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Argentina: La lucha continúa

Contra los grandes medios porteños, sus plumíferos y amanuenses

La sensación de inseguridad pública

TEODORO BOOT

Los grandes medios de comunicación creen y han hecho creer a la población y a las propias autoridades que el combate contra el delito violento en Capital y Gran Buenos Aires es el tema más importante de la "agenda" del gobierno nacional. Se trata de una grave tergiversación producto de un equívoco básico: pensar que los grandes medios de comunicación son nacionales cuando en realidad su visión y cobertura de noticias son apenas "municipales" o, más exactamente, metropolitanos, por aludir de algún modo al enorme conglomerado que conforman la ciudad y los partidos bonaerenses aledaños.
Es así que desde que gracias al cable sintonizan todos los canales abiertos de Buenos Aires, las señoras de los pequeños pueblos del interior han dado en echar llave a las puertas y poner rejas en ventanas por las que nunca entró ni entraría nadie.
Seguramente se deba al interés morboso que despierta todo hecho de sangre, sumado a la competencia entre los medios y a la baja calidad de los noticiosos y programas seudo periodísticos, convertidos en la simbiosis New Age de "Así Ocurrió" con "Radiolandia"; el caso es que los grandes medios de comunicación –particularmente los televisivos– han contribuido a crear, no ya en la región metropolitana, sino en todo el país, una acusada sensación de inseguridad pública.
¿Cómo se logra esto? Es sencillo: mediante la repetición, técnica extraída de la publicidad, hija a su vez de la propaganda política. Fueron los regímenes autoritarios, particularmente el estalinismo y el nazismo, quienes llevaron la propaganda política a su más alta expresión. Dicho sea de paso, por lo general los grupos autoritarios han aprovechado la sensación de inseguridad pública para imponer el "orden", vale decir, el arbitrario ejercicio de su autoridad.
¿Cómo es ese mecanismo con el que, suponemos que inconscientemente, los medios, particularmente audiovisuales y orales, llevan a cabo ese ejercicio de la repetición como instrumento de la sensación de inseguridad pública?
Pongamos por caso un delito violento, una violación, un asesinato o un secuestro extorsivo. En la prensa escrita, merece una nota en la sección policiales o, en tren de sensacionalismo o por falta de noticias, en la primera plana. Pero siempre es una nota, más o menos extensa, más o menos destacada, en cada diario, y nadie, excepto los periodistas y políticos, lee todos los diarios. Por otra parte, la noticia escrita "ya pasó", lo cual establece cierta distancia entre el lector y el hecho. No ocurre lo propio con la televisión, que produce la sensación de que eso que pasó, está ocurriendo en ese momento, y en todos. De ahí que un periódico no pueda repetir la misma noticia en todas sus páginas mientras la televisión reitera la misma noticia, en "vivo" (como si eso fuera posible), en todos los horarios y a lo largo de varios días. Y si a esto le sumamos que el público suele ver todos los canales y no solo uno, y que todos reproducen ese mismo mecanismo de repetición, aquel delito, aquel asesinato o violación, se transforma en cien asesinatos, en cien violaciones, en cien secuestros extorsivos, siendo que en realidad siempre se está hablando de un mismo hecho.
Obviamente, si un asesinato perturba, cien asesinatos aterran.
Pero la repetición no es el único recurso para crear ese sentimiento de inseguridad pública: se cuenta también con la manipulación de datos, el ocultamiento y el modo en que se presenta una noticia. Por ejemplo, cuando los cronistas de policiales, devenidos en modernos y semianalfabetos catones, anuncian que los secuestros extorsivos se han duplicado anualmente en los últimos años, escamotean al conocimiento público el hecho de que en similar proporción han descendido otra clase de delitos violentos, como los asaltos a bancos o los robos de automóviles.
Este "olvido" deja instalada la sensación de que el delito se incrementa descontroladamente, siendo que en realidad, cambia de modalidad. Por no mencionar el reiterado anuncio del incremento de las violaciones. Si esto fuera efectivamente así, estaríamos en presencia de un grave caso de perturbación mental colectiva, lo que, en principio, deberíamos desestimar: se trata de que aumentan las denuncias, por el simultáneo aleccionamiento de la población para que las efectúe, y de los policías, para que no actúen como imbéciles, maltratando a las victimas.
El bombardeo de noticias alarmantes, tratadas de modo sensacionalista, que sufre la población no parece ser fruto de una campaña orquestada con el propósito de meter miedo y hacerle clamar por la intervención de las "fuerzas del orden", pero, si la evidencia de que son las propias "fuerzas del orden" las principales causantes del "desorden" no fuera tan contundente, ese sería el efecto, y no falta quien lo promueve a conciencia y de modo calculado.
Sin embargo, en la mayoría de los casos, el motivo es banal: una simple cuestión de rating y la competencia entre los distintos medios por capturar la atención del morbo público ha convertido a los noticiosos en monografías sobre el crimen y a los periodistas en detectives expertos, adalides de la justicia y aldabones de la vindicta pública.
Sería gracioso, si no fuera por su efecto perturbador, por la psicosis colectiva que desatan, porque vuelven propenso al más sensato ciudadano a comportarse como un energúmeno y porque distrae de sus verdaderas prioridades a una sociedad aquejada de gravísimos problemas económicos y sociales.
En el plano latinoamericano, el crimen violento es en Buenos Aires y su conurbano sensiblemente inferior al de otras grandes metrópolis, como México, Bogotá, Sao Paulo o Río de Janeiro. Sin embargo, como en ninguna otra, la sensación de inseguridad pública es tan acentuada.
La responsabilidad de que esto suceda es de la prensa, de su absoluta falta de moderación, límites y autocrítica, cualidades que es completamente inútil reclamarle estando en juego el favor de los avisadores. Y estando en juego el favor del público, condición al que ha descendido el pueblo o los ciudadanos, es difícil que las autoridades, funcionarios y dirigentes políticos no queden atrapados por la banalidad y desaprensión de los medios municipales de la ciudad de Buenos Aires.
Una vez más, el área metropolitana de Buenos Aires que, con toda su importancia, es la tercera parte del país, queda convertida en todo el país. Y una vez más, una sociedad que ha sido estragada, vaciada de su riqueza y potencialidad, que debería reflexionar y debatir profunda y seriamente acerca de su destino, se encuentra absorbida por la crónica policial, entretenida en las discusiones de "especialistas" que no saben nada y sometida al bombardeo incesante de irresponsables con micrófono.
Es así. Contra toda la evidencia de la lógica y el sentido común, el principal problema del país es el ocasionado por pequeños grupos de malvivientes, vale decir, criminales, policías y periodistas.