VOLVER A LA PAGINA  PRINCIPAL
Medio Oriente

22 de marzo del 2002

La carta de los combatientes

Asaf Oron
Asturies Contrainfo

Asaf Oron, brigada de la Brigada Giv'ati, es uno de los primeros 53 soldados israelíes que firmaron la "Carta de los combatientes" declarando que de ahora en adelante se niegan a servir en los territorios ocupados. Él es el firmante nº 8 y uno de los primeros de la lista en incluir una declaración explicando su acción. (Hay 251 firmantes a 17 de febrero del 2002) Lo que sigue es la traducción al inglés de la declaración de Oron, hecha por Ami Kronfeld de Noticias de Paz Judías.

El 5 de febrero de 1985 me levanté, me fui de casa, fui a la oficina de reclutamiento de la calle Rashi en Jerusalén, dije adiós a mis padres, me subí al desvencijado y viejo autobús que lleva al centro de adaptación militar y me convertí en un soldado.
Exactamente 17 años después, me encuentro en una confrontación frente a frente con el ejército, mientras que la opinión pública general me abuchea y se burla desde la grada. Los derechistas me ven como un traidor que está esquivando la guerra santa que está a la vuelta de la esquina. El centro político levanta el dedo hipócritamente y me sermonea sobre el dinamitado de la democracia y la politización del ejército.
¿Y la izquierda? La izquierda "moderada", integrada y pura que hace nada me pedía el voto me vuelve la espalda también. Todo el mundo chismorrea sobre lo que es y lo que no es legítimo, demostrando, al hacerlo, la profundidad de su ignorancia de la teoría política y su incapacidad para distinguir la verdadera democracia de un régimen tercer mundista al estilo de Perón.
Casi nadie hace la pregunta principal: ¿Por qué un tipo normal, en mitad de su vida, de su carrera, de sus niños se levanta una mañana y decide que no piensa seguir en el juego? y ¿cómo puede ser que no esté solo sino que haya 50, perdón, cien, perdón de nuevo, ahora casi 200 tipos normales como él que han hecho la misma cosa?
La generación de nuestros padres deja escapar un suspiro: los hemos avergonzado una vez más. Pero, ¿no es todo culpa vuestra? ¿En qué nos educasteis? Por un lado, en una ética y una justicia universales:: paz, libertad e igualdad para todos. Por otro: "los árabes quieren echarnos al mar", "son taimados y primitivos; no puedes fiarte de ellos".
Por un lado, las canciones de John Lennon, Pete Seeger, Bob Dylan, Bob Marley, Pink Floyd. Canciones de paz y amor y contra el militarismo y la guerra. Por otro lado, canciones sobre un amor que conduce un tanque después del crepúsculo en el campo: "El tanque es tuyo y tú eres nuestro" [Nota del traductor: alusión a canciones populares israelíes]. Yo fui educado en dos sistemas de valores: uno era el código ético, el otro el código tribal, y yo ingenuamente creí que los dos podían coexistir.
Así estaba yo cuando fui llamado al servicio militar. No entusiasmado, pero sí como si estuviera embarcándome en una sagrada misión de valentía y sacrificio para el beneficio de la sociedad. Pero cuando, en lugar de una misión sagrada, un chico de 19 años se encuentra a sí mismo cometiendo el sacrilegio de violar la dignidad y la libertad de seres humanos, no se atreve a preguntar – ni siquiera a sí mismo – si está bien o mal. Simplemente hace lo que todo el mundo y trata de adaptarse. Así las cosas, él tiene suficientes problemas, y, chico, ¿queda mucho para el fin de semana?
Te acostumbras a ello en un momento, y muchos incluso aprender a que les guste. ¿En qué otro sitio puedes ir de patrulla – esto es, andar por las calles como un rey, acosar y humillar a los peatones por diversión, y hacer travesuras con tus colegas – y a la vez sentirte como un gran héroe defendiendo a tu país? Las Hazañas de Gaza se convirtieron en cuentos heroicos, una fuente de orgullo para Giv'ati, por aquel tiempo una brigada relativamente nueva que tenía poca autoestima.
