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Europa

SOBRE DESLOCALIZACIONES Y DESCOLOCACIONES



Cyntia Marin

Cádiz Rebelde

Resulta muy significativa la sorpresa que ha causado en políticos, politólogos, y aspirantes a, las noticias de que en Cataluña numerosas multinacionales han decidido emigrar a Europa del Este y al lejano Oriente, buscando mano de obra barata, que den color a sus cuentas de resultados.
Decimos significativa porque a fuerza de vivir con él, algunas personas, partidos y sindicatos mal llamados de clase, parecen haber olvidado lo que es el capitalismo, ya que si lo tuvieran presente, verían como algo obvio y natural, que una empresa busque las máximos beneficios en el menor tiempo posible, en las condiciones más favorables para sus intereses. Es decir, olvidando contenidos sociales, sentimientos, situaciones familiares, porque sino no sería el sistema capitalista, sería otra cosa, algo quizá por inventar, pero desde luego no el capitalismo, no la globalización (ese nombre artístico del capitalismo con el que nos ilustró Eduardo Galeano en un rasgo de lucidez incuestionable, y que debería retomar). Estas deslocalizaciones (palabra esta acuñada por los gurús de la economía, en este caso siempre alejados de la lucidez), tienen la única ventaja que ponen sobre el tapete de un modo claro y descarnado la realidad del sistema, y miden la capacidad de respuesta y de propuesta de organizaciones que, con la etiqueta de izquierda, pero con años de olvido en cuestionar el capitalismo, se han quedado incrédulas, con las manos atadas por ellos mismos, y que, prestos, acuden a intentar que esas multinacionales devuelvan (¿?) las ayudas que se les dio para que se instalaran en suelo catalán, y en aligerar los trámites de desempleo de los miles de trabajadores que quedan en la calle, y así hasta la próxima empresa. Claro que, mientras tanto, otras empresas aprovechan y explotan el miedo que causan la huida de esas fábricas, para chantajear en forma de aviso a sus empleados y comités de empresa, con el argumento de que o se recortan beneficios sociales, se congelan salarios, se despide a parte de la plantilla, o harán lo mismo: deslocalizar.
Estamos ante un arma implacable que no atiende a otros criterios que la inmediatez, que los beneficios urgentes, ¿cómo sino entender la apuesta que hacen por la mano de obra barata, en detrimento de sueldos dignos para los potenciales consumidores de sus productos?, o por bajar al suelo, ¿quién va a comprar los productos de samsung si sus trabajadores occidentales pierden sus empleos, y junto a samsung todas las empresas que piensan irse?, porque es claro que cuando los chinos, brasileños, tailandeses y coreanos terminen de armar los productos samsung, no tendrán con los sueldos que perciben poder adquisitivo para comprarlos, y los traerán a las tiendas de Cataluña para que otros trabajadores, de empresas aún no deslocalizadas los vean en el escaparate, en oferta, y lo compren. Todo esto es natural, el capitalismo jamás se ha caracterizado por tener visión a larga data, su proyección no va más allá de los balances anuales, nació sin corazón y quizá por eso aún goza de buena salud.
Todo esto está muy bien, pero entonces qué debería hacer la izquierda, con estas envestidas de lo que antes se llamaba capitalismo y hoy globalización o modus vivendi (al decir de los muy integrados). La pregunta surge ante la descolocación que padecen los llamados sectores moderados o institucionales de la izquierda política y sindical, cuando el tema es abordar la raíz misma de los problemas (¿será por eso que es necesario hacer uso de la etimología, y será cierto que será sólo cosa de radicales lo de ir al fondo de los conflictos?), como es en este caso de fuga de capitales y empresas. Porque esa izquierda ha hecho causa inequívoca con el capitalismo, con avanzar –supuestamente- en mejoras parciales en las condiciones de vida de los trabajadores del primer mundo, sin ver ni explicar que la batalla es más general y que en este sistema las mejoras son espejismos, y casi siempre a costa de los otros, y que tarde o temprano el sistema estalla en las propias narices, para que vayan no pocos apaniguados de la autodenominada izquierda, y pidan, en un alarde de imaginación y solidaridad, una comisión parlamentaria para que estudie y dirima responsabilidades políticas. No pueden ya entender las relaciones sociales, económicas y políticas de otro modo, de lo contrario le llevaría a replantearse un idioma que ellos consideran antiguo, esto es, la lucha de clases, las relaciones de explotación norte-sur, el miedo, la mano de obra barata, es decir, indagar en temas que esa llamada izquierda hace tiempo ha dejado de cuestionarse, porque hace mucho que está mirando para otro lado, un lado que le da de comer y que a fuerza de ser mirado se va a creer importante y definitivo. Están equivocados, una vez más los agarraron descolocados.