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Argentina: La lucha continúa

Números prolijos, hambres improlijas

Domingo Schiavoni

Dice Don Gabriel García Márquez que la vida no es la que uno vivió, sino la que uno recuerda y cómo la recuerda para contarla.
Dice Don José Saramago, citando al Libro de las Evidencias, que conoces el nombre que te dieron, pero que no conoces el nombre que tienes.
Y dice Don Pascual Villafañe, que todos los días pesca bagres en el río inmenso y generoso que pasa por el fondo de su casa, que no se explica porqué los políticos viven hablando de Santiago como provincia pobre, cuando está por demás clarito que ésta es la provincia de los pobres.
Aquí lo único que hay son pobres, dice Don Pascual, lo que pasa es que nunca se han puesto a contarlos.
Cuando termino mi caminata por esos interminables campos de exterminio del hambre, encuentro a Rosita, de doce años, revolviendo con prolija minuciosidad y una automatizada mecánica de selección, el contenedor de basura que está frente a mi edificio.
Le pregunto porqué lleva tres cajas y no sólo una.
Ésta, me dice mostrándome la más chica, es para nosotros. Siempre hay pedazos de pan duro o huesos de costeleta que se pueden lavar y volver a hervir. La otra es para mi tío Braulio, que sabe vender botellas cerca del cementerio, en la zona del basural. Hasta las de plástico vende. Un peso cada diez botellas le da un señor de Tucumán que hace mangueras.
¿Y la más grande?, le pregunto.
¡Ah! Esa es para los chanchos. Hasta marlos de choclo y bolsas de plástico comen esos hambrientos, y la borra de café y hasta la yerba usada mastican.
Se pelean entre ellos por las cáscasras de huevo. Mi mamá dice que si la chancha no come mucho los chanchitos van a salir escuálidos y los va a tener que vender bien baratos.
Me siento agobiado por la gimnasia. Hasta las zapatillas me duelen.
Agarro el diario y leo que el gobernador la ha dicho a un ministro nacional la interminable retahíla del discurso que los santiagueños venimos escuchando desde hace casi una década. Que ésta es una provincia ordenada.
Que no debe haber otra que haga tantas obras públicas. Que hay paz social.
Que los números cierran. Que la administración es austera. Que hasta sobra la plata y la tienen guardada en plazo fijo.
Le dijo también que él llegó a Buenos Aires a contar la otra verdad, la verdadera. No la que cuentan los mentirosos de siempre.
Y me pregunto si lo sabría Aristóteles, que en el pináculo de las categorías filosofales colocó al Bien, la Belleza y la Verdad.
¿No habría que revisarlo al maestro? Y decir por ejemplo que existe el Bien de los que están bien y el Bien de los que estando mal se sienten bien.
Y que también existe la Belleza de los que calzan vaqueros de marca y chombas italianas y la Belleza de los de taparrabo.
Y que la Verdad puede ser la de los expedientes y también la del hambre.
¿Cuál de las dos será la que se corresponde con la realidad? Los peronistas siempre han hallado el atajo de la simplificación. "La única verdad es la realidad", dicen.
Y, sin quererlo, se olvidan de la ficción, que también existe.
Una ficción que día a tras día se registra en expedientes inservibles, que ni siquiera existen y que tampoco nadie se imagina que puedan llegar a existir alguna vez.
Los números se registran con prolijidad y se exhiben con orgullo.
El hambre es apenas un mal olor en el viento.
Y a veces hiede, como los muertos que lo llevan puesto.

Domingo Schiavoni Santiago del Estero