Durante mucho tiempo, no estuve implicado en la cosa "heroica". Pero cuando, de sargento, me vi al mando, algo se rompió dentro de mí. Sin pensarlo, me convertí en el perfecto ocupador. Hice negocios con arribistas que no postraban suficiente respeto. Rompí los documentos personales de hombres de la edad de mi padre. Golpeé, acosé, serví de mal ejemplo ... y todo ello en la ciudad de Kalkilia, a poco más de tres millas del hogar-dulce-hogar de mi abuela y mi abuelo. No. No se trataba de ninguna aberración. Era lo normal.
Al completar mi servicio militar obligatorio quedé libre, y entonces comenzó la primera Intifada (¿cuántas más nos esperarán?). Ofer, un compañero de armas que se quedó en el ejército se ha convertido en un héroe: el héroe del segundo juicio a la brigada Giv'alti. Él mandaba una compañía que arrastró a un detenido palestino a un bosquecillo de naranjos y lo apaleó hasta la muerte.
Según rezaba el veredicto, se demostró que Ofer había sido el jefe a cargo del trabajo. Pasó dos meses en prisión y fue degradado ... creo que fue la sentencia más severa contra un soldado israelí a lo largo de toda la primera Intifada, en la que murieron unos mil palestinos. El comandante del batallón de Ofer testificó que había órdenes de los escalones superiores de usar las palizas como método legítimo de castigo, lo cual le implicaba a él mismo.
Por otra parte, Efi Itam, el comandante de la brigada, al que se había visto apalear a los árabes en numerosas ocasiones, negó que él hubiera dado tal orden y, consecuentemente, no fue nunca encausado. Hoy día, este hombre se dedica a adoctrinar sobre la conducta moral en su camino hacia una nueva vida en la política. (En esta Intifada, por cierto, la gran mayoría de los incidentes con muertes de palestinos ni siquiera son investigados. No hay nadie que ni tan siquiera se preocupe).
Y entretanto, me estaba haciendo más civil. Una copia del Viento Amarillo [Nota del traductor: se trata de un libro sobre la vida en los territorios ocupados escrito por el escritor israelí David Grossman; existe traducción inglesa], que acababa de salir se cruzó en mi camino. Lo leí, y me golpeó repentinamente. Al fin entendí lo que había estado haciendo allí. Lo que yo había sido allí.
Empecé a entender que me había engañado: me educaron en creer que había alguien ahí arriba cuidando de todas las cosas. Alguien que sabe cosas que yo, pequeño hombre, desconozco. Y que si incluso algunas veces los políticos nos dejan tirados, el "escalón militar" está siempre en guardia, día y noche, manteniéndonos a salvo, todas y cada una de sus decisiones producto de la sagrada necesidad.
Sí, nos engañaron. Nos engañaron a los soldados de la Intifada, exactamente como habían engañado a la generación que recibió la del tigre en la Guerra de Attrition y en la del Yom Kippur. Igual que habían engañado a la generación que se hundió en el barro libanés durante las invasiones del Líbano. La generación de nuestros padres permanece en silencio.
Aún peor, entendí que fui educado en dos sistemas de valores opuestos. Creo que la mayoría de las personas descubren incluso a una edad temprana que deben elegir entre dos sistemas de valores: uno abstracto y exigente que no es en nada divertido y que es muy difícil de verificar, y otro que te llama desde cada esquina – uno que establece quién está arriba y quién abajo, quién es rey y quién un paria, quién es uno de nosotros y quién es nuestro enemigo. Contrariamente al sentido común, yo elegí el primero. Dado que en este país la comparación entre el coste y el efecto de uno y otro sistema es tan desproporcionada, no puedo culpar a aquéllos que eligen el segundo sistema.
