VOLVER A LA PAGINA  PRINCIPAL
Argentina: La lucha continúa

Aportando a un fundamental debate

No habían terminado los ecos del 24 de Marzo con las masivas concentraciones que exigieron justicia y castigo para los militares genocidas, cuando un aberrante hecho conmovió a todo el país: el secuestro, tortura y asesinato de Axel.

Nora Ciapponi

Axel, sabemos, no fue el único. Existe una larga lista de muertos o mutilados que lo precedieron. Otros, secuestrados o muertos por gatillo fácil, después de años, siguen sin obtener justicia o no aparecen porque ni siquiera son buscados. Los familiares, vecinos y amigos reclaman sin ser oídos, mordiendo el dolor y la bronca.
La muerte de Axel Blumberg culminó en una masiva concentración y acción de millones de personas, la que fue alentada y apropiada, por reconocidos medios de reaccionaria postura, los mismos que niegan espacios a humildes familiares que perdieron a sus hijos, los que condenan la protesta social de los desocupados o que siguen justificando el genocidio. Así, distintas miradas y propuestas para resolver el tema inseguridad, ocupan las páginas de los diarios y los canales de televisión, en un intento rápido y coercitivo para que se voten sin más dilaciones las medidas que el petitorio impulsado por el Señor Blumberg (distribuido y firmado por millones de personas), exige medidas facilistas de mano dura para los delincuentes, pero deja en pié a los verdaderos responsables del delito.
Opinamos como el Señor Blumberg que lo que más molesta a políticos y gobernantes es que la gente salga a la calle a exigir, y que por tanto ello representa el arma más poderosa que tiene un pueblo. Pero también estamos convencidos que es necesario marcar a fuego y sin tapujos, a los verdaderos responsables de la destrucción a que estamos sometidos, evitando de esta manera caer en trampas de quienes una y otra vez burlan y/o diluyen nuestros reclamos en interesadas y corruptas instituciones, o de aquellos que alientan la división social para proponer soluciones de fuerza. De ambas experiencias hemos bebido y obtenido rotundos fracasos, lo que pone al rojo vivo la necesidad de encontrar -de manera colectiva y sin otro interés que el bien común- las propuestas para un proyecto de país y de sociedad radicalmente distintos al que hoy tenemos.

La impunidad de los poderosos

Hace más de 25 años se inició una destrucción imparable en el país, la que fue enarbolada por Martínez de Hoz como vocero, cuando dijo que había que 'acabar con las chimeneas'. Miles de trabajadores, profesionales, científicos y estudiantes fueron asesinados para imponer el plan económico neoliberal que hoy sufrimos. Así comenzó a extenderse el cementerio fabril y la desocupación, la entrega del país y la especulación financiera.
A pesar de las luchas y esperanzas de nuestro pueblo, con el advenimiento de la democracia nada cambió sustancialmente. Por el contrario, nuestro país fue pionero en la entrega de sus recursos y empresas, de acumulación de deuda, de miseria y analfabetismo hasta llegar a los niveles que hoy conocemos.
Paralelo a la destrucción creciente, y sin otra regla que el 'todo vale' para el despojo, fueron formándose entramados mafiosos (asociaciones ilícitas) que se apoyaron en instituciones como la Policía, FFAA, políticos, jueces, empresarios, traficantes de drogas, barras bravas, autoridades carcelarias, dueños de desarmaderos, negocios de venta de armas, con métodos que no ahorran ajusticiamientos para cobrar cuentas o el silencio.
Ahí están Ramallo, Santiago del Estero, San Luis, Catamarca, Belsunce, la venta de armas, las cuentas en Suiza, el caso Bru, el joven tirado al río y tantos otros abusos de poder en festicholas que violaron y asesinaron jóvenes mujeres.
Pero también están los que mandan agua contaminada; los que roban el alimento y ropa donada; los que ocultan los muertos que se llevó el agua; los que trafican con la miseria de los que no tienen trabajo; los que mantienen en negro al 45 % de los trabajadores; los responsables de que los niños mueran de hambre o dejen de ir a la escuela; los que exaltan el consumismo por encima de los valores humanos invitando a delinquir; los que hicieron todo tipo de negocios espúreos; los que matan y amedrentan por portación de cara; los que hacen de la droga su gran negocio; los que se apoyan en la miseria social para encontrar presas fáciles para el delito...
Todos ellos están libres, no son investigados, y gozan de buena salud. Y lo que es peor, no son individuos aislados, sino verdaderas asociaciones que apelan a cualquier variante del delito como forma de obtener ganancias.

