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Europa

21 de enero del 2004

S.O.S. Rusia al rearme

Ariel Dacal Díaz
Rebelión

El Temor a un enfrentamiento entre las dos superpotencias nucleares fue el signo de la Guerra Fría. El desarrollo de armamentos estratégicos fue para algunos el resultado inevitable de la existencia de dos polos antagónicos en abierto desafío en todos los campos de las relaciones internacionales, lo que sólo finalizaría con la desaparición de uno de ellos.

Parecía que con la estruendosa traición de la burocracia soviética, y con el ingenuo maridaje ruso con Occidente, no habría motivos para esperar más que por la progresiva desarticulación de los armamentos estratégicos. Pero La historia posterior a 1991 ha invalidado ese criterio, dando veracidad a quienes opinan que dicho conflicto fue una fase, una coyuntura, un momento, del desarrollo del capitalismo y de su inherente instinto al control mediante el recurso de la fuerza, lo que sólo podrá desaparecer efectivamente con el ocaso de las sociedades divididas entre dominados invadidos y dominadores en expansión.

Por tanto, la Rusia heredera del arsenal nuclear soviético y los Estados Unidos reinventando porques para hacerse más destructivamente persuasivos en su control global, protagonizan nuevos capítulos de la misma historia.

De crédulos a perdedores

Desde la aparición misma de Rusia como sujeto de las relaciones internacionales, la política norteamericana estuvo encauzada a, por una parte, aupar su inserción en el mundo "democrático" burgués y por otra, contener sus aspiraciones de mantener la herencia soviética de gran potencia.

El utopismo de los dirigentes rusos respecto a una posible asociación estratégica con Occidente en general, y con EEUU en particular, era tan profundo que consideraban posible que Rusia y los EEUU devinieran los dos superpoderes que tendrían a su cargo la responsabilidad por el orden y la estabilidad mundiales.

Pero más de una década revela que la orientación unilateral hacia Occidente tuvo catastróficas consecuencias para Rusia, ya que perdió el significativo papel que desempeñara la URSS en las relaciones políticas internacionales, y el trato de Occidente ha sido la típica relación de vencedores a derrotado (en este caso con el sui generis componente de un vencido con poderío nuclear). Al mismo tiempo, Estados Unidos ha estado construyendo una nueva "cortina de hierro" con bases, recursos y asesores militares, engullendo a los países ex-socialista, a lo que no escapan territorios que fueron parte de la extinta URSS.

Frente a esta sumatoria de realidades, los dirigentes del Kremlin comprendieron el carácter inviable de una asociación estratégica con los EE-UU y Occidente. Rusia aprobó entonces a principio del año 1999 una nueva Doctrina de Seguridad y Defensa en la cual, además de admitir la posibilidad de asestar el golpe nuclear inicial, reconoció a la OTAN como un probable agresor.

Con la toma de posesión de Vladimir Putin, pareció que Rusia daría nuevos pasos en la política exterior con el fin de lograr la concreción de un mundo multipolar contrapuesto a la hegemonía norteamericana. Pero a partir de los atentados terroristas del 11 de septiembre, Moscú ha giró una vez más a la unilateral orientación hacia Occidente, y de manera particular hacia los EEUU. Con posterioridad, la agresión contra Iraq volvió a poner en su lugar el contradictorio vínculo entre los intereses estratégicos de Rusia por una parte y su relación con Estados Unidos por otra.

Camino al rearme

La diplomacia rusa ha enfrentado importantes desafíos en la esfera de las relaciones internacionales, y concernientes al orden bélico en específico, al proceso de ampliación de la OTAN hacia el Este europeo y el Sistema Nacional de Defensa Antimisil En opinión de algunos analistas, Putin deberá tener en cuenta los postulados que sustentan la necesidad de mantener un potencial nuclear de contención suficientemente fuerte como para evitar una disminución de la protección del territorio nacional. El punto focal de referencia para Rusia resulta obviamente Estados Unidos. Por tanto, las prácticas en materia de rearme impulsadas por la administración norteamericana cobra mayor significación atendiendo al "estímulo" que esto representa para la segunda potencia nuclear.

Algunos de los pasos más recientes dados por la administración norteamericana incluyen la firma por parte de George Bush de un documento que autoriza asignar con cargo al presupuesto de 2004 medios financieros para desarrollar nuevos tipos de armas nucleares pequeñas de alta precisión; la Casa Blanca concedió al Pentágono y al Ministerio de Energía de EE.UU. 24,9 millones de dólares para modernizar el campo de pruebas nucleares en el estado de Nevada que debe estar preparado para efectuar pruebas nucleares subterráneas; así mismo, la Secretaría de Defensa norteamericana efectuó una prueba del sistema marino de defensa antimisiles que logró interceptar un misil balístico pocos minutos después de lanzado y batió el objetivo con un impacto exacto contra su ojiva.

Esta serie de sucesos tiene preocupada a la comunidad de expertos militares de Rusia, pues representa un fuerte peligro para el país. Dado el resultado de las mencionadas pruebas, según expertos rusos, pronto la marina de guerra estadounidense podrá acercarse a las costas de Rusia, derribar misiles estratégicos lanzados por los submarinos en el tramo de aceleración de su trayectoria, lo que equivale a convertirlo en un arma absolutamente inútil.