Yo cogí el primer camino y me encontré haciendo voluntariado en una pequeña oficina llena de homo en Jerusalén Oriental, desenterrando archivos sobre muertes, brutalidad, perversidad burocrática, o, simplemente, abusos del día a día. Sentía que, de algún modo, estaba expiando las acciones durante mis días en la Brigada Giváti. Pero también sentía que era como si estuviera vaciando el océano con una cucharilla.
De repente, me llamaron por primera vez para actuar de militar reservista en los territorios ocupados. Llevado por la histeria, contacté con el comandante de mi compañía. Él me calmó: "Estaremos en un puesto sobre el río Jordán; no se prevé ningún contacto con la población local". Y eso es lo que hice. Sin embargo, algunos de mis amigos estuvieron reforzando la seguridad de la terminal del puente Damia [Nota del traductor: en este punto es donde los palestinos cruzan el Jordán en dirección a Israel y viceversa].
Esto fue en los días antes de la guerra del Golfo y había una gran cantidad de refugiados palestinos que fluía de Kuwait a los territorios ocupados (de la sartén al fuego). Los soldados reservistas (la mayorías gente de derechas) se agachaban de miedo cuando veían a las reclutas destinadas en la terminal abriendo alegremente los edredones y los abriguitos de los bebés para comprobar que no llevaran explosivos. Yo también me asustaba cuando oía sus historias, pero también tenía esperanza: después de todo, los soldados reservistas son humanos, independientemente de sus ideas políticas.
Estas esperanzas acabaron tres años después, cuando pasé tres semanas con una célebre compañía de reconocimiento en las ruinas confiscadas de una villa a las afueras de Abasans (si no sabes dónde está esto, es tu problema). Entonces es cuando quedó claro para mí que el mismo soldado reservista podía también ser un feo y despreciable macho víctima de una regresión total a sus días de joven recluta.
Ya en el autobús que nos conducía a la franja de Gaza, los soldados competían unos con otros acerca de quién tenía los mejores relatos de palizas mortales durante la Intifada (por si acaso se te ha pasado, las palizas a las que me refiero eran literalmente mortales: apalear hasta la muerte).
Ir de patrulla con estos tíos una sóla vez fue todo lo que pude soportar. Me fui para el oficial al mando y le pedí que sólo se me diera servicio de guardia. A los oficiales le gusta la gente como yo: la mayoría de los soldados no toleran estar dentro de la base durante más de dos horas.
Así empezó la rutina nauseabunda y vergonzante, una rutina que duró los tres periodos de servicio reservista en los territorios ocupados: 1993, 1995, y 1997. La pálida rutina del rechazo.
De vez en cuando y por espacio de varias semanas me convertía en un oculto "prisionero de conciencia", un recluso, custodiando un puesto o una maldita estación transmisora en la cima de una montaña. Me avergonzaba de contarle a mis amigos por qué elegía servir de ese modo. No tenía la fuerza necesaria para oírles hablar de mi caso como el de un soso blandengue.
También me avergonzaba de mí mismo. Ésta era la salida fácil. En resumen, estaba avergonzado en todos los sentidos. Estaba "salvando mi propia vida". No estaba directamente implicado en los crímenes... solamente hacía posible que otros lo estuvieran quedándome de guardia.
¿Por qué no renuncié totalmente? No lo sé. Fue en parte la presión para ajustarme, en parte el proceso político, que ofrecía un destello de esperanza de que todo este asunto de la ocupación terminaría pronto. Más que cualquier otra cosa, era mi curiosidad por ver qué estaba pasando realmente por allí.
Y precisamente porque yo sabía bastante bien, de primera mano y por años de experiencia lo que estaba ocurriendo allí, no tuve ningún problema en ver a través de la niebla y de la cortina de mentiras lo que ha estado ocurriendo allí desde los primeros días de la segunda Intifada.
