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Argentina: La lucha continúa

La fábrica de cucos

Barrocos en lo que hace al odio, el crimen y la perversión, los represores y genocidas nunca tuvieron muchas luces intelectuales en Argentina.
Siempre necesitaron de creativos y de escribas para justificar dictaduras y terrorismos.

Mario Burgos
Partido por la Victoria del Pueblo

El 27 de junio, a dos años de los asesinatos de Darío y Maxi y a un día del asesinato del Oso Cisneros, Ricardo Kirschbaum pontifica desde el diario Clarín:
"...La dinámica de las movilizaciones tuvo siempre esa raíz pero ahora, a la luz de las declaraciones de sus dirigentes y de quienes se distinguen a favor o en contra del Gobierno, ya nadie puede disimularlas como una protesta social. Es una concepción y una estrategia.
Refiriéndose al fenómeno social que fue capaz sostener convivencia, organización, cultura productiva y lazos democráticos entre millones de argentinos excluidos por el Estado y los grupos económicos más concentrados, Kirschbaum redobla su ataque al piquete: "...buscan un levantamiento popular para llegar al poder. No es la primera vez ni la última que se expresa ese objetivo, desechando el sistema electoral como vía legal para alcanzarlo. No importa que la sociedad argentina haya elegido el sistema democrático para vivir y elegir a sus gobiernos y representantes (…) Ocupación de empresas, dominio de la calle, certeza de que no hay otra verdad que la de sus consignas. Cualquier razón institucional es un obstáculo: la protesta vive su propio mundo y reconoce sólo sus valores. Así se acerca a la provocación.

Sacerdote de la mediocracia incomunicativa, Kirschbaum reconoce la situación de disputa que hoy se vive en Argentina y arrima argumentos para que los beneficiarios de las privatizaciones, el desmantelamiento productivo y la entrega del país no sean amenazados por el cuestionamiento, la movilización y la unidad incipientes del pueblo. La demonización busca profundizar el aislamiento y ambos abonan la descarga de una fuerza que hoy no puede producirse porque como bien dice el presidente Kirchner "el gatillo fácil no puede responder a la protesta social"

