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Latinoamérica

URUGUAY: FRENTEAMPLISTAS, BLANCOS Y COLORADOS

En su piso, en subida y en la lona

Marcelo Pereira
BRECHA

Por lo menos cuatro datos compiten por el primer plano, al analizar la elección de candidatos a la Presidencia realizada el 27 de junio: la alta abstención frenteamplista en Montevideo, la elevada votación del Partido Nacional (PN) en todo el país, la derrota de Luis Alberto Lacalle por la coalición alineada tras Jorge Larrañaga, y el bajísimo apoyo al Partido Colorado (PC).
Con miras a los comicios de octubre, los cuatro importan, aunque sólo los tres primeros sean noticia, y es preciso considerarlos junto con los primeros movimientos de las fuerzas políticas tras la votación, por lo que esas reacciones revelan sobre las perspectivas de cada candidato.


Ayer y hoy

Lo de los colorados fue lo menos sorprendente, pero igual impresiona, y nadie puede creer que la ausencia de una puja atractiva haya sido única causa de tan magra convocatoria, que no movilizó ni al presidente Jorge Batlle. El dato del domingo 27 se inscribe en una serie que muestra nítidamente al partido en la lona, sin avizorar aún el camino de salida, y con chance prácticamente nula para las elecciones nacionales.
Al considerar los sufragios en relación con el total de habilitados para votar (grosso modo, considerando que votó la mitad de los que lo harán en octubre*), veremos que el apoyo a listas del partido gobernante fue apenas del 7,5 por ciento, que Stirling tuvo cerca del 6,8 por ciento (porque fueron ínfimos, por separado y aun juntos, los votos a Alberto Iglesias, Ricardo Lombardo, Manuel Flores Silva, Eisenhower Cardoso, Gustavo Boquete y Jorge Ruiz), y que el sublema Foro Batllista con Sanguinetti ganó la pulseada interna con un 4 por ciento del total nacional de electores, que le dio holgada ventaja sobre el 2,7 por ciento del sublema Lista Quince.
En otros términos, sólo uno de cada 37 ciudadanos respaldó al sector político del presidente de la República. Hubo unos 142.500 votos a listas agrupadas tras la candidatura de Stirling, o sea menos que unos 145.000 a Lacalle en el PN, y bastante menos que unos 148.500 al Espacio 609 (EP-FA), encabezado por el senador tupamaro José Mujica.
Pero, ¿tiene sentido comparar votaciones, como se hizo en el párrafo precedente? Cada elector entró a una pieza donde podía elegir listas de Stirling, de Lacalle o de Mujica, pero éstos no competían entre ellos, por lo que mal puede uno haberle ganado a otro. Cotejar resultados de elecciones distintas, cada una con características diferentes, es un dato de validez escasa, aunque sin duda llamativo e impactante, y por lo tanto aprovechable, a veces con clara intención, como cuando se comparan los totales de votantes blancos e izquierdistas, o la suma de blancos y colorados con la de quienes votaron a Tabaré Vázquez.
Otras comparaciones, aunque puedan ser odiosas, no resultan ociosas. Se han realizado sólo dos de estas elecciones desde la reforma constitucional de 1996, pero esa escasa experiencia permite aventurar hipótesis y desconfiar de conclusiones apresuradas.
En las definiciones de candidatos presidenciales de 1999 y en éstas, la mayor cantidad de votos se asoció con tres factores: competencia polarizada y aparentemente pareja entre dos aspirantes, campaña que pese a eso fue 'civilizada', y percepción de que se definía el candidato que iba a disputar el gobierno con la izquierda. En 1999 esas tres características se presentaron en el PC, en torno a la puja entre el actual presidente de la República y Luis Hierro (que fue una forma del viejo pleito entre Batlle y Sanguinetti), y este año en el PN, con el enfrentamiento entre Larrañaga y Lacalle, que la mayoría de las empresas encuestadoras mostraron como un pleito entre fuerzas similares, pero terminó resolviéndose por un contundente dos a uno.
En cuanto a las conclusiones apresuradas, basta revisar la prensa de hace cinco años para ver que tras aquellas 'internas' cundió cierta desazón en la izquierda porque ésta no había alcanzado su objetivo de ser el partido con más votantes en la definición de su candidato (una meta que también fue planteada entonces, aunque con menos énfasis que en esta ocasión). En aquel momento algunos intentaron consolarse con el dato de que Vázquez había sido el candidato más votado (con un 24,9 por ciento del total de sufragantes, por encima del 20,3 de Batlle y el 16,1 de Hierro**).
De todos modos, el EP-FA llegó al primer lugar en las elecciones presidenciales de octubre de 1999, con 39 por ciento. Eso pareció un gran 'avance' en relación con el tercio de los votantes que había logrado en las 'internas' de hace cinco años, pero en realidad no era válido, como no lo es ahora, comparar desempeños en dos escenarios sustancialmente distintos.