Un debate que encuentre causas y responsables

El tema seguridad no podrá resolverse fácilmente, ni por sí mismo, como tampoco a través del aumento de penas que fortalecen la fragmentación social, la represión creciente a la juventud, como amenazarán inevitablemente el derecho a la protesta social.
A diferencia del Señor Blumberg, (que pide que se discuta menos y se haga más) consideramos que es necesario acallar a los medios y a las instituciones para abrir un democrático y profundo debate en la sociedad sobre las causas que engendran el delito y lo multiplican, porque ello permitirá no sólo encontrar colectivamente las respuestas, como asumir el compromiso de la mayoría social para llevarlas adelante, evitando así llegar a situaciones límites que hoy sólo algunos pocos desean y buscan.
La importante acción colectiva que se ha iniciado vuelve a mostrar el inmenso poder existente en la sociedad. Sus repercusiones son múltiples y contradictorias, como han puesto en vilo al gobierno y a las instituciones policiales, parlamentarias y de Justicia, mostrando que el profundo descreimiento de la sociedad no ha logrado cerrarse. Pero con más razón entonces hay que reflexionar sobre todos los pasos y medidas a dar, separándonos de quienes con ocultos intereses buscan repetir épocas negras ya vividas, de quienes sanamente tratan de encontrar responsables y soluciones colectivas a los flagelos sociales que nos corroen.
Y es un hecho que el grado de mafias que se sustentan en el deterioro social y se recrean en la absoluta impunidad de las instituciones, exigen, más que nunca la participación y control activo de la mayoría de la sociedad.

Duros castigos a los responsables

Las duras penas para policías de gatillo fácil que se cobran la vida de jóvenes inocentes, o de quienes utilizan la institución para realizar todo tipo de delitos, (al igual que jueces, políticos y funcionarios corruptos), deben tener el más severo castigo. De lo contrario, seguirán llenándose las cárceles de 'perejiles', muchos de los cuales caen por pases de factura o purgas, para terminar 'suicidados' en superpobladas y nauseabundas cárceles.
Una clara señal para toda la sociedad (y también para la delincuencia) representaría sin dudas, ver de una vez presos y con duras condenas, también políticas y sociales (para impedir que vuelvan a ejercer la función pública), a quienes utilizan el poder que les otorga la institución (sea Judicial, Policial o gubernamental) para programar y ejecutar ilícitos como apadrinar delincuentes. Hasta el momento, ello está ausente de todo reclamo, impidiéndose así que los familiares de las víctimas, sus amigos, vecinos y la comunidad toda, ejerzan el pleno derecho a la investigación sin ningún tipo de obstáculos que permita condenarlos con la mayor dureza.

Control vecinal y social

Pero tenemos además frente a nosotros, la responsabilidad de asumir tareas que hemos venido delegando en gobiernos e instituciones que están lejos de trabajar para el 'bien común'. Nada se logrará con el pase a retiro de algunos uniformados cuando la gangrena de la delincuencia está instalada en las propia institución policial. Se necesita por tanto, que organicemos asambleas o consejos de vecinos para realizar un control social directo sobre las comisarías, exigiendo que quienes nos custodien por ejemplo, sean los propios policías del barrio, única manera de comprobar su integridad y honestidad. También para elegir por voto y revocar cuando sea necesario, a los Comisarios, quienes son hoy los que más gozan de absoluta impunidad y componen mayoritariamente, la famosa 'corporación para el delito'. Ello implica investigar sus antecedentes, conocer la relación con sus subordinados, el tratamiento que se dá a los detenidos que evitarían los miles de casos Bru o Bulacio.
Y si estamos convencidos que la mayor causa del flagelo es la miseria y la destrucción social que vivimos cuyas principales víctimas son los jóvenes que no tienen opción de trabajo ni estudio,
¿Por qué no exigir que en las escuelas de todos los barrios pobres, o en centros especiales de formación y cultura, se dicten talleres de oficio, actividades culturales y se reinstale el deporte?
¿Por qué no reclamar que las escuelas técnicas que hoy tienen desmantelados sus talleres vuelvan a funcionar plenamente y tengan el servicio de comedor?
¿Por qué no se puede implementar un plan de becas -controlado por vecinos, docentes y trabajadores sociales- para la asistencia de todos los niños a la escuela?
¿Por qué no exigir que se reabran las salas de salud y se realicen controles nutricionales domiciliarios?
¡Ni un solo peso para dar mayor poder a la corrupta policía!, ni para destacamentos especiales de represión que el gobierno está discutiendo implementar, cuando estas y otras elementales necesidades que debe discutir la comunidad, deben ser puestas ya en funcionamiento para avanzar en los cambios de fondo que necesitamos producir.

Una amplia y extendida inseguridad

Hace pocos días en un reportaje, el Señor Blumberg decía que quienes trabajan deben ganar bien para ir a un cine y disfrutar. Y tiene razón. Pero desgraciadamente, hoy son millones los que están muy lejos de poder hacerlo. Jóvenes y niños, que enterrados en sus barrios pobres no conocieron nunca un cine, como tampoco zoológico. Por esa razón el derecho al trabajo como a condiciones laborales y de vida dignas deberían representar las principales demandas de la movilización que el Señor Blumberg inició. Porque las causas profundas que sustentan la delincuencia como tenderán a aumentarla, tiene sus profundas raíces en una criminal distribución de la riqueza (aunque ello no sea considerado delito), acompañada por una extendida inseguridad que corroe y destruye a la amplia mayoría de la población y sus familias: la inseguridad económica, laboral, social y cultural, con consecuencias más que dramáticas para millones de jóvenes que no ven otro futuro ni presente. Muchos de ellos, con profundo resentimiento, no repararán -para delinquir- en penas ni castigos, ya que -dramáticamente- tienen un alto desprecio por sus propias vidas.
Sólo atacando las causas como condenando a sus responsables entonces, podremos asumir el compromiso de luchar por todos los hijos de nuestra sociedad y por el futuro.