No es la primera vez, aunque los nombres cambien

A fines de los ´60, decenas de miles de trabajadores argentinos vislumbraron la posibilidad de definir y decidir en qué modelo de país vivir.
Hijos de obreros calificados, en su mayoría habían egresado de escuelas secundarias, técnicas y –en algunos casos a la Universidad, para incorporarse como mano de obra de grandes plantas productivas.
Ejecutores de la explosión productiva que acompañara a la industria sustitutiva metalmecánica y se extendiera a la petroquímica y la incipiente electrónica, tenían también ante sus ojos los límites que fijaba la dependencia y un empresariado voraz, forjado en la mentalidad oligárquica de alta explotación, baja reinversión local y autoritarismo.
Herederos de la experiencia peronista, un sindicalismo casi centenario en le que no estuvo ausente el vandorismo, conocían los límites de la lucha salarial y de la importancia del Estado a la hora de las grandes y pequeñas transformaciones.
Curtidos en la lucha contra la dictadura 66 /´73, estos trabajadores -de los que ya casi no se habla- conocieron el valor de la movilización y la democracia directa, de la ocupación de las plantas productivas y la continuidad de la producción, aún en el conflicto.
Ya en el ´73, mientras las multinacionales fueron cerrando filas con las FFAA y las diversas caras de la derecha política y los paras (militares, policiales, matones de la burocracia), el fenómeno insurgente va siendo aislado en medio de una sociedad atemorizada por las 3 A, la matanza de Ezeiza, la fractura del peronismo y los límites de una democracia que había prometido en vano dejar atrás décadas oscurantismo, persecuciones e injusticia.
Pero la destrucción de la guerrilla no alcanzaba. La globalización -que echaba sus raíces a mediados de los ´70- necesitaba lanzar el desmantelamiento del Estado. Redisciplinar a los trabajadores a la medida del proceso de concentración económica y productiva, la desocupación, la caída salarial y la desnacionalización que sobrevendrían. Para eso había que desterrar viejas creencias; la solidaridad social, el nacionalismo, la cultura del trabajo, propios del Estado de bienestar, debían dejar paso a la cultura de la especulación, el sálvese quien pueda, "caramelos igual a acero" y "en algo andaría" fueron frases paradigmáticas de estas transformaciones.
Si fue complicado aislar a la guerrilla , más difícil era ir contra masas de trabajadores organizados en cuerpos de delegados, coordinadoras zonales, sindicatos recuperados. Aislarlos de los sectores medios con los que existían hasta lazos familiares. Aislarlos de pequeños y medianos patronos que crecieron a la sombra de su capacidad productiva y su lucha por el desarrollo nacional.
Faltaba un argumento ideológico que viniera a sumarse al terror, para instalar en miles de cerebros si no la necesidad, al menos la inevitabilidad del golpe.
Y el argumento fue creado: a mediados de 1975 un referente político de primera línea acuña un concepto: "guerrilla industrial". Todos los males que sufría la democracia tenían origen en la insurgencia enquistada en las fábricas, que amenazaba la propiedad privada, que pretendía alterar nuestro modo de vida, socavar la democracia y empujaba al país a la dictadura. Una idea no alcanza para sostener al terrorismo del Estado, pero esta primera teoría de los dos demonios fue la matriz ideológica para la detención y asesinato de cientos de dirigentes obreros en los últimos meses de María Estela Martínez, para justificar el golpe del 4 de marzo y su secuela de secuestro, tortura y asesinato a decenas de miles de compañeros desde el ´76 al ´83.
25 años después, con partidos desprestigiados y referentes caídos en desgracia en la opinión pública, algunos medios de comunicación vienen a sustituirlos en su acción para dividir al pueblo y demonizar sus mejores experiencias. Lejos del legado de Moreno, Walsh, Cabezas, Kirschbaum hace la de los escuálidos en Venezuela. Ataca a los sectores más dinámicos del pueblo para impedirnos que avanzar en la concreción de un país que sustituya al modelo de exclusión y dospojo que se niega a sucumbir.
Quienes trabajamos en el seno del pueblo tenemos que hacer la nuestra: unidad, verdad y construcción de una Argentina para todos.
Mario Burgos

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Hay que respetar el sistema

por Ricardo Kirschbaum -

EDITOR GENERAL DE CLARIN - 27 de junio de 2004


La escalada piquetera pasó decididamente al terreno político, a la disputa efectiva del poder. La dinámica de las movilizaciones tuvo siempre esa raíz pero ahora, a la luz de las declaraciones de sus dirigentes y de quienes se distinguen a favor o en contra del Gobierno, ya nadie puede disimularlas como una protesta social. Es una concepción y una estrategia.
Uno de sus más promocionados dirigentes lo ha dicho con todas las letras: buscan un levantamiento popular para llegar al poder. No es la primera vez ni la última que se expresa ese objetivo, desechando el sistema electoral como vía legal para alcanzarlo. No importa que la sociedad argentina haya elegido el sistema democrático para vivir y elegir a sus gobiernos y representantes.
Esa meta, según la visión de esos sectores, no está tan lejos. Y esa presunta cercanía, producto de un análisis reduccionista y mecánico, azuza la escalada. Ocupación de empresas, dominio de la calle, certeza de que no hay otra verdad que la de sus consignas. Cualquier razón institucional es un obstáculo: la protesta vive su propio mundo y reconoce sólo sus valores. Así se acerca a la provocación.
Kirchner ha dicho que no reprimirá. El cumplimiento de la ley, deducen en la Rosada, es reprimir. Es un riesgo que apunta al agotamiento y aislamiento de los más duros. Hasta ahora esa táctica levantó críticas por la inacción. Y ese vacío, difícil de llenar, se cubre con una policía sospechada que, además, no sabe si es auxiliar de la Justicia o apéndice del poder.
Los partidos políticos, ante esto, son observadores pasivos de la situación. Más aún: hay utilización de sectores piqueteros en la lucha política. El cumplimiento de la ley no es un capricho ni una conveniencia circunstancial. La credibilidad en el sistema no se recupera si el sistema no se respeta. Es hora de que todos lo entiendan.

Ud puede contestarle a rkirschbaum@clarin.com