VOLVER A LA PAGINA  PRINCIPAL
Argentina: La lucha contin�a

Los pobres nunca son noticia en Argentina

Piquete en los medios

Javier Zemi
Rebeli�n

Corr�a fin de a�o, cuando el clima general se enrarece hasta que llegan las vacaciones. El odio ya bajaba a borbotones desde los medios. En un par de d�as los pobres pensaban llenar la plaza como tantas veces. Los medios ped�an muertos sin decirlo, como lo hab�an hecho en el 76, y antes y despu�s. No hablaban de otra cosa: �habr�a desmanes? Se le�a, se escuchaba que esas manifestaciones ser�an inevitablemente violentas, que si se junta tanto pobre y se lo enardece con bombos, todo termina mal.

Algunos de mis amigos ya cre�an lo que escuchaban. A pesar de discutir apasionadamente sobre los piquetes, nunca se hab�an acercado a una de esas protestas. Aquella tarde de la marcha llegu� a la plaza temprano, antes que la gran masa de gente. Me sent� de espaldas al r�o, sobre una placa que me permitir�a ver por sobre la multitud. Al rato empezaron a llegar. Primero se escucharon los bombos. De a poco se iban acercando. La imagen de los hombres con las caras cubiertas, unidos en un frente infranqueable por palos enormes, era imponente. Tras la primera l�nea se comenz� a ver la multitud. De fondo, la figura del Congreso recortada contra el cielo en un atardecer de nubes largas, de un rojo furioso, agregaba un toque apocal�ptico que estremec�a. V� c�mo un enjambre de fot�grafos se pon�an enfrente para registrar esa imagen una y otra vez desde distintos �ngulos.

La calle era un verdadero r�o. Un r�o lento, calmo, que avanzaba con bombos de fondo, pero en silencio. Nadie cantaba, nadie gritaba. S�lo la voz de una mujer que desentonaba por un altoparlante desde una camioneta vieja. Hab�a much�simas mujeres, much�simos chiquitos, viejos, hombres, adolescentes, chicas de doce a�os con canastas de pan casero, chicos y chicas de diecisiete con palos gruesos, beb�s... parec�an tristes. Estaban cansados. Se notaba que muchos se encontraban al l�mite de sus energ�as.

Estos son los desocupados, pens�. Toda esta incre�ble cantidad de gente no tiene trabajo. Ninguna de estas mam�s, ninguno de estos adolescentes, ninguno de estos hombres, estos viejos, tiene ad�nde mierda ir cada d�a para sentirse parte de este mundo. Y son miles y miles y miles y siguen llegando. �Qu� porcentaje de ese tanto por ciento de pobreza ser�n todos estos miles y miles de personas?

Pasaron unos cuarenta minutos. La plaza parec�a llena, pero el r�o de pobres segu�a corriendo, empujaba por todas las calles aleda�as. La Avenida de Mayo flu�a como una babosa, Diagonal Norte y Diagonal Sur se hab�an llenado tambi�n y corr�an en la misma direcci�n. La columna llegaba hasta el obelisco. El r�o no paraba, lento, silencioso. Nunca hab�a visto nada igual.

Casi todos llevaban una botella de pl�stico con agua, un abrigo atado a la cintura y zapatillas. Muchos ten�an remeras envueltas en la cabeza a modo de turbantes, con el calor de ese d�a no hab�a gorrito que alcanzara. Era casi igual que la procesi�n a Luj�n, s�lo que no ven�an a rogarle ni agradecerle a nadie. A mi lado, una mujer se sent�, exausta, en el cord�n de la vereda y comenz� a amamantar a su beb�. Se miraban mutuamente a los ojos, ella sonre�a. No me pod�a imaginar c�mo volver�a a recorrer las decenas de kil�metros que la separaban de su casa.

Un viejo muy arrugado y muy flaco me miraba fijo con la seriedad de un chico y el cansancio de los a�os, mientras esperaba en fila que la multitud avanzara. Le sonre�, pero no parec�o notarme. A su lado dos chicas de catorce o quince sosten�an una enorme pancarta mientras parloteaban como dos vecinas. De vez en cuando algunos oficinistas cruzaban toda la columna, charlando tranquilamente. Parec�an venir de un mundo irreal, inimaginable, pero la gente los ignoraba.

Despu�s de varias horas, la plaza volvi� a vaciarse como por arte de magia. Todo hab�a terminado.

Al d�a siguiente mir� los diarios. "Marcha piquetera: otra vez caos y demoras en la ciudad", dec�a un t�tulo sobre una foto de un hombre enmascarado y con un palo que parec�a caer sobre el edificio del Congreso. "Piqueteros coparon la ciudad". "Caos de tr�fico por desaf�o piquetero".

Otra vez, los pobres no fueron noticia. Las molestias ocasionadas a los no-pobres lo fueron. Est� claro por qu�. Los miles y miles de pobres, organizados y exigiendo en paz por lo que les quitaron, por el derecho a comer y vivir, por un peque�ito lugar en este mundo, no son noticia simplemente porque es una noticia que no les gusta a los que nos traen las noticias. As� se les niega, intencionalmente, el derecho de, al menos, ser noticia.

Si los medios quisieran mostrar la realidad de una marcha de pobres, mostrar�an c�mo esa marabunta est� compuesta por mam�s que no tienen qu� poner en la mesa, por hijos que se aguantan el hambre para no avergonzar a los padres, por amigos que se reparten la nada en pedacitos, por hermanos, por pap�s humillados, por abuelas y abuelos que ven c�mo sus nietos crecen en la miseria. Mostrar�an la historia de seres humanos viviendo en una situaci�n desesperante, denigrante. Mostrar�an la historia de personas que caminan kil�metros para reclamar pac�ficamente por lo que les quitaron.

Pero no quieren que Do�a Rosa vea eso. Quieren que vea una foto de encapuchados con palos. No importa por qu� necesitan capucha. Por qu� necesitan palos. Importa el miedo que la foto produce en Do�a Rosa, esa vieja est�pida a la que se dirigen los medios. As�, Do�a Rosa cree que la amenaza para el futuro de sus hijos son los piqueteros, y no el BankBoston, Mariano Grondona y Macri.

La estrategia es incre�blemente exitosa. Tiempo despu�s pude vivir lo que fue para m� la prueba m�s clara de la eficacia de este m�todo multimedi�tico. Fue cuando el tren Sarmiento, privatizado y subvencionado millonariamente, me llevaba como ganado hacia el oeste, e inesperadamente se detuvo. Parece que en momentos como ese, cuando un tren se para sin raz�n alguna entre dos estaciones por m�s de una hora, cuando la gente empieza a escupir su bronca para todos lados porque ya no aguanta m�s, es cuando brota con nitidez el inconsciente colectivo. Cuando todos somos Do�a Rosa.

Aquel d�a, mientras los due�os de los trenes se mor�an de risa dej�ndonos hermanados en una gigantezca masa transpirada (en sus palacios con aire acondicionado que les pagamos con cada boleto), cuando todos los que est�bamos ah� sab�amos que jugaban con nuestro hartazgo para recibir m�s plata nuestra desde el Estado, en ese momento, la gente empez� a putear. Cansada de maltratos despu�s de un d�a de maltratos en una vida de maltratos, esa masa de carne de cincuenta metros de largo puteaba para sobrellevar la bronca, y la espera. �A qui�n puteaba la gente porque el tren Sarmiento no arrancaba? Puteaban a los piqueteros.

������