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Argentina: La lucha continúa

Pensar un nuevo tiempo de luchas populares

Claudia Korol

Después del acto artístico realizado en Plaza de Mayo, con el que el gobierno de Néstor Kirchner celebró su primer año, vale la pena volver la mirada, no tanto sobre los hechos del gobierno -de los que se ha hablado a favor y en contra en estos días en abundancia- sino sobre la situación en que se encuentra en esta coyuntura el movimiento popular y sus posible desafíos.

Es evidente que el gobierno ha logrado modificar el clima político existente en amplias franjas de la población. Una parte significativa de la misma ha pasado del rechazo a las políticas y a los políticos neoliberales, a la creación de una nueva expectativa. No es que hayan cambiado las condiciones de hambre y miseria, de exclusión y explotación que generaron el malestar que se transformó tan sólo dos años atrás en rebelión. Pero la asistencia social a través de los planes jefes y jefas de hogar, la distribución de algunos créditos para microemprendimientos, y un discurso que retoma la retórica peronista tradicional de confrontación con las multinacionales, de defensa de "lo popular y nacional", más gestos concretos realizados en el plano de los derechos humanos, crean la ilusión de que es necesario "esperar" una vez más, porque "ya vendrá el tiempo de "despegue".

Esta sensación se fortalece por la prédica de algunos movimientos que -con una trayectoria indiscutible en el campo de la resistencia como la mayoría de los organismos de derechos humanos o varios movimientos piqueteros- generan expectativas en el gobierno, acompañan varias de sus iniciativas, y han disminuido o directamente eliminado la crítica de sus posiciones.

La formación de consenso para asegurar la gobernabilidad del bloque de poder es una tarea ardua; dado que la aplicación a rajatabla de las políticas neoliberales ha golpeado la credibilidad del sistema político y llevó hasta niveles muy altos la crisis de representación. La alianza política en el gobierno -sostenida básicamente en el aparato partidario justicialista comandado en los hechos por Eduardo Duhalde- ha venido intentando reconstruir la gobernabilidad, a partir del 26 de junio del 2002, cuando la represión sangrienta en el Puente Pueyrredón generó un movimiento defensivo en el movimiento popular, sobre el cual se desplegó una fuerte inyección de asistencialismo. A esto se le agregó, a partir de la asunción de Kirchner, la fractura de una parte de los movimientos que eran parte de la resistencia, que asumieron políticas activas de apoyo al gobierno. La cooptación de franjas del movimiento social y político por parte de las políticas de Estado, no es una novedad en la experiencia peronista, como tampoco es nuevo que se crea ver en política populistas, proyectos de liberación nacional y social. Una y otra vez en la historia argentina, corrientes de izquierda y combativas se ubican como fuerza de apoyo de políticas comandadas por la burguesía. Y si bien nadie puede equivocarse al caracterizar los compromisos con el bloque de poder del socio fuerte de la alianza, Eduardo Duhalde; tampoco resulta muy difícil, para quien tenga interés en conocer al clan gobernante, averiguar sus vínculos con las petroleras, con las empresas pesqueras, fuertemente consolidados durante la gobernación de Santa Cruz. No es tan complicado identificar que más allá de la retórica nacionalista, se sigue avanzando en las políticas de acuerdo con el FMI, el ALCA, la aceptación de las maniobras militares conjuntas con los EE.UU. y ahora incluso el envío de una fuerza que consolide la maniobra norteamericana en Haití.

Confundir la batalla que Kirchner-Duhalde vienen librando contra el menemismo en todos los terrenos (poder judicial, fuerzas armadas, estructura política, poder económico) -imprescindible para las franjas del PJ que pretenden ahora constituirse como las nuevas caras de la política- con un proyecto nacional y popular, es al menos ingenuo. Pero esta posición debemos analizarla en el marco de un déficit más profundo que acarrea el movimiento popular, que es el de definirse más en relación a las políticas del poder, que a sus propias demandas.