Según opinión de analistas, los "halcones" de Rusia no ven la hora de que EE.UU. viole su moratoria a las pruebas nucleares. En cuanto se produzca una explosión en Nevada el Kremlin no podrá reprimir el deseo de su Ministerio de Defensa de seguir este "ejemplo negativo".

Esto pudiera suscitar presiones fuertes y sistemáticas sobre el presidente Putin y el Gobierno a fin de lograr mayores asignaciones para desarrollar un sistema capaz de combatir la defensa antimisiles: ojivas de reentrada múltiple y de guiado individual de poca potencia y de más alta precisión; la construcción de nuevos misiles estratégicos móviles difíciles de detectar y, por consiguiente, de batir hasta con armas nucleares de alta precisión, la construcción de nuevos submarinos, así como lanzar al espacio nuevos satélites de reconocimiento, navegación y de indicación de blancos.

En días recientes el Ministerio de Defensa de Rusia anunció que se está trabajando en la articulación del sistema de defensa aeroespacial. Así mismo, en las postrimerías de diciembre pasado, el titular de las fuerzas armadas inauguró el nuevo conjunto de misiles Topol-M, considerado el más avanzado del mundo, capaces de alcanzar blancos a más de 10 000 kms. Esta versión coheteril tiene la ventaja de que no puede ser detectado por ningún radar norteamericano. Los Topol-M instalados tienen una ojiva nuclear cada uno, pero pueden llevar hasta tres con blancos independientes; mientras que la versión móvil instalada sobre un camión pesado, que se pronostica será funcional a partir del año próximo, llevará de cuatro a seis ojivas.

En la provincia de Saratov (región del Volga) se comenzó a montar la guardia de combate del cuarto regimiento de novísimos misiles balísticos rusos RS-12M "Topol-M". Está planificado que hacia el 2015, estos misiles constituirán el núcleo de las Tropas Coheteriles Estratégicas.

¿Por qué el rearme?

El objetivo "persuasivo" de estos pasos, según el Ministro de Defensa ruso es que "los nuevos sistemas balísticos Topol-M inutilizan toda clase de intentos de ejercer presiones sobre Rusia". Pero surge como interrogante si por el momento no será sólo un compás de espera mientras el gigante euroasiático pueda reactivar las energías de su histórico instinto expansivo y de dominación En cualquier caso, el avance en armamentos "preventivos" será de invaluable utilidad futura, aun cuando para tal empeño los ciudadanos rusos tengas que volver a ceñirse el cinturón "por el bien de la Patria".

Como parte del erróneo giro hacia Occidente, Rusia abandonó su otrora cadena de bases militares en el área de influencia obtenida por la URSS tras la Segunda Guerra Mundial. Casi de inmediato, comenzaron a surgir en el mismo espacio bases militares estadounidenses y de la OTAN.

El ahora latente tema de la retirada de las tropas rusas de Georgia parece ser otro punto de reconsideración del "desventurado" maridaje con Occidente. El quid de la cuestión no está lógicamente en el costo de la retirada, sino que Rusia considera los países de la CEI como zona de sus intereses nacionales y aspira a no seguir cediendo su influencia política, económica, cultural y militar en el espacio postsoviético, tomando como punto de partida las sacrosantas razones de seguridad, pero con evidente mira en otros horizontes.

En estos momentos se avivan las contradicciones en torno a este tema, lo que pudiera interpretarse como un botón de muestra respecto a las pretensiones y las posibilidades que tiene los pragmáticos del Kremlin.

Como parte de los entretejidos de este conflicto, en Rusia se reavivan los ánimos nacionalistas, sustentado ante todo, en las esperanzas de que Moscú revitalice su prestigio político-militar en el espacio postsoviético. Putin no puede dejar de tener en cuenta esta circunstancia, fuera cual fuera su opinión personal respecto a este diferendo y las salidas políticas que tenga.

Los intereses de varios actores internacionales, más allá de Rusia y Georgia, tienen un tablero de juego en esa zona. Pero EE.UU. se ocupa de Iraq, Oriente Medio y Afganistán y en ninguna parte logra imponerse, por lo que no puede dedicarle todas las energías que este asunto pudiera demandar. Lo que sugiere se asiste a un azuzar de tensiones más que al interés en la solución definitiva al tema. En realidad, tanto a los americanos como a los europeos les conviene en cierta medida que Rusia cumpla una determinada misión de mantenimiento de la estabilidad en el espacio postsoviético.

Pero la presencia rusa no se reduce al tema de las bases militares. Está en la agenda la cooperación en el ámbito de la energía y además, Rusia es para Georgia un natural mercado de sus productos agrícolas por estar ya ocupados los mercados europeos y otros, razones que en última instancia deben pesar en los cálculos de los georgianos.

Por otra parte, resulta llamativo el plazo de 11 años que Rusia propone para la retirada de sus tropas de Georgia, tiempo durante el cual paralelamente aspira a una apreciable recuperación económica, con la consabida influencia que en el área esto representaría. Otro sería entonces el dialogo sobre las bases militares si la persistencia rusa y la habilidad política de sus dirigentes permiten que el calendario de la retirada se extienda a tanto.

A modo de conclusión nos plateamos la siguiente interrogante ¿No será acaso que el rearme ruso, justificado ahora en garantizar su defensa, apunta en el mediano y largo plazo a otros objetivos y que el tema georgiano es sólo un botón de muestra? Lo cierto es que la historia de la bélica especie humana ha demostrado que las armas no se usan porque se tienen, sino que se fabrican para usarse.

arieldadiaz@yahoo.es