Hoy y mañana

El PN votó muy bien. Los indicadores de esa realidad evidente son numerosos, y se ha mencionado con insistencia que pasó de 29 por ciento de los votantes en las 'internas' de 1999 a 41 por ciento en éstas (con un aumento absoluto de más de 60.000 votos). Pero es aun más elocuente la proeza de haber logrado en Montevideo unos 107.000 votos, muy pocos menos que los 116.000 acumulados en octubre de 1999, con voto obligatorio, por las listas blancas montevideanas. En escala nacional, hubo unos 430.000 ahora y cerca de 469.000 en las elecciones nacionales del 99.
Ante semejantes resultados, hay que suponer una movilización cercana a la totalidad de los identificados con el partido, o una recuperación considerable de apoyos, y parece probable que hayan jugado los dos factores, pero el primero en mayor medida que el segundo.
En la serie de encuestas sobre intención de voto para las elecciones nacionales de este año, el partido mostró un considerable crecimiento desde fines del año pasado, con la consolidación de la alianza contra Lacalle que encabeza Larrañaga, pero nunca se vio que tuviera, con miras a octubre de este año, apoyos cercanos al 40 por ciento del total de habilitados, sino más bien en torno a la cuarta parte o, con viento a favor, al tercio del electorado. Por lo tanto, hay fuertes indicios de que gran parte de quienes se sienten blancos fueron a votar el domingo 27 (acompañados por cierta cantidad, difícil de imaginar, de 'extrapartidarios'). Y el nombre de pila de una de las causas grandes es Luis Alberto.
No sería justo menospreciar la capacidad de Larrañaga para recrear entusiasmo en filas de su fuerza política, pero el aporte del Herrerismo al resultado global del PN fue doble: no sólo votó bastante bien (con 145.000 respaldos, no demasiado lejos de los casi 178.000 logrados en las 'internas' de 1999), sino que además convocó en su contra.
En la definición del candidato blanco de hace cinco años, todas las encuestas previas decían que Juan Andrés Ramírez no podía derrotar a Lacalle, y es probable que esa haya sido una de las causas de la baja votación dentro del PN. En esta ocasión, parecía que Larrañaga podía, y también que no iba a ser fácil: no parece descabellado que la suma de ambas apariencias fuera un factor convocante de primer orden. Y allí está uno de los problemas de Larrañaga a partir de la noche del domingo 27.
En el país hay deseos de cambio y de renovación, que son cosas distintas aunque suelan confundirse. Ambas aspiraciones sociales son causas poderosas de que Sanguinetti y Lacalle estén fuera de la contienda por la Presidencia de la República, aunque el primero haya preferido irse sin que lo echen, quizá soñando con volver sin que lo llamen. Pero el caso colorado muestra que cambiar de candidato no es lo único que la gente pide para confiar en una propuesta.
Larrañaga tiene por delante un largo camino, en cuesta arriba, desde el 13,5 por ciento del total de habilitados para votar que lo respaldó el domingo 27 hasta el 50 por ciento más uno necesario para instalarse en el Edificio Libertad. Para recorrerlo necesita, entre otras cosas, que una parte decisiva del electorado lo vea como alguien que, además de ser relativamente joven y relativamente nuevo en estas lides, representa la posibilidad cierta de un cambio de orientación en el gobierno.
Los derechistas lo van a votar contra la izquierda, aunque sea con menos gusto que a Batlle en 1999, pero eso no alcanza, y uno de los inconvenientes que debe superar quedó visualmente claro en la trasmisión televisiva de su primer discurso tras la victoria, en el hotel Crystal Palace. Detrás del ya candidato único aparecieron, sonrientes, rostros como los de Gonzalo Aguirre, Alberto Zumarán y Jorge Gandini, que no son precisamente los que un hipotético 'uruguayo medio' puede asociar con la renovación o el cambio. A ellos se sumarán tras Larrañaga, en octubre, Lacalle, Ignacio de Posadas, Jaime Trobo y muchos más herreristas. Y con suerte, en noviembre, Sanguinetti, Batlle y muchos más colorados. Es difícil que tantas personas conocidas pasen inadvertidas.
Desde ese punto de vista, la opción por Sergio Abreu como vicepresidente no parece un gesto contundente ni suficiente, y quizás expresa ante todo la gran influencia, sobre los principales dirigentes políticos del país y su entorno cercano, de un enfoque ideológico bastante desencarnado, con énfasis en el eje izquierda-derecha (y apuntando a la clave de conquistar el centro), en desmedro de la mirada sociológica sobre el eje que va de integrados a excluidos.