¿A qué me refiero? Si hablamos de un movimiento piquetero o de una central de trabajadores, lo que debiera ser la base fundamental de sus políticas, se relaciona con las necesidades de la base social que lo constituye. Es desde el combate a la exclusión, en la pelea por el trabajo digno, que nacen los programas que -para ser consecuentes- debieran poner en el eje de la discusión nacional: el no pago de la deuda externa, la reestatización de las empresas privatizadas, y su gestión obrera y popular por parte de los trabajadores y consumidores, el rechazo a las políticas de judicialización de la protesta social, el No al Alca, el rechazo al envío de tropas argentinas a Haití, entre otros posibles puntos que hacen realmente a las posibilidades de recuperar la soberanía popular y nacional.

Aceptar la lógica de "lo posible" para avalar políticas de sumisión a las presiones imperialistas, es continuar dando cheques en blanco para un sistema que se ha quedado sin caja chica.

El otro polo del debate, se plantea con aquellas posiciones políticas que, desde la izquierda, no encuentran manera de sostener la vitalidad de su proyecto político, porque actúan también desde la definición principal en relación al gobierno -en este caso la oposición-, más que en la construcción perseverante de sus demandas, uniendo los reclamos programáticos con una política que genere autonomía, iniciativa, libertad, emancipación, generando una nueva cultura política, nuevas relaciones de poder, en la base de los movimientos populares y de su experiencia concreta.

Quizás habría que pensar que, más allá de las definiciones de unos y otros, los dramas angustiantes de nuestro pueblo continúan agravándose. La multiplicación de la asistencia social a traves de los planes, va volviendo estructural la miseria, y el trabajo genuino no aparece. En este marco, entiendo que algunos de los desafíos principales que tenemos en los movimientos populares, se encuentran en:

La capacidad para continuar generando políticas de sobrevivencia, en cuya organización no se agote el proyecto popular, sino que sea el primer paso de una articulación de relaciones sociales que vaya más lejos en el cuestionamiento del sistema.

La capacidad para construir, en el marco de estos proyectos, una nueva cultura política, opuesta a la cultura que refuerza la dominación. En tal sentido, entiendo que los proyectos de organización popular en la base -economías solidarias, comedores comunitarios, centros de alfabetización, centros de cultura popular- son el lugar ideal para cuestionar las relaciones basadas en la competencia, en el lucro, en los valores del mercado; e ir inventando relaciones basadas en la solidaridad, en la ayuda mutua, en la cooperación, en el desarrollo integral de los que participan de esos proyectos.

La necesidad de fortalecer en todos los movimientos la formación política, que permita trascender las capacitaciones meramente técnicas e interesadamente despolitizadas, para dar herramientas que permitan la comprensión y la transformación del mundo que habitamos.

La urgencia de poner en debate, en ese marco, las relaciones de género, que en muchos movimientos, siguen reproduciendo formas de opresión inaceptables para quienes intentamos ser parte de una nueva manera de vivir los sueños en nuestro presente cotidiano.

La posibilidad de ir forjando, en estos procesos, con la ayuda de la educación popular, nuevos intelectuales orgánicos de los movimientos populares, integrados plenamente a sus búsquedas, a sus esfuerzos transformadores, a sus sueños; y que sean activos en la constitución de los mismos movimientos como intelectuales colectivos. Tratar de superar, en este nuevo tiempo de luchas populares, la fragmentación entre el pensar y el hacer, entre los que definen las políticas y los que constituyen su base de operaciones.

6. Finalmente, entiendo que todos los puntos anteriores son posibles, si insistimos en la política callejera, si no nos replegamos en nuestras propias quintas -por más difícil que resulte-. Si logramos mantener la mirada en el horizonte, aunque a veces sintamos que se nos mueva el piso. Es decir, todos los proyectos inmediatos, necesarios para la creación de un nuevo impulso movilizador, no pueden agotarse en sí mismos. Tenemos que seguir tendiendo los puentes que nos permitan conocernos, generar confianza, luchar juntos, para que la batalla continúe, para que nuevos valores y nuevas utopías sigan inspirando nuestras vidas cada día.