de Octubre, las ambulancias iban y venían de la entrada de Emergencias y Accidentes. Afuera, varios grupos de personas se amontonaban abrazándose y llorando. Un hombre joven salió tambaleando, con la cabeza y un brazo vendados, y los pantalones destrozados. "No quiere hablar", dijo su compañera mientras lo ayudaba a entrar en un auto. Un enorme anfiteatro del edificio se convirtió en un centro de informes para los familiares. Aquí conocí a Jesús Gallego, de 40 años, con una botella de agua entre las manos, y un vendaje en la frente. "Soy uno de los que tuvieron suerte. Sólo necesité siete puntos en la cabeza. Ahora espero que mi familia me venga a buscar", dijo. A Gallego el ataque lo tomó de casualidad, en el tren que lo traía de su ciudad natal, Alcalá de Henares, un tren que jamás había tomado antes. "Viajaba a una conferencia de cáncer infantil en Ciudad Real y estaba por tomar el AVE desde Atocha. Pude salir del tren a través de un agujero del costado. Luego, como muchos otros, fui a la parte de atrás del tren para tratar de ayudar a los que habían quedado atrapados", contó. Según él, los bomberos llegaron en 10 minutos y, luego de la confusión inicial, la gente "se portó bien". En el hospital Gregorio Marañón, al otro lado de la capital, Virginia Androne, una rumana de 60 años, yacía en una camilla en un corredor con la cara llena de moretones y el oído izquierdo prácticamente sin audición. Estaba en el tren cuando los vagones se partieron. "La ventanilla se me cayó encima. Había tantos muertos... Mi marido no tiene idea de dónde estoy. No sabe cómo encontrarme", dijo Androne en voz baja. El usual alboroto de Madrid se transformó en una parálisis sin precedentes. Los taxistas, generalmente muy charlatanes, se mostraban lacónicos mientras la radio informaba sobre el número de muertos, las condenas ministeriales, los gritos y los llantos. El centro de convenciones del coqueto barrio que se acaba de inaugurar cerca del aeropuerto, habitualmente destinado a cumbres de la Unión Europea, se transformó en una morgue gigantesca. Una caravana de más de 50 coches fúnebres se abrió camino en la autopista para luego estacionar en una playa cercana, cada uno con un féretro, y disponerse a esperar. Los cadáveres fueron trasladados desde las tres estaciones devastadas. Las familias, cada una en un cuarto separado, tenían que dedicarse a la triste tarea de identificar los restos de sus seres queridos. Entretanto, una legión de asistentes sociales y psicólogos consolaba a los que temían por la suerte de sus familiares y les daban agua y sándwiches mientras esperaban alguna noticia.
* De The Independent, de Gran Bretaña. Especial para Página/12.
Traducción: Milagros Belgrano.