Ayer y mañana

Antes de que los profesionales y amateurs de la sociología organicen manifestaciones de apoyo, con esperanza de reconquistar espacios hegemonizados hoy por politólogos con o sin título, hay que explicar el sentido del párrafo anterior, que no se refiere a saberes académicos sino a maneras de mirar. Desde el punto de vista ideológico, es obvio, por ejemplo, que la izquierda uruguaya sólo puede crecer hacia el centro, y eso ha hecho. Pero al mismo tiempo ha crecido, en forma no menos evidente y en especial desde el primer ejercicio del gobierno de Montevideo, hacia los pobres y marginados, que no eran su base inicial. Y es frecuente que ese otro crecimiento incorpore, más que a electores con preferencias centristas moderadas, a personas que antes votaban a la derecha, y también a gente empobrecida hace poco que tiene muchos motivos para la furia, y tiende a responder en forma emotiva a planteamientos simples y directos.
Si algo muestra la historia electoral reciente es que se equivoca quien corra, alternativamente, tras el fantasma de la extinción de los colorados o de los blancos. La realidad es que ha disminuido la capacidad de convocatoria y de reproducción de la derecha, y que al mismo tiempo el voto contra la izquierda predomina con bastante facilidad, como en noviembre de 1999, sobre las enemistades históricas entre colorados y blancos.
El declive de los partidos llamados tradicionales se debe a décadas de consecuentes esfuerzos desde la izquierda para restarles y arrebatarles apoyo, con la invalorable colaboración de los gobiernos colorados y blancos. Esa larga guerra se ha librado en todos los planos, pero es ante todo social. En un tiempo se la llamaba, a falta de mejor nombre, lucha de clases.
Lo difícil es jugar en las dos canchas a la vez. En el frente 'social', por ejemplo, puede dar réditos un duro castigo a Larrañaga por su asociación con rancios representantes de todos los gobiernos hasta el presente; en el frente 'ideológico', en cambio, es probable que la agresividad hacia el candidato blanco sea mala para captar apoyo centrista.
En todo caso, da la impresión de que el peso predominante de una visión 'ideológica' y abstracta, con centro en el sistema de partidos, explica lo que se ha llamado un creciente divorcio entre ese sistema y 'la sociedad'. Como también puede explicar en buena medida, a la inversa, el poder de convocatoria del senador Mujica.
En todo caso, y volviendo a Larrañaga antes de seguir con la izquierda, se puede pensar que la visión de Abreu como una figura política netamente distinta y electoralmente preferible a Luis Alberto Heber corresponde, sobre todo, a una elite de personas interesadas profesionalmente en la política, que tienen gran peso como formadores de opinión.
La influencia de ese enfoque desarraigado se hace sentir entre los liderados por Vázquez, y es posible que sea en parte responsable de que hayan comprado un problema al pretender, explícitamente, llevar multitudes a una 'interna' sin incógnitas (Vázquez no tuvo competidores, y estaba clarísimo que ganaba el Espacio 609), en el marco de una campaña que apuntó a fortalecer el Interior (postergando la movilización en la plaza fuerte montevideana) y que a veces pareció presidida por la poco entusiasmante consigna 'vótennos tranquilos, que no va a pasar nada'.
La situación de la izquierda está muy lejos de ser dramática en términos numéricos, ya que votó mejor que en la interna de 1999, en términos porcentuales y absolutos, pero se vive, por lo menos coyunturalmente, como un impacto adverso, que quizás encubra malestares más profundos y justificados.
Nadie puede pensar que el apoyo a Vázquez en Montevideo equivale al 24 por ciento de los habilitados para votar que lo respaldaron el domingo 27. Lo que realmente vale la pena analizar es la ubicación exacta de ese agujero en la capital, que hizo descender el porcentaje general de votación, en relación con las internas de 1999, porque muchos de los que piensan votar al Frente en octubre no usaron la credencial. Cuando el procesamiento de los datos indique si esas abstenciones se concentran en algunas zonas, o en algunos tramos de edad, será posible hilar más fino. Por ahora, quizás sea positivo para la izquierda percatarse de que es favorita ma non troppo, siempre y cuando eso no la enloquezca.
Por lo pronto, los aspirantes a ser una nueva mayoría son los que han dado señales más claras de que comprenden la importancia de cuidar a sus propias minorías. En el PC, la designación como candidato a la vicepresidencia de Tabaré Viera avasalla al quincismo, y en el PN la opción por Abreu margina a los herreristas. En cambio, Mujica expresó su voluntad de que se fortalezca en la izquierda 'un espacio moderado', que sea interlocutor y convocante de la clase media urbana, a partir de lo que representan la lista 77 de Mariano Arana, la 738 de Rodolfo Nin y la 2121 de Danilo Astori. El senador tupamaro dijo que a su sector 'no le da la nafta' para hacerse cargo de esa apelación (y postuló implícitamente que tampoco puede realizarla el Partido Socialista). Fue un tipo de razonamiento que no suele formularse en voz alta en ningún partido, y quizá revele un factor diferencial clave en la contienda por el gobierno nacional.

Notas:
* Los registros históricos muestran que la participación en las elecciones nacionales con voto obligatorio ronda el 90 por ciento de los registrados en el padrón electoral, o sea el doble que en la votación del domingo pasado.
** El domingo 27 Vázquez volvió a ser el más votado, otra vez sobre dos candidatos del mismo partido, ya que tuvo el 43 por ciento del total de votantes, contra un 27 de Larrañaga y un 13 de Lacalle.