Durante años, el ejército se había alimentado de titulares como "Fuimos demasiado buenos en la primera Intifada", o "Con que hubiéramos matado a un ciento en los primeros días, todo habría sido diferente". Ahora se daba al ejército licencia para hacer las cosas a su manera. Yo sabía perfectamente bien que [el anterior presidente] Ehud Barak daba al ejército carta blanca y que [el actual jefe de gabinete] Shaul Mofaz se aprovechaba a fondo de esto para aumentar al máximo el baño de sangre.
Por entonces yo tenía dos niños pequeños, chicos, y sabía por experiencia que nadie – ni una sóla persona en el mundo entero – podrá nunca garantizar que mis hijos no tendrán que servir en los territorios ocupados cuando tengan 18 años. Nadie exceptuándome a mí mismo. Y nadie sino yo mismo tendrá que mirarles a los ojos cuando ya hayan crecido para decirles dónde estaba papá cuando todo eso ocurrió. Lo tenía claro. Esta vez no participaría.
Al principio fue una decisión tranquila. Algo así como "soy un poco raro; no puedo participar ni tampoco puedo hablar mucho sobre ello". Pero a medida que pasaba el tiempo, a medida que el nivel de locura, de odio y de instigación continuó creciendo, a medida que los generales convertían las fuerzas de defensa israelíes en una organización del terror, mi decisión se convertía en un grito de protesta: "¡si no ves que esto es un gran crimen que nos lleva al borde de la aniquilación, entonces algo terriblemente malo pasa contigo!".
Y entonces descubrí que no estaba solo. Fue como descubrir vida en otro planeta.
La verdad es que comprendo por qué la gente está furiosa con nosotros. Estropeamos ese cuidado pequeño orden de cosas. El sacrosanto estatus quo establece que la derecha tiene el derecho exclusivo de celebrar la sangre y de pedir más. El papel de la derecha, por otro lado, es llorar sentados en sus sillones sorbiendo vino y esperando que venga el mesías y que con un toque de su varita mágica haga desaparecer a la derecha, a los colonos, a los árabes, el mal tiempo y todo el Medio Oriente. Así es como se supone que debe funcionar el mundo. Entonces, ¿por qué estáis causando tantos problemas?, ¿qué pasa con vosotros? ¡Estos niños malos!
¡Que la maldición caiga sobre vosotros, izquierda oficial! ¿No habéis estado atentos! Ese mesías ha estado ya aquí. Agitó su varita mágica, se dio cuenta de que las cosas no son tan simples, fue abandonado en mitad de la batalla, perdió altitud y, finalmente, fue asesinado, el resto del mundo (sí, yo también) mirando confortablemente desde nuestros sillones. Olvidadlo. Un mesías no viene dos veces. Las cosas no son gratis.
¿De verdad no veis lo que estamos haciendo, por qué nos hemos salido de la formación? ¿No percibís la diferencia entre un rechazo personal y de bajo tono y otro organizado y público? (y no os equivoquéis, el rechazo privado es el más fácil). ¿De verdad que no lo cogéis? Entonces dejadme explicároslo:
Primero, declaramos nuestro compromiso con el primer sistema de valores; el que es esquivo, abstracto y no lucrativo. Creemos en el código moral generalmente conocido como Dios (los amigos ateos que firmaron este documento tendrán que disculparme... nosotros todos creemos en Dios, en el verdadero, no en el de los rabinos y ayatolas). Creemos que no cabe el código tribal, y que el código tribal sólo camufla la idolatría, una idolatría con la que no deberíamos cooperar. Todos aquellos que permiten que impere esta adoración idolátrica terminarán ellos mismos como víctimas sacrificiales.
Segundo, nosotros (al igual que algunos otros grupos que son aún más despreciados y pisoteados que nosotros) ponemos nuestros cuerpos en la línea de fuego, en un intento de evitar la próxima guerra; la más innecesaria, estúpida, cruel e inmoral guerra en la historia de Israel.
Somos ese joven chino delante del tanque en Tiannamen. ¿Y tú? Si no se te ve por ningún lado, probablemente estés dentro del tanque, guiando al conductor.