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Argentina: La lucha continúa

Pocho (*)

por Hernán López Echagüe

21 de diciembre de 2004

Las palabras brotan de su boca como soplos sin destino, suaves, acaso melindrosas, con una cadencia parca. Timbre blando y apacible, diríase que desmañado, tono que no guarda relación alguna con la magnificencia de ese rostro de barba desperdigada y ojos claros y abandonados que continuamente, entre frase y frase, intentan sortear la mirada del entrevistador buscando amparo en el suelo, en algún punto extraviado de la escena. La Vagancia es un grupo de adolescentes que empezamos a reunirnos para hacer algún campamento, vernos los domingos, hacer tortas fritas, tomar unos mates, charlar, escuchar música, hacer cosas en el barrio. Es notorio que la cámara, guiada por las manos dubitativas de un aficionado, lo sumerge en un estado de molestia; es un exagerado primer plano de su perfil derecho; por momentos puedo percibir la orilla del cuello redondo de un buzo rojo que le roza la movediza nuez ahogada en pelos ralos. Porque la situación de los pibes del barrio Ludueña es de exclusión, de desconocimiento de sus derechos, de lo que pueden lograr en su vida, están afuera, sin expectativas de futuro, y a veces se excluyen solos, optan por la exclusión, porque su esperanza ha sido muy minada... Lleva la mano derecha hacia la frente, hacia el camino de la cabellera, y comienza a hacerla descender, nuca abajo, hasta la parte posterior del cuello, en una especie de demorada y nerviosa caricia. Reparo en la fecha de la grabación de la entrevista: mediados de 1999. Rebobino el video y congelo la imagen en el momento en que dice están afuera. Observo un leve vuelco de su mirada, de su perfil hasta entonces casi inmóvil, hacia la derecha, hacia afuera. Imagino, por un momento, que allá, adonde se dirigen sus ojos, afuera, fuera de su casa, de esa pequeña y endeble construcción en el asentamiento de Ludueña Norte, donde lo están entrevistando, supongo, por el barullo de risas y voces que he podido oir antes de detener la imagen, afuera están charlando esos pibes, ahora adolescentes, que no quedaron fuera gracias a lo que él ha hecho. Tampoco, desde luego, están dentro. Bordean el abismo, pero han aprendido a eludir el vértigo, a repeler la gana de dejarse llevar por el vacío y acabar de una buena vez con todo entregándose a la abulia o a la rebeldía individual y por tanto inútil, están afuera, al igual que millones de personas, del bienestar lógico y anhelado, pero dentro, acodados, entre las calles polvorientas de Ludueña y su habituación a la mala muerte, encadenados al deseo de construcción solidaria, reunidos en el inconformismo y el afán de rebelión, en la desobediencia a los dictados de un estado de las cosas que no hace más que enseñarles el camino hacia el lodazal, al sometimiento gracioso e impúdico. Echo a rodar nuevamente el video. Sigue el Pocho: "La falta de trabajo nos hace un mal enorme, le hace un mal enorme a todos los jóvenes de nuestra realidad. Entre nosotros corre mucha droga, hay mucha violencia, por el hecho de que no hay trabajo y el poco que hay no se paga bien, entonces hay un malestar muy grande, y bueno, salimos a reclamar por ese malestar". Silencio. Suelta una sonrisa y, con extremada naturalidad, dice: "Soñamos con un mundo distinto, un mundo donde quepan todos los mundos".
Fin, stop.
El 19 de diciembre del año 2001, víctima de la tremenda ferocidad de la policía, de la obscenidad del sistema, Claudio "Pocho" Lepratti cayó desplomado sobre las chapas de zinc del techo de la escuela "José Serrano", del barrio Las Flores, uno de los asentamientos más miserables del Gran Rosario, donde oficiaba de ayudante de cocina. "¡Dejen de tirar, manga de hijos de puta! ¡Acá hay chicos, nosotros estamos trabajando!", alcanzó a gritar, y, como toda respuesta, recibió en el cuello el balazo que disparó un agente de policía. El Pocho tenía 35 años, había sido seminarista, era profesor de filosofía, quizá un cristiano revolucionario. Treinta y tres personas fueron asesinadas en la Argentina en las jornadas de diciembre de 2001. Buena parte de ellas no había siquiera cumplido los dieciocho años. Hace tiempo que los muros del barrio Ludueña hablan. Dicen, por ejemplo: "Cuando la cana nos tira, el que apunta es el gobierno".

(*): estas líneas son un homenaje a Orlando Lepratti, padre del Pocho, que falleció en la mañana de este martes en la ciudad de Concepción del Uruguay, Entre Ríos. Orlando acababa de regresar de Rosario, donde había participado en una serie de marchas y actos para recordar a los asesinados en diciembre de 2001 y exigir justicia.