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Nuestro Planeta

3 de diciembre del 2002

Guerra ecológica

Ignacio Ramonet
Otra realidad

En mi reciente libro Guerras del siglo XXI (Mondadori, Barcelona, 2002) traté de explicar que, en los años venideros, los conflictos principales serán de tres tipos: 1) guerras largas contra organizaciones-red de tipo de Al-Qaeda, que optarán por los métodos del hyperterrorismo, cometiendo mega-atentados con uso posible de armas de destrucción masiva, y que no permitirán a sus adversarios golpearles en los objetivos que constituyen habitualmente la flaqueza de los estados tradicionales: territorio, población, riquezas; 2) guerras sociales provocadas por el crecimiento astronómico de las desigualdades y de la pobreza en el mundo, que están empujando a millones de personas sumidas en la miseria a empuñar las armas para sobrevivir, practicando lo que llamamos "delincuencia" o "criminalidad" y que no es sino una manera de sublevarse contra la globalización liberal;3) guerras ecológicas, que se traducen por la destrucción lenta del ecosistema, provocadas por la hyperactividad industrial y el productivismo desaforado que exige la mundialización económica.
Con el nefasto naufragio del Prestige, Galicia ha entrado, para desgracia de nuestras costas y de nuestras gentes, en esta última guerra mundial y está viviendo su primera gran batalla ecológica. Con probabilidad, nunca en la historia se ha hablado tanto y tan universalmente de Galicia como con ocasión de esta tragedia. Nuestro país ha saltado a la primera plana de los diarios y telediarios de todo el planeta, de Australia a Finlandia, de Japón a Estados Unidos, de Africa del Sur a Malasia... En muchos paises era sin ninguna duda la primera vez que se escuchaba la palabra "Galicia", lo que ha dado lugar a muchas confusiones. En Francia, sin ir mas lejos, muchos periodistas hablaban no de Galice que es el término correcto en francés, sino de Galicie (Galitzia) que es una región casi homónima de Polonia y cuya ciudad principal es Cracovia.
Si el mundo entero se ha interesado por nuestra tierra es porque todos saben que en cualquier momento pueden verse, a su vez, afectados por la guerra ecológica, y que este conflicto planetario de nuevo tipo no conoce fronteras. La conferencia de Berlín sobre el clima, celebrada en abril de 1995, ratificó la idea de que el mercado no está en condiciones de hacer frente a las amenazas globales que pesan sobre el medio ambiente. Evitar las mareas negras y los vertidos de hidrocarburos en el mar, proteger la biodiversidad y la variedad de la vida mediante el desarrollo sostenible se ha convertido en imperativos: el desarrollo se considera sostenible si permite que las generaciones futuras hereden un entorno de una calidad al menos igual al que recibieron las precedentes.
No sólo el mar se está convirtiendo en un vertedero cada día más nocivo para las especies marinas y mas nefasto para los que viven de la pesca, sino que, en tierra, hasta los bosques del planeta están desapareciendo a gran velocidad.
En 2010, la capa forestal del globo habrá disminuido más de un 40% respecto a 1990. En 2040, la acumulación de gases con efecto de invernadero podría provocar un ascenso de la temperatura media del planeta de entre uno y dos grados centígrados, y una elevación del nivel de los océanos de entre 0'2 y 1'5 metros, lo que causaría en nuestras rías gallegas inundaciones trágicas.
Los países occidentales -y especialmente Estados Unidos, responsable de la mitad de las emisiones de gases carbónicos de los países industrializados- deben respetar los compromisos suscritos en la Cumbre de la Tierra celebrada en Río de Janeiro en 1992 y ratificados en la cumbre de Johanesburgo en septiembre 2002. Por su parte, numerosos gobiernos se niegan a aceptar que el transporte de hidrocarburos en navíos-basura como el Prestige tiene consecuencias dramáticas para toda la humanidad. Es evidente que no conseguiremos aliviar el planeta sin un esfuerzo colectivo. Tanto en el Norte como en el Sur, sonó la hora de abandonar el modelo de desarrollo que hemos seguido durante siglos, para desgracia de la Tierra y de sus habitantes.