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Europa

La rebelión se justifica


Editorial
Cádiz Rebelde

En estos tiempos en que los lobos circulan por las calles con caperuza roja, hay que andar prevenidos. Como en el título de un exitoso thriller de ambientación sevillana, en este país de las maravillas "nadie conoce a nadie" y en el lugar más inesperado, bajo el disfraz más cándido y/o el discurso más progresista, puede acechar la Bestia. Modos y palabras no sirven ya para identificar al enemigo secular de la razón y de la justicia. "Popular", por ejemplo, significa "del pueblo", pero es también, aquí y ahora, sinónimo de autoritarismo y de barbarie. Algo parecido sucede con los términos "democracia", "socialismo", "pacifismo", "tolerancia" o, incluso, "libertad", que resultan huecos y manidos, cuando no preocupantemente contradictorios, al atribuírselos como propios gentes nada recomendables que han hecho de la política su particular y vitalicio modus vivendi. Pocos son, pues, los conceptos que se salvan de la quema. Entre ellos, afortunadamente, se encuentran aún los de "rebeldía" y "revolución".
En la prolongada coyuntura -entendida como combinación de factores negativos que conculcan el desarrollo social y las libertades de individuos y pueblos- que estamos sufriendo, la rebelión se justifica. Conseguir derrocar el nefasto orden establecido, por utópica que parezca la idea, es una legítima aspiración de cualquiera que sienta y que padezca. Intentar subvertirlo, es una obligación cívica. Este Sistema es intrínsecamente perverso y como a tal hay que tratarlo. Y dado que lo judicial actúa como sicario de lo ejecutivo -siempre con la imprescindible complicidad de lo legislativo y lo mediático-, es menester también hacerlo con un gran despliegue de inteligencia y aún mayor imaginación. Para nosotros, hombres y mujeres que pretendemos mejorar este mondo cane, la relación de fuerzas es tradicionalmente desfavorable. No es nueva, pues, la necesidad de desarrollar la creatividad en este histórico conflicto de clases que, antes o después, estamos condenados a ganar.
La inteligencia y la imaginación se perfilan así como las dos básicas herramientas de trabajo que deberemos utilizar en adelante. De ellas se derivan otras dos no menos importantes: la capacidad de organización y la de discernimiento. Organización para optimizar nuestros escasos recursos humanos y económicos en aras de una mayor eficacia, y discernimiento para conseguir distinguir, dentro de la confusión reinante a la que nos referíamos al principio de este editorial, lo fundamental de lo secundario. A ver si nos enteramos de que estamos en guerra, de que nadie nos va a regalar victoria alguna, y de que, como dicen los castizos, ya está bien de andarse con chupaderitos.